Cada año, a partir de la fecha del natalicio del patricio dominicano Juan Pablo Duarte, el 26 de enero, y hasta todo el mes de febrero, asistimos en República Dominicana a una euforia patriótica, la cual se aprovecha para hacer resurgir el nacionalismo anti-haitiano.
En el ámbito político varios sectores se disputan como si fuera una competencia, la potestad del nacionalismo dominicano: líderes y adeptos de la “fuerza progresista” (sector político conocido más conservador), el partido oficialista, la oposición mayoritaria y “moderna”, y otras figuras como el nieto del dictador Trujillo, que por igual invocan el “problema haitiano”.
El caso de Ramfis Trujillo nos llama la atención. Hace algunas semanas se ha estado promoviendo la candidatura presidencial del nieto del que fuera el “generalísimo”, que encarnó la época más sangrienta y dolorosa en la historia de la dictadura en la nación.
Con relación al tema de la presencia haitiana en República Dominicana podemos recordar un episodio lamentable y vergonzoso, tanto para los/as inmigrantes haitianos/as como para dominicanos/as de color negro, pobre, y quienes vivían mayormente en la zona fronteriza domínico-haitiana. En octubre de 2012 se conmemoró, tanto en República Dominicana como en Haití, los 75 años de la “masacre del perejil”, ordenada por Trujillo en 1937 y que, según estimaciones del historiador dominicano Bernardo Vega, acabó con la vida de más de 30 mil personas haitianas.
¿Hasta qué nivel de bajeza tiene que mostrar Trujillito antes que las autoridades estatales le adviertan que vivimos actualmente en una intención de Estado social y democrático de derecho?
Sucedió en una coyuntura especial, particular, y que se asemeja a la situación actual del país: diversos sectores nacionales (incuso internacionales)- venciendo el miedo y el terror de Estado impuesto por el jefe supremo dominicano- empezaron a levantar las voces en contra de las violaciones de derechos humanos, la crisis económica, los abusos o excesos del ejercicio de poder del régimen trujillista… ¿Coincidencia?
En ese mismo camino quiere trascender el “nietísimo”, como lo están apodando muchos/as dominicanos/as, por su intenso activismo en la defensa de la “buena persona, con demasiado sentido de humanismo” que tenía su abuelo, el “generalísimo” Rafael Leónidas Trujillo.
En una de sus intervenciones en la carrera por el supremo puesto de la nación, Trujillito promete que en su gobierno los dominicanos caminarán con total seguridad en las calles “sin que un nacional haitiano lo atraque”… Una falacia que diariamente usan sus seguidores y otros sectores nacionalistas: el inmigrante haitiano es “naturalmente” un delincuente.
Nada más falso, y creo que la mayoría está conscientes de eso, y se le puede asegurar que si alguien se encuentra caminando tarde de noche en un sector menos seguro y se cruza con haitianos (claro, al darse cuenta porque están hablando creole, no porque sean de color negro o “indio”), tenga la mínima duda que pueda ser asaltado o molestado por éstos.
¿Hasta qué nivel de bajeza tiene que mostrar Trujillito antes que las autoridades estatales le adviertan que vivimos actualmente en una intención de Estado social y democrático de derecho?
El artículo 39 de la Carta Magna de la República Dominicana ordena que “todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, reciben la misma protección y trato de las instituciones, autoridades y demás personas y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin ninguna discriminación por razones de género, color, edad, discapacidad, nacionalidad, vínculos familiares, lengua, religión, opinión política o filosófica, condición social o personal…”.
Más adelante, se dice del rol del Estado con respecto al tema de la igualdad: “En consecuencia… El Estado debe promover las condiciones jurídicas y administrativas para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas para prevenir y combatir la discriminación, la marginalidad, la vulnerabilidad y la exclusión…”.
La candidatura de Ramfis Trujillo en sí no causaría ruido, ni preocupa; pero sostener o promover tal candidatura de Trujillito sobre la base del discurso antihaitiano es inaceptable. Totalmente inaceptable.
Al no invertir en la educación, orientación y la memoria colectiva histórica, los gobiernos están invirtiendo en la ignorancia, la mediocridad, la mentalidad cavernícola, haciendo así posible el cómodo uso de las herramientas de manipulación y la tergiversación. ¡Hay que parar ya esa paranoia nacionalista!