"¿Y cómo ha ejercido España el dominio que indebidamente adquirió sobre unos pueblos libres? La opresión de todo género, las restricciones y la exacción de contribuciones desconocidas e inmerecidas (…) Los hábitos de un pueblo libre por muchos años han sido contrariados impolíticamente con un fuego quemante y de exterminio (…) He aquí las razones legales y los muy justos motivos que nos han obligado a tomar las armas y a defendernos, como lo haremos siempre, de la dominación que nos oprime, y que viola nuestros sacrosantos derechos (…) El mundo conocerá nuestra justicia, y fallará. El Gobierno Español deberá conocerla también, respetarla y obrar en consecuencia”.

Estas estremecedoras palabras son fragmentos del Acta de Independencia firmada en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, el 14 de septiembre de 1863. Eran los albores de la Guerra de la Restauración,iniciada el 16 de agosto de aquel año por un grupo de héroes en el lugar conocido como Capotillo Español, entrando por el oeste desde Haití. Su lucha por restaurar la República alcanzaría el éxito en 1865, hacen ahora 150 años. En 1861 el gobierno del general Pedro Santana había anexado el país al Reino de España, tras haber torcido el proyecto independentista de 1844, establecido un régimen caudillista y traicionado al General Juan Pablo Duarte, Padre de la Patria dominicana.

La Guerra de la Restauración fue la segunda guerra de Independencia dominicana, que a decir de uno de los más ilustres pensadores nacionales, Pedro Henríquez Ureña, “galvanizó la nacionalidad dominicana” y lo hizo de una manera muy especial: en una lucha popular, anticolonial y antillanista, cinco años antes que el Grito de Independencia en Cuba y el Grito de Lares en Puerto Rico.

Uno de los análisis que se han hecho sobre aquel suceso trascendental, lo ofreció el profesor Juan Bosch siendo Presidente de la República, cuando le correspondió encabezar los actos de celebración del Centenario de la Restauración, el 16 de agosto de 1963. Según Bosch, la guerra restauradora es “el acontecimiento histórico más importante de la República Dominicana”, precisamente porque en ella “tomó parte directa, activa y principal el propio pueblo dominicano. No fue una guerra hecha por caudillos”. En las batallas restauradoras, el pueblo dominicano combatió vestido con harapos, muchas veces descalzo, cargando al machete o armado simplemente con ramas de guaconejo, árbol cuya madera es reconocida por su dureza y densidad.

Además de popular, la Guerra de la Restauración se caracterizó por su visión anticolonial, expresada, por ejemplo, en el Acta de Independencia que se citaba más arriba. Pero esta visión fue más allá. Gregorio Luperón, el líder paradigmático de aquel proceso y encarnación de los ideales progresistas dominicanos durante los siguientes treinta años, planteaba la lucha contra el imperialismo español, primero, y contra el imperialismo norteamericano, después.

Posteriormente al triunfo de la Guerra Restauradora, a partir de 1868, se hacen patentes los esfuerzos –otra vez- del nuevo Gobierno dominicano y –esta vez- del Gobierno de Estados Unidos por anexarse la península de Samaná, en el noreste dominicano. Luperón asumió la lucha política y militar, revelándose contra la Doctrina Monroe y el entreguismo traidor de los nuevos gobernantes dominicanos; con el vapor “Telégrafo” realiza operaciones libertarias en la zona de conflicto. Al respecto, Luperón escribe al presidente de EE.UU., Ulises Grant:

"Si apeláramos ambos a un juicio imparcial de las naciones cultas, y preguntáramos cuál es el verdadero pirata: entre el General Luperón, que montaba el vapor “Telégrafo", procuraba salvar la integridad territorial del suelo que le vio nacer, o el Presidente Grant que envía sus vapores a ampararse de Samaná, sin previa autorización del Congreso Americano, la solución sería a mi ver difícil. Señor Presidente: S. E. ha abusado de la fuerza para proteger la más baja corrupción”.

Agregó que “Si es cierto que es humillante para el pueblo dominicano tener mandatarios tan traidores, no es menos indecoroso para el gran pueblo americano el que su Gobierno consienta en tan ruines achicamientos. Para ambas naciones el hecho es afrentoso (…) "La repetida doctrina de Monroe tiene sus vicios y sus delirios, nosotros creemos que la América debe pertenecer a sí misma (…) pero no pensamos que la América deba ser yanquee…”.

Pero además, como se enuncia en el título de este artículo, la lucha restauradora y el proyecto encaminado por su líder Gregorio Luperón, fue profundamente internacionalista y antillanista. Estableció profunda amistad con Hostos y con Betances, próceres de la independencia de Puerto Rico, y con José Martí, apóstol de la Independencia de Cuba, a la vez que recibió la ayuda denodada en dinero, armas y amistad de Fabré Geffrard y, en su momento, de Saget, ambos presidentes de Haití, en una visión compartida sobre la urgencia de la lucha común de los dos países de la isla por liberarse de tiranos y de toda amenaza imperialista.

Desde Haití se encaminaron prácticamente todas las insurrecciones organizadas por Luperón. El prócer trabajó con pasión en la idea de la Confederación Antillana, empujada por Hostos, y por una confederación domínico-haitiana, para la defensa común de la soberanía de los pueblos. Si en 1863 había llamado a luchar contra la anexión a España, treinta años después se lanzaba a la lucha contra el régimen de Ulises Heureaux, vislumbrando siempre la estrecha relación entre corrupción, tiranía y entreguismo, llamando a "la unidad de ambos pueblos, vencidos y hermanos" y que había ido en Haití "a dirigir la revolución que exigía la libertad, el progreso y la integridad del suelo patrio, y mañana, como consecuencia legítima y natural, del territorio haitiano", insistiendo nueva vez en su denuncia del "águila rapaz de los Estados Unidos que se cernía sobre la Bahía de Samaná".

Exactamente cien años después, en 1965, el Pueblo dominicano tomaría de nuevo las banderas democráticas y antiimperialistas en la jornada cívico-militar de la Revolución de Abril. La Guerra Restauradora dominicana es una epopeya dominicana y una de las gestas precursoras del latinoamericanismo libertario, popular y anticolonial, que debe y merece ser exaltada en el largo andar de nuestros pueblos por la unidad y la emancipación, aún en construcción a 150 años de la hazaña de Luperón y sus patriotas.