El nuevo código penal convierte los ovarios de las dominicanas en propiedad de Estado. Esto sucede en países totalitarios o regidos por leyes religiosas, donde los derechos de la mujer no cuentan. En el caso dominicano, el Estado legisla para apoyar políticas natalistas que niegan el acceso a la educación sexual de las masas para prevenir embarazos no deseados, o no facilitan el uso de anticonceptivos y contraceptivos para evitar abortos, o el mismo aborto para prevenir llevar a término un embarazo fruto de la pobreza y la ignorancia o de violación sexual dentro o fuera de la familia. 

En otras palabras, el conjunto de políticas poblacionales en RD tienen un propósito natalista. Podemos afirmar que busca reproducir más católicos y evangélicos, por ser estos los grupos religiosos que militan para criminalizar medidas de control de la natalidad. Esto significa una política poblacional absurda dado la extrema densidad poblacional del país, la incapacidad del Estado de cubrir las necesidades más precarias de la mayoría de la población, y la presión que el crecimiento poblacional impone a los recursos naturales. Lo absurdo de promover el crecimiento poblacional pone en evidencia la motivación esencialmente religiosa que la promueve. Contrasta con la realidad de un excedente poblacional que se ve obligada a emigrar para lograr mínimas condiciones de trabajo digno, de ingesta adecuada y de servicios de salud y educación pública de calidad para su descendencia.

Foto de Ana Jarez Velásquez, en #NiUnaMenos.

En Perú existen condiciones similares a las dominicanas, aunque no siempre fue así. Durante la dictadura del expresidente Alberto Fujimori, cerca de 300 mil mujeres fueron esterilizadas a la fuerza. Y se acaba de archivar el caso contra ministros de salud y Fujimori, pero no por mucho tiempo, dado que las mujeres peruanas se han levantado en protesta.

Dicho de otra manera, tanto la esterilización forzada como la maternidad obligada violan el derecho de la mujer a tomar decisiones sobre su cuerpo.  No se trata de quien está en contra o a favor del aborto. Nadie quiere abortos, que pueden ser evitados con tecnología moderna con la píldora del día después, particularmente para casos de violaciones sexuales.  La controversia es clara: decide la mujer afectada o el gobierno. 

Pero estamos en el siglo XXI, y la Republica Dominicana es signataria de convenciones de la ONU que hace años decidieron sobre el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Ningún Congreso, o jueces de Altas Cortes, pueden despojarla de derechos inalienables, y mucho menos ninguna Iglesia, de por sí sectarias todas en un mundo heterogéneo. 

Los gobiernos y las iglesias que violan estos derechos, violan también sus constituciones, construidas bajo los principios humanistas de la Ilustración, principios de igualdad, libertad y solidaridad que sacaron a la Iglesia Medieval del poder que ejercían en el pasado como aliada de la nobleza. El presidente Medina puede ser sometido a un tribunal internacional, si no veta las legislaciones natalistas que la Iglesia Católica y los Evangélicos del CODUE pretenden imponer en el territorio dominicano. De lo contrario, sucederá lo mismo que está ocurriendo en el Perú en la actualidad. 

Activistas peruanas tomaron la calle el pasado julio, congregándose frente a la Fiscalía de la nación para que se investigue al expresidente Alberto Fujimori y a sus ministros de Salud por las esterilizaciones forzadas durante su gobierno. Este acto es violatorio a la libertad de conciencia y religiosa, y no se diferencia del otro extremo, que pretende regular los ovarios de las mujeres y forzar la maternidad, acto considerado como una tortura en tribunales internacionales.

La autora Gabriela Winer relata su experiencia creciendo en las calles peruanas, en un artículo publicado en el New York Times; no muy diferente de las pericias de niñas dominicanas, que a una temprana edad aprendimos a evadir las esquinas donde grupos o solitarios se dedican a la intimidación sexual y el acoso, defendiendo su derecho a “piropear”. El acoso sexual callejero se ha normalizado. Es enfrentado por la Iglesia Católica culpando a la mujer de ser víctima y regulando su ropa “para que no provoque”.   

Foto de Nadine Heredia, #NiUnaMenos

La descripción que hace Gabriela Winer, es certera: “Una niña peruana es una caperucita roja a tiempo completo. Muy pronto aprende que tiene que ir por ese camino y no por otro, que siempre debe cuidar sus espaldas, hacer como que no escuchó que le gritaron algo sobre su vagina”. Y añade, “cualquier hombre solo, al final de la calle, es un lobo feroz en potencia. Un taxi: el último viaje. Beber en las fiestas: jugarte la vida”.

Sobre su vida personal relata el día en que se rebeló: “Caminaba sola del colegio a casa, como otras veces. Tenía 13 años y me gustaba usar la falda del horrible uniforme único peruano por encima de las rodillas. Me encantaban mis piernas y hacía poco me las había depilado por primera vez. Era la Lima de los años noventa y yo atravesaba una calle cualquiera, esquivando los carros mal estacionados que brillaban bajo los precarios rayos de sol. Ni siquiera lo vi venir. Solo sentí como una ráfaga de incomodidad, un latigazo de vergüenza. Duró unos segundos. Como cada vez que sufría una “metida de mano” —toda una institución local del acoso perfectamente normalizada—, me quedé tiesa y murmurando un agónico grito”. 

