1.-Del modo que los escritores aprovechan una publicación cualquiera
Asombraría hoy la forma en que los jóvenes Fabio Fiallo (l866-1942) y Tulio Manuel Cestero (1877-1955), especialmente Fiallo, que con 28 años era mayor de edad, si recordamos los 21 de entonces; mientras Tulio era un muchacho de 17. Parece que les unía, además de una misma clase social, convivir en una ciudad con unos 14 mil habitantes según el censo de 1892, donde todo el mundo se conocía, y sobre todo, el interés por lo que acontecía en el continente con el modernismo, del cual todo el mundo hablaba, menos los mayores, inmersos en el romanticismo positivista, al encargar a Fiallo la organización y dirección de unas hojas para anunciar los números ganadores de una rifa local, y este aprovechó la oportunidad para darse un banquete literario, demostrando que si se tiene vocación, vale cualquier medio para expresar el arte.
Hoy nos parecería que el culto tempranero por Rubén Darío (1897-1916) fuese una premonición que les uniera por su libro Azul (1888 y 1890), junto a toda la parafernalia modernista, sobre todo el decadentismo, del cual hizo Tulio galas y más tarde lo diera a conocer en traducciones y artículos propios en la revista Ilustrada (1898-1900) decididamente modernista; ya que, curiosamente, ellos dos llegarían ser amigos cercanos y bohemios consecuentes de Darío.
Tenemos una deuda con los lectores acerca de ese movimiento, básico para entender lo que fue el modernismo, del cual apenas lo citamos en nuestro libro
Modernismo y criollismo en Santo Domingo en el siglo XIX, 2018, porque la más alta personalidad literaria que trató el tema: Max Henríquez Ureña (1886-1968), en su Breve Historia del Modernismo, 1954, no le dedica ni una mención, y solo hace referencias de otros autores. El catedrático canario citado por nosotros en el artículo anterior, José Ismael Gutiérrez (1964) recoge estas expresiones hablando de la Revista de América: “Declarado defensor del decadentismo, el poeta de Azul (1888) justifica los secretos mecanismos que dan originalidad a este tipo de poesía acudiendo a nociones como "misterio" o "ensueño", tan frecuentes en su imaginario. Aunque la escuela "decadente", según da a entender Darío, hunde sus raíces en la tradición.”
Otro día volveremos con el tema. Por ahora, lo citamos por ser el primer poema modernista de autor dominicano que hemos detectado y del cual hablaremos más adelante.
2. Una inocente revista para unas rifas semanales convertida en literaria
En nuestro libro citado, dijimos: “La revista El Hogar no era una de las grandes, se trataba de una muy modesta y no vivió muchos meses, pero dejó una estela fulgurante. Era un semanario que ha desaparecido de las hemerotecas, salvo la colección incompleta que pudimos revisar,” (en la Biblioteca de Emilio Rodríguez Demorizi en la Universidad Intec).
“En efecto, dirigida originalmente por Fabio Fiallo, entonces joven poeta y periodista, el 4 de noviembre de 1894 apareció el primer número de la revista El Hogar, con un nombre tan inocente que podría pensarse que se dedicaría a dar lecciones de bordar, tejer, cocinar o atender esposos o a los hijos, o cuanto más a enseñar a escribir cartas de amor o publicar pudorosos cuentos y poemas para solaz de las jóvenes capitaleñas. Pero no, muy contrario a lo que antes se había editado en el país, presentó sus credenciales publicando Fugitiva, un poema en prosa de Rubén Darío”.
