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No quiero asustar a nadie con este título. Al fin del cabo, la palabra revolución ya nada nos dice. Tantas revoluciones han fracasado y fracasarán, que usarla es una forma de fuñir la paciencia, pero, como suena a cañones y despierta intereses, la estoy usando a mi manera y desde mi posición absolutamente radical de apartidista, pese a que por mi edad, se me podía hacer la misma pregunta que doña Minda, la madre de Mendy López Quintero le hacía a una vecina muy pobre que le dijo que se iba a mudar: ¿Adónde vas tú, Manolo?

En verdad no voy a parte alguna, sin partido político y sin posición económica boyante, de modo que si el lector quisiera no seguir leyendo, sabrá que son solo ocurrencias seniles de un viejo que viene desde la dictadura más feroz del planeta, a la democracia más abierta de nuestra historia, avizorando, no tan lejana, a la verdadera patria de los hombres: a la muerte, y antes de despedirse y a lo mejor tratando el tema por última vez, le sale del forro de los ideales lo siguiente:

Bien sé que me estoy metiendo en camisa de mil varas hablando de una ideología política que no es de las consabidas, ni en este país ni en resto del mundo. La sola expresión ideología les da un bledo a los políticos con oportunidades de llegar al poder por medio de las urnas, que la ven como una malapalabra precisamente, aunque están aupados y llevados, no solo por los que nos sentimos orgullosos de pertenecer a la clase media, a la impronunciable palaba compuesta pequeñoburguesía, sino por los que aspiran serlo, que son más.

Creo que ahí está la clave de todo: la de ser sinceros. Nadie quiere ser proletario puro en este mundo, mucho menos los que enarbolan la doctrina, sino ascender al peldañito intermedio. Así de simple, así de puro.

Permitan que celebrando mis 85 les diga estas cosas

La ineludible Revolución

Ya he hablado de ella en otras oportunidades y nadie me ha hecho caso, salvo el Gordo Oviedo; ahora tampoco espero que lo hagan, pero llegará el día que les pesará no haber meditado sobre lo que voy a decirles.

Señores, ha llegado la hora de la revolución pequeñoburguesa. No solo en nuestro país, en casi todo el mundo.

Nunca falta un maldito pero en esta vida, como dicen en Samaná, el terror que nos han impuesto como personas de segunda categoría, cuando desde nuestra clase han surgido los grandes talentos de la humanidad a través de los tiempos, y seguirán surgiendo, o por lo menos, lucharán por serlo, porque somos luchadores, no solo los de arriba, como los llamó Héctor Incháustegui, sino los de abajo, y lo que es peor, los mismos pequeñoburgueses convertidos en fanáticos del proletariado o de los encumbrados burgueses que pretenden ser aristócratas, a quienes debemos servirles porque tienen el verdadero poder que existe actualmente, que es el del dinero, siendo la carne del sándwich, aunque actuemos como si fuésemos las tapas del pan.

Vamos a ponernos claros: A quitarnos los calzones ridículos de socialistas a ultranza. Dejémonos de pendejadas: actualmente, no en la Europa cuasi medioeval cuando surgió el socialismo proletario, la verdadera mayoría de cualquiera de nuestros países, incluyendo los de África, por la migración masiva que vemos hacia Europa, listos para servir como esclavos modernos voluntarios, no ya perseguidos como antes, es la de vivir con cierto decoro.

Ya sabemos todos, y los dominicanos emigrantes más que nadie, sobre todo los de los barrios más humildes y los parajes y campos más lejanos, que se lucha para lo bueno, no quizás para lo mejor, quedémonos en el término medio, en la denostada clase media: Para  tener un techo,  energía eléctrica, agua en tuberías, facilidades de transporte, incluyendo el sueño de un vehículo propio y un trabajo estable. Ser personas civilizadas. Con oportunidades de superarse y la esperanza de ascender ganando más.

¿Y eso que es? ¿Es eso tan malo, que por desearlo se estudie, se trabaje o se sueñe conseguirlo, y algunos desesperados lleguen al robo de la cosa pública, hasta al delito y al crimen?

En nuestro país, la desesperación de antaño de la mayoría callada por la tiranía y por el desconocimiento de  “lo bueno”, el hecho de  tener que “dar del cuerpo en el monte” o en una hedionda letrina, alumbrarse con jumeadoras o lámparas de kerosene, vivir en un rancho cayéndose, el no poseer eso que Dostoievski llamaba que era lo que delataba al burgués: la facilidad de obtener cosas, el comprar cosas, era lo que tenía la masa.

