En muchos aspectos del quehacer nacional, ejercemos una democracia para la cual no estamos del todo preparados. Eso la hace débil e inoperante. Bosch solía referirse al “atraso político” del pueblo y  su afirmación posee todavía, a pesar del tiempo transcurrido y de su muerte, una vigencia extraordinaria.

Parte de la responsabilidad por ese atraso corresponde a sus líderes políticos, porque una de sus misiones es la de educar a la gente en materia cívica y política. Esa es una faceta relevante de sus responsabilidades como líderes que la mayoría de los políticos, en el gobierno como en la oposición, ha desestimado siempre. La labor educativa dentro del ejercicio de la actividad política nacional ha sido deprimente; virtualmente nula. Si la mayoría carece de un conocimiento sólido de sus deberes se debe en parte a que sus dirigentes no le han conferido valor a ese elemento vital de la formación democrática del pueblo. Probablemente también, porque muchos de ellos mismos desconocen los límites de esos deberes y derechos, razón que explica la facilidad e impunidad con que aquí se violan, se pisotean o se pasan por alto en situaciones decisivas esos  atribuidos del sistema.

Casi todo el esfuerzo de instrucción de las militancias políticas de los partidos ha sido dirigido a enseñarles su “obligación” de acudir periódicamente a mítines y desfiles y a palmotear consignas carentes de sentido. El proselitismo dominicano, como en el resto de Latinoamérica, ha sido siempre más dado a estimular los instintos y las bajas pasiones que a otro tipo de actividad más enaltecedora. Como resultado de nuestro atraso y el desconocimiento cabal de los deberes y derechos ciudadanos, las oportunidades democráticas han quedado restringidas a un estrecho cuadro que la hace ineficaz y poco atractiva a los ojos e intereses de grandes masas de población, ajenas por completo a sus virtudes.