3. Contenido de la revista El Hogar
El Hogar era realmente una revista de formato pequeño, que publicaba en la última página, como dijimos, el resultado de una lotería. Fiallo la aprovechó. Tulio hizo armas poéticas en ella, y al final la dirigió. La colección que pudimos revisar no está completa, va de la No. 1 a la 17 del 4/11/ 1494 al 23/2/ 1895. Tulio, después de publicar sus dos poemas en prosa partió hacia Venezuela donde encontró acogida entre los modernistas y colaboró en la revista El Cojo Ilustrado, que, salvo error u omisión, como fue fundada en 1892, se podría considerar la decana del modernismo, que era la más importante de la región del Caribe. Eso fue decisivo para que aquel muchacho bohemio que se dejaba el pelo largo como un bohemio, se superara y leyera lo que aquí era difícil que apareciera. Al año siguiente se fue a New York y aunque regresó para editar su libro Notas y Escorzos, 1898, de críticas; con él volvió y se quedó casi hasta el final del siglo allá, con viajes intermitentes aquí y a Venezuela, que no eran tan fácil entonces, a pesar de la gran cantidad y la alta calidad de muchos exiliados por causas políticas que tuvimos en ese siglo.
De Rubén Darío se publican seis poemas: Fugitiva (No. 1), En el mar (5), El velo de la reina Mab (9), El pájaro azul (12), Blasón (13) y A una novia (14), de los cuales, en el No. 5 y el 12 escogieron dos de Azul, por lo que, al buscar los demás, demostraron que leían las cosas nuevas y viejas de Rubén.
De Fabio Fiallo hay 7 colaboraciones, incluyendo un cuento; de Tulio solo hay dos: Pálida (2) con el seudónimo de Tulio Humes y Miosotis (5), que copiaremos al final. José Contreras Ramos, un periodista puertorriqueño, del cual solo supimos que era natural de Ponce, aparece en todos los números. De un escritor importante como César Nicolás Penson (1855-1901) hay cinco pequeños poemas o relatos en prosa, que no hemos visto comentados. Naturalmente, de los poetas románticos, aparecen textos de: José Joaquín Pérez (1845-1900), Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897), Gastón Fernando Deligne (1861-1913) y su hermano Rafael Alfredo (1863-1902), Enrique Henríquez (1959-1940), Emilio Prud’Homme (1856-1932), Miguel Ángel Garrido (1867-1908), Rafael Justino Castillo (1861-1933), y otros. Internacionales: Catule Mendes (1841-1909), Víctor Hugo (1802-1885), Lord Byron (1788-1824), Alfonso Daudet (1840-1897), Guy de Maupassant (1850-1893), Gustave Droz (1832-1835), Thomas Moore ((1779-1852). De Hispanoamérica: Manuel Gutiérrez Nájera (1858-1895), Nicolás Bolet Peraza (1828-1906)), Rufino Blanco Fombona (1874-1944), Andrés Mata (1870-1931), que era Jefe de Redacción del Listín Diario, favoreció el acercamiento con los venezolanos Bolet Peraza y Blanco Fombona y esa relación facilitó el viaje de Tulio a Caracas y su relación con los escritores venezolanos; Arturo Ambrogi (1875-1936), aunque el apellido de este poeta salvadoreño aparece como Ambrogui; y muchos otros modernistas más.
3. Los poemas en prosa de Tulio Manuel Cestero
Como Tulio publicó con un seudónimo, aclaró ser el autor, en una entrevista que le hiciera el director de la revista Letras Horacio Blanco Fombona (1889-1950) en la edición No. 27 del 12 de julio de 1917, al decir que “El decadentismo o modernismo como se le dominó en América, primó en mí.” Por eso hablamos de este movimiento, ya que él también declaró en esa entrevista que en ese poema habló de jarrones japoneses en una humilde casa de la calle San Pedro. Ese despliegue de poderío económico en la pobreza es parte integral de la falsa aristocracia de los decadentes, fácilmente comprensibles como una comparonería, lo que proclamaba José María Vargas Vila 1860-1933) al hablar de “la gleba”, o un escritor postumista que proclamó que tener su “torre de madera”; un poco más modesta de los que la tenían de “marfil”, vicio que persiste en ciertos intelectuales que proclaman, como decía uno muy distinguido: “Solo creo en la aristocracia del talento,” o “No leo títulos, leo firmas”.
Dicho esto, he aquí el poemas más decadente en la historia modernista del país:
Pálida
Triste se marchita allí, en el saloncito rojo, como se marchitan las oropéndolas, los lirios y las azucenas, en los japoneses jarrones. Hastiada, le mortifica el perfume de las flores, colocadas en los etruscos vasos griegos y en las manos de las diminutas marmóreas estatuas.
