A mi amigo JC que trabajaba como técnico en la NASA de los Estados Unidos -la que te ponen un cohete en las nalgas y te mandan al infinito con estrellas- lo trasladaron a las instalaciones que tenían montadas en la localidad de Robledo de Chavela, provincia de Madrid, para el seguimiento de sus naves y satélites artificiales.

A su regreso, sostuvimos una amena y larga charla sobre las experiencias en esa sofisticada institución, sus viajes por el mundo, y otros muchos acontecimientos ocurridos durante sus varios años de ausencia.

No recuerdo por qué causas de conexiones en el viaje de vuelta JC tuvo que pasar un par de días en Santo Domingo donde se alojó en el hotel Embajador, y en dicha conversación me contó que la gente que había visto era muy pobre, que muchos iban descalzos y que era un país peligroso para los blancos, esa fue su particular percepción de solo unas horas de estancia.

Como en mi imaginación aventurera nunca estaba la de pasar por la R.D., ni en sueños dulces ni en pesadillas amargas, borré de mi cabeza esa parte de la conversación que si bien sonaba un tanto anecdótica no era de mi principal interés.

Pero ustedes ya saben cómo es la vida, un bola de capricho en envuelta en azúcar y sal vagabundeando por el destino sin saber muchas veces dónde ir ni dónde llegar. El caso es que varios años después salí a dar ¨una vuelta¨ para conocer las selvas de Venezuela o Colombia y, por unas y otras causas ya explicadas en otra ocasión, aterricé antes de llegar a mi destino final en la capital dominicana donde resido desde hace casi medio siglo.

Ya instalado en el hotel a solo unos pasos del Conde, y al salir por primera vez a la calle eso que llaman inconsciente, semiconsciente, o consciente anestesiado, o como quieran bautizarlo los señores psicólogos y psiquiatras que de eso saben más que nosotros, aquello de que la República Dominicana era peligrosa para los blancos salió rápido a flote en mi cerebro ¡fuap! como un corcho liberado desde el fondo del agua.

Así que primeros días iba preocupado en castellano, y como chivo en dominicano, mirando a todos y a todo, no fuera ser que durara menos que un caramelo en la puerta de un colegio.

Lo de la pobreza me pareció relativo porque había gente bien vestida, medio bien vestida y también mal vestida. Desde luego hace cincuenta años el país no tenía el nivel actual de carros, torres, restaurantes y bares sofisticados, instalaciones turísticas de primer orden, las autopistas de hoy día… y la capital era más bien una maravillosa aldea grande de un millón de habitantes donde tantos se conocían o eran familia lejana o cercana.

Lo de ir descalzo no lo vi sino un par de veces, una en algún mendigo muy mendigo y otra en unos niños pobres que sin percatarse aún de su condición jugaban y parecían muy felices. Y lo de la peligrosidad es otro tema que relataremos a continuación.

Como publicista siempre he desarrollado la observación, que tan importante es para nuestros trabajos de creatividad, así que me puse a escudriñar a los viandantes, a los grupos que cherchaban en las esquinas, a la gente que caminaba rápido o lento, los carros, los motores, los triciclos venduteros, hasta los perros viralatas,

Y observé que las personas de todos los colores, indios, indios claros, indios canela, indios oscuros, rubios mala clase, caco locrios, jabaos, morenos, negros, prietos, blancos, blanquitos, albinos… hablaban y charlaban contentas, eran muy simpáticas y comunicativas, y si les preguntaba por algún lugar me atendían con toda la amabilidad del mundo, con una sonrisa Colgate -valga el anuncio- de oreja a oreja e incluso se ofrecían a acompañarme para que no me extraviara.

Fue también de una empleada de una tienda para mi total sorpresa y por primera vez en mi vida que oí eso tan increíble de ¨mi amor, en que puedo ayudarte¨, ese ¨mi amor¨ tan dominicano y que para mí siempre ha expresado uno de los rasgos más importantes del carácter bondadoso y afable del país.

En consecuencia ese miedo de ser una persona blanca que podía acabar sancochada en un gran caldero junto a unos víveres de yautía yuca o ñame de compaña, y ser devorada por caníbales hambrientos como en los muñequitos de antes sobre los exploradores en África, se iba aflojando como una corbata en un día de calor.

Lo que le puso la tapa al pomo, o mejor dicho se lo quitó del todo disipando así cualquier temor, fue que caminando por las calles de la zona colonial miraba las casas y notaba que las de la planta baja muchas de ellas tenían las puertas abiertas o entornadas y para mis adentros pensaba que la convivencia no debería ser peligrosa por la sencilla razón de donde hay puertas abiertas no deben haber ladrones o asaltantes, los dominicanos podían ser cándidos, pero no tontos.

Y en efecto, en esa época aún con bastante ¨resaca trujillística¨ en muchos aspectos y uno de ellos era que había un alto índice de seguridad y se podía caminar por cualquier parte y a cualquier hora de la ciudad sin problema alguno.

Y fue en la calle Palo Hincado que vi una puerta un tanto abierta y asomando un poco la cabeza para ¨vitillear¨ cómo era un hogar dominicano por dentro, los dueños sin conocerme me invitaron de manera reiterada a entrar pues yo me rehusaba por pura timidez. Como era de esperar sentados en una mecedora me preguntaron de dónde venía, qué hacía y allí hablamos un buen rato, me sirvieron café y jugo de china -riquísimo- , ya éramos amigos, su casa me la brindaron para lo que hiciera falta.

¿En qué país podía suceder este acto tan temerario de confianza de dejar entrar a un total desconocido? No lo piensen, creo que solo en República Dominicana, donde nunca por ser blanco, pobre o rico, alto o bajo, feo o lindo, de izquierdas o de derechas, he tenido el sentimiento de estar en peligro. Que me pudieran robar o asaltar como en cualquier ciudad del mundo es otra cosa muy diferente.

Después, y de nuevo por cosas de la caprichosa vida, mi amigo JC ha venido varias veces a visitarme e incluso residió en el país con su esposa y sus dos hijos durante una temporada quedando encantado desde el primer momento que pisó suelo dominicano con otra perspectiva. De los dominicanos dice siempre que es un pueblo alegre, divertido, amistoso, espontáneo y lo resume sonriendo siempre con ¨la expresión tan española de ¨son unos cachondos¨ -son muy especiales, muy simpáticos- por cierto JC vendrá dentro de poco a visitarme y seguro que se irá tan contento e impresionado como las veces anteriores.

Nada como conocer a la gente en su salsa para cambiar de opinión.