Nadie niega que la historia de la humanidad está llena de hechos heroicos, pero también lo está de eventos trágicos, holocaustos, locuras y espanto. Guerras innecesarias han llenado de sangre a nuestros pueblos, sorprendidos en su inocencia y condicionados por la fuerza de la propaganda política; pero nada ha detenido la resistencia patriótica de sus mejores hombres y mujeres. Las estructuras políticas y los mandos militares han funcionado de manera consciente y planificada para controlar la conciencia colectiva. Los discursos de los líderes, sin importar su ideología o religión, han conducido a los pueblos por los caminos de la confrontación permanente, en la defensa de intereses que no tienen que ver nada con las naciones y su gente. Los seres humanos entran obligados al fuego cruzado del cerco que les tienden los bandos en conflicto.

El poder político, movido por las ambiciones humanas, ha estado casi siempre al servicio de lo peor de la sociedad. El colonialismo y el neocolonialismo han tenido sus testaferros conspirando contra lo nacional, lo propio y patriótico. El amo se monta sobre sus postulados de dominio y el socio nacional vende la patria por una porción marginal muy cercana a la migaja de la indigna transacción que no cree sino en la fortuna ausente de sudor y sacrificio. El pasado histórico, próceres y héroes son borrados a través del currículo oculto y las estrategias mediáticas.

En el marco de esta realidad, que no es sólo del subdesarrollo, la voluntad popular resiste bajo cualquier forma de lucha, aunque muchas veces parece apagada por el poderío de un sistema injusto, pero con una enorme y feroz inteligencia capaz de reciclarse y reproducirse en la conducta de los propios excluidos. La voluntad popular es la articulación de fuerzas de lo mejor de la sociedad en reclamo de una reivindicación de cualquier tipo en beneficio del bien común de su colectivo. Una necesidad social en lo local o en lo nacional, o una acción considerada como hecho de injusticia a nivel internacional, puede desatar una poderosa fuerza de resistencia y de denuncia pública que no habrá fuerza humana que sea capaz de detener las acciones de indignación que se genera en el seno de las comunidades y sus pobladores.

Nada es más poderoso que la voluntad popular de los pueblos cuando se unen alrededor de un objetivo común y la gente se indigna y asume un reclamo que va calando en el corazón de los seres humanos. Estamos llenos de ejemplos en la historia. La injusta guerra de Vietnam, o contra Vietnam, fue derrotada no sólo por la resistencia de ese heroico pueblo hermano, sino también, y fundamentalmente, por las voces de los países y pueblos del mundo que marcharon contra la agresión militar de los Estados Unidos en contra de ese pueblo que resistió con dignidad, dando ejemplo al mundo de su coraje y determinación. El propio pueblo estadounidense marchó por las calles de su país reclamando el fin de la guerra.

La voluntad popular de los pueblos es invencible. Poder económico, fuerzas militares, partidos políticos y otros recursos del poder político jamás podrán detener la fuerza de los hombres y mujeres de un pueblo unido en defensa de su dignidad y decoro. El pueblo dominicano resistió heroicamente, durante varios meses, defendiendo su democracia en unos cuantos kilómetros cuadrados del ejército más poderoso del mundo. La unidad de los militares constitucionalistas y el pueblo en armas se hizo invencible en la Gesta Patriótica de Abril del 65, en reclamo de la reposición de su Gobierno democrático encabezado por Juan Bosch.

La voluntad popular movilizada por las calles de Puerto Rico se llevó de paro al Gobernador Ricardo Roselló. Los medios de los que disponía el poder político no pudieron resistir las protestas, cada vez más crecientes, en la calle de esa sufrida isla hermana. El justo reclamo fue por el respeto a los derechos de los ciudadanos, burlados inapropiadamente a través un chat grupal lleno de mensajes ofensivos a la dignidad de muchas personas que no habían causado daño alguno a la sociedad ni a particulares, y menos al propio Gobernador. Éste, acorralado por el poder de las movilizaciones ciudadanas, usó varias estrategias para retener el poder; sin embargo, no pudo con la voluntad del pueblo expresada en las calles. Es el mejor ejemplo fresco en nuestras memorias de lo que es la voluntad popular.