El que vivió como yo, que nací al inicio de la Era funesta. sabe lo que el país ha cambiado; para bien, no digo que no, pero sin conciencia ideológica propia. A la brigandina.

Es preciso, absolutamente necesario, que se quiten la careta los políticos y digan la verdad, respondiendo esta pregunta: ¿Luchan por el poder con el deseo de qué? ¿De hacer una revolución?  Sin embargo, sin nombrarla, mal ejecutada, la revolución se ha ido haciendo sola; sea por los motivos que fueren, las gentes no desean vivir en el campo, o si acaso les gusta, lo hacen porque pueden tener lo mismo que en las ciudades y quizás con mayor limpieza del aire, más seguridad, hasta en los países desarrollados la tendencia es salir del centro insoportable de las citys y habitar en reductos apartados saboreando ese sabor del campo que la mayoría llevamos en las venas.

Vamos a dar un ejemplo de avance: Las gentes están contentas con que las nuevas generaciones de los más pobres crezcan más sanos y mejor nutridos con el plan de darles alimentos en las escuelas. Eso es revolucionario. Es bueno, y lo aplaudimos.

Que haya mejores hospitales, seguros de salud, es absolutamente necesario, aunque el apostolado de la medicina, el juramento hipocrático, se haya ido al carajo.

Y el asunto es que muchos pequeñoburgueses no están conformes con lo que han conseguido, y quieren ser millonarios y oligarcas. Es, sin duda, meritorio, pero son unos traidores a su clase.

La pequeñoburguesía es la mejor clase del mundo. De la historia. Tenemos el verdadero poder, y no lo ejercemos por el terrorismo de arriba y de abajo que nos cocinan, y nos comen.

Antes no teníamos esa fuerza. La mayoría durante la famosa Era vivía al borde o en medio de la miseria más espantosa. Malas carreteras, pocos servicios, pero nadie se quejaba. Se enfermaban y morían, tranquilos y callados. Llegar a la universidad era un privilegio extraordinario, y solo había una en la Capital, no era tan pública, era medio privada, había que pagar inscripciones y anualidades a un precio prohibitivo para la mayoría cuando el trabajo para un obrero no llegaba a un peso diario y costaba cincuenta, toda una verdadera fortuna y un privilegio.

Desde el momento que un país tiene universidades públicas, algunas privadas que aceptan estudiantes meritorios como becarios y el derecho a adquirir becas por la excelencia, ese país cambia. Ha tenido una revolución, desde el momento que esos egresados puedan tener la esperanza de producir más y llegar a ser de clase media.

Cuando ese mismo país apagado y sediento, donde la costumbre de crear los pueblos cerca de las aguadas tenía una razón lógica de ser, mal vestido y mal nutrido, sin calles asfaltadas ni facilidades para hacer las necesidades básicas, aunque ahora le falte mucho, aunque haya lugares donde todavía no ha llegado el siglo XX, no digo el XXI, este es otro país, y los pueblos y los barrios, son muy diferentes.

Cuando nosotros en 1995 vinimos a vivir cerca de Cristo Rey en el Ensanche La Fe, los viajes cotidianos al mercadito de la 41, por la ausencia de supermercados en las cercanías, lo hacíamos viendo los callejones empedrados o en la pura tierra, las casas de madera cayéndose, ni por asomo un carrito en esos sitios, un par de colmaditos y alguna mala fonda.

Vayan ahora por ahí mismo, hay negocios nuevos, tres o cuatro ferreterías, hablo de la calle 41 de la Parroquia Católica al mercadito, todos los callejones asfaltados, las casas son de dos, tres y cuatro plantas, y no caben los carros, y no cualquieras, jeepetas y hasta últimos modelos, por eso yo pregunto: ¿Eso no significa algo diferente? Si algo avanza así en unos años ¿acaso no estamos frente a una evolución, por no decir la malapalabra?

Señores, José Ortega y Gasset al inicio de la Revolución de las Masas, ese libro que ahora no se lee, pero que debemos leerlo, como todo lo que escribió don José (que tan espléndida avenida tiene en esta ciudad), se asombraba cuando llegaba a un sitio cualquiera y no conocía a las gentes que ocupaban los cafés y los teatros, y se preguntaba: ¿De dónde ha salido tanta gente? No lo sabía entonces: era la revolución pequeñoburguesa en Europa.

