Entre otras, una lección importante de los revolucionarios militares y civiles de la revolución de abril de 1965 que desplegamos con las armas en las manos las banderas justicieras del constitucionalismo democrático y del nacionalismo feroz, fue la de la resistencia permanente por 132 días despreciando así y bloqueando así el demoledor poder de las numerosas tropas invasoras de los E.U. de aquella vez –las que asesinaron con sus cañones 105 sin retroceso, morteros y ametralladoras calibre 50  probablemente a diez veces más moradores que revolucionarios caídos en combate-.

Mis reseñas del día a día de aquella revolución en la columna Cincuenta Años Después en el diario Hoy reflejan la tozudez del Presidente Francisco Caamaño Deñó y sus adláteres militares y la de las fuerzas políticas y no políticas que insistieron hasta el último día en que su causa era justa, que la razón política era su morada y que no cederían ni un ápice en la defensa de los atributos democráticos del constitucionalismo que la motivó y en la defensa de la soberanía nacional.

El cronológico de las negociaciones impuestas es la prueba más palpable de que los “dominadores” se salían con frecuencia de casillas al comprobar que en los temas fundamentales los constitucionalistas no cedían ¡y nunca cedieron!; aunque para “convencerlos” atacaron y avanzaron los días 15 y 16 de junio y posteriormente en medio de las negociaciones impuestas por el acoso y el tiempo.

“Estamos defendiendo a los malos y atacando a los buenos”, fue aproximadamente una queja recurrente de jóvenes soldados estadounidenses recogidas por los corresponsales de guerra y que he citado en Cincuenta Años Después

Los Estados Unidos sufrieron una derrota político moral ante los constitucionalistas – “¡Soy el hombre más atacado en el mundo!”, llegó a lamentarse el presidente estadounidense Lyndon B. Johnson- que les impusieron sus principios originales de la Constitución de 1963 en el Acta Institucional, su protagonismo como únicos interlocutores válidos –nunca aceptaron al General Imbert como sujeto de negociación y los E.U. tuvieron que marginarlo hasta que ordenaron la renuncia de su “gobierno”-y los llevaron a aceptar su permanencia en las Fuerzas Armadas y a reconocerlos como dignos de admiración tal que luego de la firma de los acuerdos permitieron que oficiales y no oficiales de su ejército se retrataran con y/o  les solicitaran autógrafos al Presidente Caamaño Deñó, a Manuel Ramón Montes Arache y a otros como podría comprobarse en fotografías difundidas, principalmente aquellas en que aparece autografiando Montes Arache.

“Estamos defendiendo a los malos y atacando a los buenos”, fue aproximadamente una queja recurrente de jóvenes soldados estadounidenses recogidas por los corresponsales de guerra y que he citado en Cincuenta Años Después.

Al enfrentarnos al enorme poderío de aquellos invasores libramos tres guerras: la guerra militar, la guerra propagandística y la guerra política. Sin lugar a dudas que los derrotamos en las guerras política y propagandística, que no fue ni es paja de coco, y que en la Guerra Militar por su indudable superioridad nos acorralaron, nos acosaron y amenazaron con exterminarnos… y no pudieron hacerlo porque los bloqueábamos propagandística y políticamente.

La única fórmula posible de defensa digna ante el actual proceso de borrar nuestra soberanía y homogenizar la isla valiéndose de los muchachos de mandado funcionarios haitianos y la blandenguería oficial consiste en la resistencia permanente y el rechazo de los consejillos sospechosos de que hay que transigir. ¿Transigir qué?

Como los constitucionalista de 1965: desarrollar un accionar constante en la resistencia permanente y llamar las cosas por sus verdaderos nombres. No hay de otra.