El opio adormece, y fanatiza, mientras que el fermento dispara la indignación, y mueve a luchar por el bien común.
La religión como opio se refugia en las posiciones más conservadoras, defiende a los ricos, y se apega a tradiciones contrarias a las ideas originales, como sucedió con el catolicismo medieval, y con el evangelicalismo actual. La religión como fermento es progresista, defiende a los pobres, y mantiene los predicamentos originales.
La religión como opio usa rituales pomposos, un clero hipócrita, y feligreses que se dejan llevar, que no analizan, y que son llevados de acá para allá sin el más mínimo cuestionamiento. La religión como fermento se compromete con la justicia, sus lideres son dignos, y forman una masa critica contestataria.
La religión como opio es muerte, se opone al sentido común, y se aferra a consignas del pasado, sin ponerse al día con los avances de la ciencia. La religión como fermento es vida, razona y analiza, y sabe interpretar los nuevos hallazgos científicos a la luz de los predicamentos originales.
Sugiero mantener el calificativo de ‘religión’ cuando es opio que adormece, se aferra a la tradición, depende de rituales, y, en el fondo, promueve la muerte, y, sugiero definir como ‘fe’ la otra religión, la que es fermento de cambio social, enfrenta los usos tradicionales, reclama justicia, y, en el fondo y en la forma, promueve la vida.
El “hombre protestante” de Max Weber es un buen ejemplo de fe-como-fermento- para-el-cambio social, y se refiere a un momento cuando el púlpito produjo una nueva conciencia, como se demuestra en el caso de William Wilberforce, luchando contra la trata de negros en Europa, y de Margaret Fell, luchando por el derecho femenino al voto, a la educación, y a un igual trato ante la ley.
La religión, por el contrario, es siempre un falso fundamentalismo, pues supone aferrarse a los fundamentos originales, pero, en realidad, construye fetiches, por ejemplos: el clero, las supersticiones, el culto pomposo, y el contubernio con la clase dominante.
El mensaje de algunos pastores, católicos y evangélicos, le hace más daño al mensaje de Cristo que todas las arengas de los ateos, y todos los escritos anticristianos de los últimos siglos. En lugar de ser profetas promoviendo la justicia y el mensaje transformador, estos pastores se aferran a posiciones ultraconservadoras, sin base escritural, e ignorando la historia de la Iglesia. En Estados Unidos, esos pastores apoyaron la guerra de Vietnam, se opusieron a los derechos civiles, y defendieron a rajatabla las posiciones ultraconservadoras del Partido Republicano. En República Dominicana, estos religiosos apoyaron con uña y dientes la sentencia 168-13, se sumaron al carro de la reelección, y asumen ante el aborto posiciones indefendibles, no solo a la luz de las Escrituras, sino a la luz del más elemental sentido común.
Con estas posturas, los religiosas dan argumento a los enemigos de la fe, y, lo que es peor, muchas veces se dejan seducir por prebendas materiales. Me atrevo a decir que, el tigueraje domina, no solo a los dirigentes políticos, sino a muchos pastores, católicos y protestantes. Si hoy tuviéramos creyentes que fueran fermento contra la injusticia, nuestro país sería diferente. Nuestra actual praxis religiosa se resume en el dicho: “a Dios rogando, y con el mazo dando”.
Faltan profetas, como Juan el Bautista que denunciaba a Herodes; como Eliseo, que rechazó los regalos de Naaman, o, como Santiago, que denunció la explotación de los obreros por sus patronos. ¿Alguien dice algo ante la corrupción rampante? ¿Alguien dice algo ante el comesolismo? ¿Alguien dice algo ante los salarios lujosos y los privilegios irritantes de la clase gobernante de hoy?
Si no tienen nada que decir, hubiera sido mejor callarse, y no soltar tantos dislates que vemos en los medios, y que ofenden el mensaje de Cristo.