"Roban laptop y matan a general en la galería de su casa", "Matan dos hombres a tiros y asaltan a familia", "Asesinan teniente coronel ayudante del jefe DNCD", "Raptan, violan y matan una niña de 9 años", "Desconocidos matan a dos hombres durante asalto en el ensanche Luperón"…Los titulares de la prensa y los noticiarios dominicanos cada día se vuelven más fúnebres y monotemáticos.
¡No hay dudas! La criminalidad y la violencia se pasean ya dueña y señora de nuestra sociedad. La paz social que décadas atrás exhibía, y hasta fanfarroneaba, República Dominicana respecto a otros países lejos ha quedado; ahora el nivel de inseguridad ciudadana es cada vez más alarmante.
Sin importar que en un momento, las autoridades de turno hayan querido indicar que el auge de la delincuencia era un asunto de percepción los hechos están ahí. Cada vez más dominicanos y dominicanos están perdiendo su vida, lo más valioso que posee un ser humano, en atracos, asaltos, robos.
Y, a diferencia de cómo pasaba antes, ya no podemos limitar la criminalidad al sector desfavorecido socialmente ni a una franja de horario o actividades específicas. Estos lamentables hechos de violencia suceden lo mismo en un barrio marginado que en un exclusivo residencial, en la mañana o en la madrugada, cerca de centros académicos, iglesias u oficinas como de bares, colmadones y discotecas: ¡Ya no hay nada ni nadie seguro!
La preocupación es grande y generalizada, tanto así que la Encuesta Barómetro de las Américas del pasado año reveló que la percepción de la inseguridad ciudadana en República Dominicana aumentó en el 2010 y en la comparación regional el país aparece entre los Estados de mayor percepción de inseguridad que se traduce en miedo.
A los dominicanos no le cabe duda de la gravedad de la situación, por eso el otro día, conversando sobre este tema con un amigo que pertenece a la clase social privilegiada me dijo: "El punto es que ya todos sabemos que algún día nos va a tocar ser víctima de un atraco porque los asaltos a personas de nuestros círculos reflejan la penetración de la delincuencia a este extracto social, lo que tenemos que rogar es que el día que nos toque el tiguere no esté de mal humor y no sea bellaco, sino que se conforme con llevarse nuestras pertenencias y nos deje vivos". Tal nivel de desesperanza y resignación hay en nuestra población.
¿Lo peor del caso? La desesperanza es justificable si tomamos en cuenta que tenemos unas autoridades que, tras varios años en el gobierno, insisten en un enfoque errado de la solución a este problema, porque en el caso contrario lo primero que hay que hacer es romper los estigmas de la criminalidad. Esto porque en la visión predominante en el país se limita a entender como criminales a los pertenecientes a un sector poblacional y social específico: joven, negro y feo.
Respecto a esto, el fin de semana la Red Nacional de Acción Juvenil emitió un interesante comunicado donde señala la necesidad de "cuando se habla de delincuencia y violencia, no limitarlo a la situación de los sectores marginados, donde incluso de manera tácita y actualizada se refleja el acopio del enfoque biológico de la criminalidad planteado por Cesare Lombrosso, en donde todo aquel que es pobre, negro y feo se presume delincuente".
La Red de Acción Juvenil señala la necesidad de incluir en la discusión sobre seguridad ciudadana, la criminalidad instaurada en los sectores empresariales y oligárquicos, así como en el sector político y militar, a través del lavado de activos, narcotráfico, contrabando, la corrupción administrativa promovida desde todas las funciones, sea la ejecutiva, la legislativa y la judicial, porque todo esto forma parte de un sistema y una estructura económica y política que promueven estas acciones ilícitas.
Sólo después de esta ampliación del concepto, se podrá entonces hablar de un combate real a la criminalidad, no un combate virtual que se libra desde los titulares de prensa. Las conferencias sobre el tema sólo le lucen a los intelectuales, analistas y comentaristas del país, las medidas del Jefe de Estado deben ser otras, él no fue elegido para conferenciar, sino para trabajar y tomar medidas puntuales y, sobretodo, efectivas.
La observación también es válida para los cuerpos oficiales y militares del país. Tampoco quedan dudas de la poca efectividad del recrudecimiento de la política de "mano dura" contra los delincuentes, si así fuese con la cantidad de intercambio de disparos que se suceden en esta media isla ya no quedase un criminal de pie (en el primer semestre de este año 175 civiles murieron en intercambios de disparos según datos de la Policía Nacional). Efectivamente, la represión policial, por demás mal dirigida, no es la solución.
Mas, si en algún momento de esta penosa situación y limitado debate queremos apuntalar a las raíces y causas reales de la criminalidad y la violencia, busquémosla, en el caso de los delincuentes marginales, en la pobreza, en la marginalidad, en la falta de educación y de trabajo, en la poca garantía social y falta de educación hogareña.
En el caso de la delincuencia de cuello blanco, apuntalemos como causas a la corrupción, a la impunidad, a la complicidad política y económica, a la exhibición de estilos de vida por demás suntuosos y al consumismo desproporcionado. Aquí yace en realidad el monstruo de la criminalidad y es aquí a donde debemos enfocar nuestros cañones si en realidad queremos acabar con el monstruo de la violencia antes de que éste acabe con la vida de nosotros y de nuestro seres queridos porque en la República de las Crónicas Rojas ya la vida de sus ciudadanos no vale nada.