Cuando yo viajo por el interior del país, no solo por excelentes carreteras que han servido para todo, según se entera la mayoría por los escándalos de corrupción, hasta para controlar la natalidad con sus accidentes, me asombro de ver los pueblos, de los atascos, y cuando pasamos maldiciendo por las mañanas y por las tardes a las horas pico por la cantidad de vehículos que transitan formando filas enormes, no decimos que este es otro país, sino que eso es malo. ¿Qué tan malo es?

Recuerdo que hace unos años estábamos en Neyba, una ciudad donde antes había dos o tres vehículos, y ahora no encontrábamos dónde parquearnos un sábado por la mañana en el centro del pueblo, y algo parecido nos pasa en casi todos, hasta en las aldeas. Entonces ¿de qué nos quejamos? ¿De que tanta gente haya conseguido su sueño dorado? ¿Qué ha pasado en un país así en apenas 23 años? Sin duda alguna ha tenido una revolución callada, sin un tiro, discutida y negada por los políticos cuando no están en el poder. Y no estoy hablando a favor ni en contra de nadie, pero eso ocurrió luego de Balaguer, que en principio hizo bastante, que inició la revolución por ser un pequeñoburgués como casi todos nuestros presidentes de ayer y de ahora, y entonces, con la ceguera partidista de siempre van a decir que me inclino por estas gentes, pero lo que se ha hecho en los gobiernos, corruptos y todo lo que se quiera, de estos del PLD, hay que decirlo: Han creado y multiplicado la pequeñoburguesía.

Lo malo de todo esto es que lo han hecho sin ideología propia, sin que ellos ni los que aspiran ahora a derrotarlos en las próximas elecciones, se atrevan a enarbolar la bandera gloriosa de la pequeñoburguesía, porque les avergüence decirlo a boca llena por el viejo terrorismo de arriba y de abajo.

Desafío a los de la Mancha Verde, a quienes se acusa de ser lo que son, es decir, pequeñoburgueses; a los demás partidos con oportunidades de ganar y hasta a los ilusos que aspiran a meterse en la cola, que estudien la realidad nacional, la realidad del mundo, y empiecen a hablarles a los pequeñoburgueses en su lengua, creando la nueva revolución ineludible.

Es hora de redactar el manual de la ideología pequeñoburguesa. como ya dije, nosotros somos la verdadera masa pensante y actuante del país y del mundo. Es tiempo de ejercer el poder real, sin caretas, conscientemente, sin que tengamos que dar un golpe de estado, a través de las urnas.

En la foto que mostramos, tomada hace unos años desde un sitio de Naco se muestra la nueva Santo Domingo, aquella que un presidente, ahora candidato, dijera que la iba a convertir en un Nueva York pequeña, algo que hizo que hubiera carcajadas sonoras en todo el país y lo hemos olvidado, y luego otra desde el Residencial Pedro Livio Cedeño en el Ensanche La Fe,  mostrando cómo se ha ido cumpliendo, ante la indiferencia general, que no solo se ha llenado aquí de edificios que desafían al cielo, sino en todas partes del país y en las afueras de esta ciudad y de muchos pueblos, hay compañías constructoras que han hecho más ciudades satélites que todo lo que había antes habitado, amén de lo hecho por el Estado, empezando por Balaguer. Y esos panales habitables no son para abejas, son para pequeñoburgueses, sin ellos, sin nosotros, no importa el dinero que se tenga, no hubiera eso que ahora llaman “progreso”.

Que faltan industrias, que lo agrario deba seguir creciendo, que seamos el granero del Caribe, es verdad que debemos lograrlo y eso aumentaría multiplicada por miles a nuestra clase, pero si pensamos en lo que hemos hecho, hasta dónde hemos llegado, si no se ha hecho la revolución ineludible, no podemos negar que se ha iniciado, y que debemos coronarla con ideas propias del siglo XXI no del XIX, con una ideología realista, vital, actual, con la consigna pequeñoburguesa de que la mejor clase del mundo es la media y que en el justo medio es mejor vivir, o si no, que se hunda la isla.

Las fotografías elocuentes

La ciudad desde la azotea de un edificio en el Ensanche La Fe en 2018
La Nueva York chiquita hace dos años, vista desde Naco