La revolución del Instituto Superior de Formación Docente Salomé Ureña, ISFODOSU
Debí iniciar mis comentarios en la edición de la novela La sangre de Tulio Manuel Cestero y el prólogo de Roberto Cassá que es un ensayo en sì mismo, pero me parece más destacable lo que sin alardes publicitarios ni alharacas está haciendo el Instituto Salomé Ureña (para economizarme ese largo nombre), con el rescate de obras valiosas de la literatura nacional.
Decimos esto, porque el hecho de que esa labor la haga alguna otra dependencia estatal como los ministerios de Educación y de Cultura, nos parecería lo más normal. Pero el hecho de que sea precisamente un Instituto, llama la atención y nos hace preguntar. ¿Por qué los colegios especializados o no, o los demás institutos que hay en el país, lo que incluye el fracatán de universidades, no remedan esta labor, patriótica, en muchos sentidos?
Lo primero es que una edición de mil ejemplares se agotaría adquiriéndolos los mismos estudiantes y quedaría la obra. Lo segundo es que a veces hay profesores sadomasoquistas que sabiendo que no hay posibilidades para los docentes encontrar algunos textos, se los ponen de tarea. Crimen cultural que queda impune. Hay muchas formas de herir, esta es una bien cruel.
Pues bien, el Instituto Salomé Ureña ha creado la Colección de Clásicos Dominicanos, con su Serie I sobre Narrativa, de modo asaz interesante iniciando con El montero de Pedro Francisco Bonó, luego con Over, de Ramón Marrero Aristy, lo que indica un salto brusco y no la idea de una verdadera serie; le siguen Cuentos cimarrones de Sócrates Nolasco (que muchos ignoran que era hijo de Manuel Henríquez y Carvajal, el mayor de los hermanos, y por eso pudo no solo criarse junto a sus primos hermanos Francisco, Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña, sino casar con su prima Flérida García Henríquez, Flérida de Nolasco como se le conoce); le siguen Cartas a Evelina de Francisco E. Moscoso Puello, con otro salto: Crónicas de altocerro de Virgilio Díaz Grullón; para brincar atrás con La Fantasma de Higüey de Francisco Xavier Angulo Guridi; Enriquillo de Manuel de Jesús Galván; La sangre de Tulio Manuel Cestero y otro brinco no tan largo con Trementina Clerén y bongó, regresando a Guanuma de Federico García Godoy.
Naturalmente, lo de la falta de secuencia no es importante, ya que depende de la necesidad del Instituto para sus futuros maestros. Sin embargo lo destacamos como un hecho a imitar, y felicitamos a dicho Instituto en la persona de su Rector: Julio Sánchez Marínez, al mismo tiempo que destacamos su afiliación con el Archivo General de la Nación, otro hecho a imitarse, ya que a través de esta institución rescatada, pueden adquirir algunos títulos los interesados en nuestra literatura.
La sangre
El hecho de que esta novela, considerada justamente como la mejor del modernismo dominicano, no solo por la autoría de Tulio Manuel Cestero el primer modernista dominicano convicto y confeso, sino por el lenguaje lírico que hacen de la lectura que a veces nos creamos ante un poema. Naturalmente, no sostiene ese lirismo a todo lo largo del texto como señala Roberto Cassá en el enjundioso prólogo que tendremos ocasión de comentar, empero no deja de ser parte de la evolución del modernismo en su vinculación con el simbolismo. A estas alturas (señala el autor que la comenzó en La Habana y la termino en Roma de 1911 a 1913), ya el movimiento iba de capa caída sobre todo después de la proclama del Futurismo en 1909, que venía a ser lo nuevo en el panorama literario mundial.
Esta novela ha sido varias veces publicada, pero algunas ediciones pecan de defectos graves. Esta ha sido bien cuidada, además del prólogo de Roberto Cassá, con la secuencia de comentarios y críticas que recogiera aquel medio olvidado pero siempre admirable historiador nuestro, que fue Vetilio Alfau Durán.
No vamos a explayarnos hablando de una obra archi conocida por la mayoría de nuestros lectores, pero sí quiero remachar que se trata de la primera novela del modernismo tardío dominicano, producto del primer modernista nuestro desde 1894 cuando apenas tenía 17 años, aseveración que sostenemos y probamos en nuestro reciente libro: Modernsmo y criollismo a fines del siglo XIX (La turba letrada y los mitos literarios) que ha editado INTEC y que será presentado por el flamante académico Cayo Claudio Espinal en la Sala Julio de Jesús Ravelo el próximo 11 de abril a las seis de la tarde, en dicha universidad, invitando a los interesados al mismo, sin entrar en muchos detalles, que ya los lectores podrán revivir en el enjundioso prólogo de Cassá que desmenuza el argumento y su situación histórica en el tiempo, al demostrar con un simple hecho lo que decimos.
No solo la riqueza del lenguaje, propia de aquel riquísimo movimiento literario, sino el detalle de exagerar o magnificar lo imposible, alejado de la realidad, un hecho artístico que nos fascina.
En el inicio asistimos a la visión que hace el protagonista Antonio Portocarrero desde un ventanuco de la celda donde está prisionero en la famosa Torre del Homenaje, donde no solo visualiza como si estuviera en un amplio mirador todo lo que ocurre desde el puerto al mar abierto, sino que capta desde allá: “En la cala, entre los pies de los tripulantes, saltan agónicos jureles y carites de argentinas y róseas escamas.”
Hay que ser poeta y modernista para falsear tan maravillosamente la realidad, ya que al modernista le importa más el efecto visual, pintar con palabras, que ceñirse a la realidad: No hay que ser experto ni pescador para darse cuenta de que ni los jureles ni los carites tienen escamas. Pero fascinados por la visión telescópica del preso quedamos prisioneros nosotros de la magia de la palabra.
Si eso no es auténtico modernismo, esa irresponsabilidad de los hechos frente a la realidad, que venga Rubén Darío y nos lo diga, o mejor, que lo diga Teófilo Gautier, el fundador del parnasianismo.
Claro, ese desliz no le quita a la novela su grandeza.
Ese prólogo de Cassá
Si el rescate de esta valiosa obra es encomiable, el aporte invaluable que se hace a esta edición que comentamos, que data del 2017, impresa impecablemente por Editora Búho, es el prólogo del historiador Roberto Cassá. Que estemos o no de acuerdo con su visión particular ideológica, es secundario, frente al hecho incontrovertible de que se trata del mejor y más amplio análisis que se ha hecho hasta ahora de la obra de Cestero.
En las 20 páginas, sin desperdicios, Cassá pasa a revisar no solo el argumento, la situación histórica de la temática, los aspectos que un buen conocedor de nuestra historia y de su ciudad natal, bien conoce, sino la minuciosa revisión de los personajes, aún los secundarios.
Podríamos pasar la misma veintena de páginas hablando de ese magnífico prólogo, empero, por razones de espacio, sencillamente vamos a concluir invitando a los lectores a adquirir este ejemplar, aun cuando tengan más de una edición de La sangre, ya que el prólogo de Cassá es absolutamente necesario para entender no solo a Tulio Manuel, sino a la misma Sangre.