Contrario a lo que a simple vista parece, mientras peor económicamente y más oprimido se encuentra un pueblo, menos son las posibilidades de cambio efectivo y real en una sociedad. La mejor, más cercana y bien conocida prueba de ello es Haití, uno de los países mas pobres y desiguales del planeta, nación que ha sido incapaz de salir del subdesarrollo y consolidar una democracia, como lo han hecho, mal que bien, y salvo el excepcional caso de Cuba, el resto de las naciones de América. El momento en que Haití estuvo más próximo a enrumbarse por el camino de la democracia fue precisamente cuando el noble y valiente pueblo haitiano decidió independizarse de la metrópoli francesa, mediante una especie de frente popular, donde la pequeña burguesía haitiana, entusiasmada con los ideales de “libertad, igualdad y fraternidad” de la Revolución francesa y aliada con la masa de esclavos rebelados, y gracias a la prosperidad de la que en ese momento era la colonia más rica del mundo, emprendió lo que Juan Bosch preclaramente advirtió que era “un caso asombroso de revolución marxista iniciada veintiocho años antes de que Marx naciera”.

Sabemos el resultado final de esa revolución: aplastada por el sobrepeso de tener que haber pagado a Francia por su independencia; condenada y aislada geopolíticamente por potencias racistas, como Estados Unidos, que temían el efecto dominó del ejemplo emancipador haitiano; y silenciada -tal como revela Susan Buck-Morss, sobre la huella de los trabajos de Pierre Franklin Tavares-, por el propio Hegel -quien elaboró deliberadamente su dialéctica del amo y el esclavo a partir del contexto de la Revolución haitiana, la que conocía perfectamente por la lectura cotidiana de los periódicos de la época-, y por Marx, Lukács, Kojève y Marcuse -quienes, haciendo galas de “un elemento de racismo implícito en el marxismo oficial”, abstrajeron la lucha del amo y el esclavo de toda referencia histórica concreta y la leyeron como simple metáfora de la lucha de clases, al extremo de que, como bien señala el antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot, la Revolución haitiana sea un “no-evento”.

Pero lo cierto es que, contrario a lo que postula el marxismo, existe una independencia relativa entre los procesos socioeconómicos y la dinámica ideológico-cultural de una sociedad. Ello fue lúcidamente intuido por Alexis de Tocqueville cuando, analizando las causas de la Revolución francesa, critica la popular noción de que la necesidad genera la revolución y sostiene que la prosperidad origina la inconformidad del pueblo. Para Tocqueville “a medida que se desarrollaba en Francia la prosperidad […] los espíritus parecen sin embargo más inestables e inquietos; se exacerba el descontento público; va en aumento el odio contra la totalidad de las instituciones antiguas. La nación se encamina visiblemente hacia una revolución". De ahí que "las partes de Francia que habrán de ser el foco de esa revolución son precisamente aquéllas en que el progreso es más evidente”, pues “ahí la libertad y la fortuna de los campesinos se hallaban mejor garantizados”. No por azar en Chile, donde se redujo la pobreza más que ningún otro país del continente y se alcanzaron niveles educativos entre los mejores del globo, ahora se producen revueltas violentas que solo pueden entenderse desde la perspectiva del aumento de expectativas que no son correspondidas por su mejora y satisfacción pronta y oportuna.

Esto nos lleva a la República Dominicana. Si es cierto, como dice la oposición, que existe un desastre social, político y económico, es indudable que se hace mucho más difícil el cambio. Si es verdad que estamos mejor que nunca, como afirma el gobierno, este cambio parece ser inevitable. Como siempre, la verdad esta en el justo medio: el avance de nuestra nación es incuestionable, como lo es también el crecimiento de su dinámica y vigorosa clase media, pero se requieren afrontar retos ineludibles como lo son, aparte de puntuales reformas institucionales, aumentar los salarios, mejorar la seguridad, eficientizar el gasto social y hacer la reforma tributaria. Ahora bien, una serie de elementos deben ser considerados: (i) la presión sociopolítica disminuye en el país en virtud de, usando la terminología de Albert O. Hirschmann, la “salida” de quienes emigran, lo que reduce la “voz” del cambio; (ii) históricamente el partido gobernante y sus candidatos han sido capaces de articular mucho más efectivamente los legítimos deseos de reforma del pueblo que una oposición que cede muy fácilmente a la tentación de cantar un monótono  y desafinado “merengue sin letra”. It´s Tocqueville, stupid!