Las orientales esencias, encerradas en ánforas de cristales bohemios, producen le ratos de desesperación en los cuales golpea, regia con su pié-dije al alfombrado suelo del cuarto de estudio. Melancólica, los cuadros bizantinos que representan las odaliscas, bellas prisioneras de Stambul, que duermen al compás de la guzla mora, pulsadas por eunucos repugnantes, le cansan la vista y la obligan a buscar distracción en las figuras grotescas y chillonas de los damasquines tapices.
Su vida se consume allí, en el cuarto de estudio del poeta. Pierde los rojos tintes de las mejillas y se torna pálida. Los coralinos labios, que incitan al beso, toman el color de las tímidas violetas. Negligente, se deja caer en el sofá, y reclinada la cabeza en el respaldo, se oculta el bello rostro entre los encajes del blanco traje. Y escucha al poeta, su amante, el rey del verso, de la armonía, del ritmo que admirando las oscuras líneas de sus caderas, lee su último poema.
Adormecida, arrullada, escucha entre las cadencias de la ritma su histeria e ingrata, olvida el culto de que es objeto, para pensar en su aldea, con su río, culebra de plata y sus compañeras de retozos y paseos.
Pálida, triste, hastiada al llegar a la última estrofa, todavía riente, armónica, con las cadencias del vals. Los colores del iris y las líneas de la estatua se acuerda de que se marchita allí en el saloncito rojo; como las oropéndolas, los lirios y las azucenas, en los japoneses jarrones y arranca rápido el poema de las manos del joven poeta y con perlados dientecillos rómpelo en mil pedazos.
Miosotis
–Mozo trae más cerveza en jarrones y una copa de rom. Isaac pobre amigo, tomas tú rom?
Ese es el colmo, el rom aniquila y embrutece. La cerveza es la reina de los licores, ese chorro rubio, que cae de la llave de metal de la pequeña pipa, es el único rival que tienen los trenzados cabellos rubios de mi amada. La cerveza inspira y disipa las nostalgias y en el vaso, al consumirse la blanca espuma que la corona, produce un arrullador fru-fru de seda. Yo la escancio con deleite porque el recuerdo de mi amada ausente me tortura y esta bebida alemana me consuela!
Dentro de mi jarrón de barro esmaltado con vetas azules, la veo como en el día de la partida, en el viejo muelle donde los barcos encadenados rugían, al chocar impelidos por la corriente contra los anchos tablones.
Ah! esta cerveza es más amarga, pero más deseada, que las melancólicas barcarolas que entonaban con sus voces destempladas los marinos que la condujeron al bajel que en el puerto se tambaleaba y movía como un atleta borracho. Oh! cerveza–reina, tú das placer y quitas penas, con tu sabroso amargor.
Isaac qué día aquel! Yo tenía miedo, un miedo cerval; esa inmensidad azul, verde y blanca, que se irrita o está en calma, que brama, que murmura, podía robarme mi pequeño tesoro de artista.
Recuerdo bien todos los detalles tristes de aquella despedida, ella me miraba con sus ojos azules como miran las alondras quejumbrosas y los pintados colibríes de verde follaje, y sin embargo se marchó sin decirme que me amaba.
Isaac pobre amigo esta pena me atrofia y me obliga a ir tras ella. Feliz tú que no sientes ya; el rom te ha embrutecido, te envidio pero no pruebo esa medicina, prefiero la cerveza que al pasar por mi garganta produce un glu-glu encantador.
Oh, mi virgencita rubia, que cuando la media noche me sorprende pensando en ti, me parezca sentir tus mejillas frescas del color de las rosas de Jericó, junto a las mías pálidas y que las doradas guedejas de tus cabellos enjuguen el frío sudor que inunda mi frente de soñador,
–Mozo, trae cerveza en jarrones, más cerveza en jarrones de barro esmaltado de vetas azules a imitación de los blocks alemanes y rom para este pobre amigo Isaac.