Hace cerca de ocho años, al tomar posesión por segunda vez como Presidente de la República, el Dr. Leonel Fernández encontró a este pueblo postrado, tras la debacle producida por el fraude de Baninter y la socialización de su deuda por parte del anterior gobierno. Con la astucia política que lo caracteriza, se inventó una frase que le sirviera como grito de guerra para cambiar ese estado de ánimo e infundir un  espíritu de optimismo y de confianza hacia el futuro: "E' pa' lante que vamos!".

A algunos economistas nos sorprendió la frase, pues antes que tanto optimismo, estábamos a la espera de algún anuncio sobre lo que se proponía el gobierno para afrontar lo que parecía el problema más inmediato, que era ese inmenso agujero financiero que había dejado Baninter, una deuda cuasifiscal de 90 mil millones de pesos, generando a su vez un déficit anual por vía del pago de los intereses, por "30 mil millones de pesos inorgánicos al año" según sus propias palabras.

Lo extraño es que no se habló de ello, salvo para anunciar que había conversado para conseguir el compromiso de destacados empresarios, nacionales e internacionales, para que depositaran en el Banco Central o el Banco de Reservas los fondos de futuras inversiones, con los cuales se pretendía desmontar el déficit cuasifiscal.

Aparentemente el Presidente entendió que esa deuda no era su problema, como tampoco lo serían nuevas deudas públicas en que fue incurriendo el Tesoro, de modo que la deuda cuasifiscal ni se pagó ni disminuyó, sino que se multiplicó. En noviembre pasado superó los 245 mil millones.

Sin embargo, en una cosa tenía razón: el país podía convivir con esa deuda, y dedicar los fondos públicos a otros fines, de modo que muchas cosas en la economía pasaron a ser diferentes, y la frase "E' pa' lante que vamos!", junto a un ambiente de mayor estabilidad macroeconómica y confianza, contribuyeron a generar una imagen de progreso que se mantuvo por buen tiempo.

Esa imagen, condimentada con una buena dosis de publicidad y relaciones públicas internacionales, y acompañada de ciertos ejercicios de ilusionismo económico en la divulgación de cifras positivas, posibilitaron que se haya difundido una idea muy exagerada de prosperidad, mucho más que la realidad. Esa imagen adquirió fuerza a nivel local, pero también por el mundo.

Pero después, al ver que los indicadores fundamentales de la sociedad dominicana se mantenían igual o se agravaban, excepto el producto per cápita, se comenzaron a generar serias dudas, pues muchos observadores locales e internacionales comenzaron a pensar que cómo puede ser que todo vaya tan pa’lante cuando nada funciona bien. Para los técnicos algo experimentados, las dudas se convertían en sospechas al ver las incoherencias de las estadísticas económicas.

Como que algunas cosas no cuadraban muy bien. Normalmente el progreso es integral, y es difícil concebir una sociedad en que se duplica el producto per cápita mientras todo se mantiene igual. Es más, mientras ciertas cosas empeoran.

De forma que mientras los datos dominicanos hablan de tanto progreso, los datos internacionales evalúan muy mal al país, lo cual ha venido ganando cuerpo en los años recientes. Y esto, que muchos de los rating que se preparan fuera del país están influidos positivamente por los datos macroeconómicos, que les llegan en bruto desde aquí. De lo contrario, traducirían una imagen peor.

Fuera del enorme esfuerzo de relaciones públicas que resulta de las propias habilidades e intereses del Presidente Fernández y su Fundación Global, el mundo se ha venido formando una idea muy negativa de cómo funciona el Estado Dominicano.

Los que preparan o analizan los diversos índices que publican organismos como el PNUD, el BID, el Banco Mundial, la OIT, el Foro Económico Mundial, Transparencia Internacional, los que evalúan la calidad educativa, como LLECE, PISA, etc., entienden que no puede ser que se hable tanto de prosperidad cuando marcha tan mal la educación, la salud, la producción de bienes, la competitividad de la economía, el empleo, los ingresos reales, la policía, la electricidad y, particularmente, la institucionalidad. Que haya tanta ineficiencia, inseguridad jurídica, delincuencia y tanta corrupción.

Nunca olvidaré el gesto de sorpresa que vi hace unos años en un diplomático de un organismo internacional apostado en la República Dominicana. Viajábamos en el mismo avión desde Santo Domingo, y nos encontramos en el Aeropuerto de Panamá. Al manifestar interés en saber hacia dónde me dirigía le dije que participaría en una reunión de Transparencia Internacional en la cual se evaluaría el cumplimiento de una convención firmada por el Gobierno Dominicano con otros países "Por una Región Libre de Corrupción". Se paró frente a mí, cruzó los brazos, me miró fijamente con una sonrisa que no sabría describir y me respondió "Tú me estás haciendo un chiste, ¿verdad?"

Pero desde hace tiempo lo viene diciendo el Índice de Competitividad Global (ICG) del Foro Económico Mundial. Por consiguiente, no es nada de sorprender las declaraciones recientes de los embajadores británico y  estadounidense. Particularmente este último que puso el dedo sobre las tres llagas más sangrantes: educación, transparencia y electricidad. Tres enormes barreras para el progreso dominicano.

El golpe más reciente fue la baja clasificación obtenida por el país en el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) de Transparencia Internacional, que le asigna al país una puntuación de apenas 2.6 de 10 posibles, la calificación más baja obtenida desde que la República Dominicana es evaluada. Y que dice que es uno de los estados más corruptos del mundo.

Muchos otros ratings vienen diciendo lo mismo, pero el ICG y el IPC llaman la atención por ser más completos, el primero por cubrir diversos aspectos de lo que se puede entender como la institucionalidad y la prosperidad de una nación y ambos porque permiten ver la visión de muchos agentes. Porque reflejan cómo somos visto por el mundo empresarial, inversionistas internacionales, diplomáticos, expertos de organismos internacionales, agentes de la vida académica y de los medios de comunicación con los cuales el Dr. Leonel Fernández tanto se codea tratando de vender una imagen diferente. Y hacia los cuales van dirigidas muchas de las estadísticas tan positivas que se difunden.