Separar de la tierra a pueblos autóctonos enteros, constreñir un proceso de revolución inevitable – como afirmara León Trotsky:"Todas las revoluciones son imposibles hasta que se tornan ineludibles"–, es raíz y corolario de siglos de despotismo soberbio, y por lo que hoy los pueblos árabes del norte de África y el Medio Oriente erigen acontecimientos revolucionarios innovadores.

Al igual que Amín Abel Hasbún cuando fraguaba su tesis en "América Latina busca su camino", percibimos en este momento con regocijo que es exactamente esto de buscar su propio camino como lo está haciendo cada pueblo sojuzgado agrietando status imperiales y creando nuevos espacios de lucha revolucionaria con efectos concluyentes para la humanidad.

La novedad está en el mismo sentido de la palabra revolución. La generalidad de las revoluciones del siglo XX llegaba hasta la primera etapa: movimientos revolucionarios derrocaban un poder para instalar otro –que supuestamente representaba las mayorías. Sin embargo, esos gobiernos dichos revolucionarios o democráticos se convertían en regímenes burocráticos dictatoriales a la usanza de las democracias occidentales imperiales asociadas a monarquías, oligarquías y burguesías.

Surge entonces un movimiento, por fuerza de procesos históricos, en los que los pueblos luchan por autonomía social: libertad, trabajo y pan. Y es lo que viene ocurriendo desde la revolución iraní, llegando a la decapitación de regímenes dictatoriales pros imperiales como los de Tunes y Egipto.

Una gran convicción esta próxima a dinamizarse: la de que materias primas y recursos petrolíferos, en situación sumisa dentro de la división internacional del trabajo, deberán responder a las necesidades de la soberanía social del pueblo con propiedad originaria y no a los intereses de otro gobierno y/o país importador.

Ese es el siguiente paso verdaderamente revolucionario en el que los recursos de una región primero deben satisfacer las necesidades de su pueblo, sin que pese sobre él el interés capitalista y su componente de enriquecimiento originario.

La revolución árabe nos dice a los dominicanos por donde deben andar nuestros pasos. Un camino necesario ante el permanente derroche de nuestras riquezas y la sumisión al capital extranjero peregrino.