Y añade: “Debería haber seguido mi camino, arrastrando mi impotencia como cualquier mujer tocada contra su voluntad en la calle, pero decidí reaccionar. Era un hombre mayor, calvo, que después de haber perpetrado su “picardía” se alejaba tranquilamente sin mirarme. No lo pensé mucho: corrí detrás de él y levanté con mis dos manos mi enorme mochila llena de cuadernos y se la estrellé en la cabeza con todas mis fuerzas de 13 años. Escapé de ahí a toda velocidad, aullando al cielo mi humilde venganza”. Además relata cómo su exnovio le rompió la nariz porque la vio besándome con una amiga. Tuvo que ser operada. Y continua explicando: “Una mujer peruana no tiene muchas oportunidades de reaccionar porque defenderse para una mujer es a veces sinónimo de violación y muerte. La justicia la trata exactamente como el violador: su minifalda es mencionada para justificar el crimen. Es como ser ultrajada dos veces. El estigma, la culpa, el miedo son reales y se padecen por largas temporadas, o son heridas que nunca se curan”.

La semejanza con la Republica Dominicana del presente va más allá de normas culturales. Se extiende a la estructura de poder de los aparatos del Estado y a la ideología religiosa que reproduce la visión malvada de Eva, como responsable del paraíso perdido. Gabriela analiza en su país la sujeción del cuerpo de la mujer a las leyes y la Iglesia Católica que la promueve:

“En Perú, hay lobos disfrazados de congresistas que sacan la cruz para legislar sobre el cuerpo de las mujeres. Aquí el aborto es ilegal incluso en caso de violación; decenas de mujeres mueren al año en consultorios donde se practican abortos clandestinos. También hay lobos con sotana” agregó Graciela, citando al cardenal de Lima, Juan Luis Cipriani.

Foto de Nadine Heredia, #NiUnaMenos

El sábado pasado, el cardenal de Lima Juan Luis Cipriani, declaró en su programa Diálogos de Fe que se emite por la cadena RPP el juicio clásico del Islán y el catolicismo trasnochado. Según el Cardenal, las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas, pero no es porque hayan abusado de las niñas, son muchas veces porque la mujer se pone como en un escaparate provocando. La cadena televisiva de CNN en español, reprodujo el video del Cardenal y se comunicó con el Vaticano solicitando su posición al respecto. No ha recibido respuesta. (http://cnnespanol.cnn.com/2016/08/01/cardenal-de-lima-dice-que-violaciones-sexuales-a-mujeres-son-culpa-de-ellas/)

Finalmente, las peruanas han despertado. “El día en que nos rebelamos era un día normal, con sus mujeres golpeadas y muertas”, relata Graciela. “Nos dolía en especial el caso de Lady Guillén, desfigurada a golpes por su novio, que se libró de la cárcel. Pero el detonante fue el video de Arlette Contreras, arrastrada de los pelos por los pasillos de un hostal por su pareja, borracho y completamente desnudo”. 

La indignación se trasladó a un grupo de Facebook, #NiUnaMenos con la meta de articular una gran movilización este 13 de agosto en las calles limeñas y replicar el impacto que tuvo la protesta ciudadana en Buenos Aires o en Ciudad de México. Se estima que más de un millón de peruanas participaron en la marcha, como pueden ver los lectores en las fotos de multitudes en #NiUnaMenos. 

Pasó algo sorprendente, dice Graciela:” Miles de mujeres con sus nombres y apellidos se volcaron espontáneamente a compartir sus testimonios de violencia. Subieron al grupo las fotos de sus moretones, sus cicatrices, sus ojos inyectados de sangre y lágrimas. Los nombres de sus victimarios. Es histórico, es doloroso, es esperanzador cómo miles de mujeres peruanas perdieron el miedo y decidieron abrazarse”. 

¿Cuáles soluciones buscan las peruanas? Para revertir esta situación las peruanas buscan crear nuevo código penal, mejorar el nivel de respuesta del sistema judicial, formar a los funcionarios públicos y crear un Observatorio de Violencia Contra la Mujer y centros de atención de emergencia. Ya se ha anunciado la creación de una Comisión de Justicia de Género en la Corte Suprema para asegurar el trato no discriminatorio. Se demanda, además, una campaña nacional para atacar las causas de la violencia.

¿Ha cambiado algo #NiUnaMenos? Sí, todo, asegura Gabriela. “El proceso que se abrió es inédito y tendrá alcances sociales que solo podemos sospechar, pero desde que las mujeres del Perú hemos nombrado el maltrato en comunidad, como se pronuncia un conjuro, creemos que hemos alejado un poco más el mal, para que no haya ni una menos”.

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Ver #NiUnaMenos: así fue la marcha contra la violencia a la mujer. Ver impresionante video de la multitud de mujeres congregadas para demandar sus derechos:

http://elcomercio.pe/sociedad/lima/niunamenos-todo-lo-que-necesitas-saber-sobre-marcha-manana-noticia-1923768