En el año 1844 el filósofo alemán Karl Marx afirmaba, con una frase lapidaria, que la religión es el opio del pueblo. Sostenía que al pueblo se le adormecía con la promesa ilusoria de una vida feliz y plena en el cielo.
Es cierto que atreves de la historia muchos líderes políticos se han unidos a muchos líderes religiosos para legitimar sistemas de gobierno injustos, dictatoriales y perversos; y en muchos casos la religión ha servido como un poderoso analgésico que evitaba el levantamiento de un pueblo ávido de justicia y lo justificaba con la “palabra de Dios” que dice en Romanos 13: “Que todos se sometan a las autoridades establecidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se resiste al orden divino…”
Pero los hombres y mujeres más inteligentes que conozco y que han aportado sabiduría a mi vida, son personas profundamente religiosas y profundamente cultas consagradas al estudio de las humanidades, defensores de los derechos humanos, de las libertades religiosas, de la diversidad sexual y de la democracia. Esto me lleva a pensar que no es la religión el opio del pueblo sino la ignorancia.
El ser humano es un animal religioso, pero la religión hace mucho daño a los que no leen, pues los ignorantes creen todo lo que le dicen. Hace daño a quienes no han tenido un acercamiento a la historia de la humanidad, la filosofía, la teología, la literatura. Hace daño a quienes no conocen su propia religión y se aferran a una imagen de Dios que ellos mismos se han construido, pues todos los fanáticos religiosos crean dioses a su propia imagen y semejanza. Proyectan en Dios su homofobia, su intolerancia, su racismo, su pobreza de espíritu, su misoginia, sus frustraciones y mediocridades.
No busquemos el opio en la religión sino en la ignorancia. Se pueden encontrar a muchos sabios a lo largo de la historia que como puntualicé más arriba, fueron hombres y mujeres profundamente religiosos. Pero si la gente no lee y no le interesa conocer siquiera su propio credo, su propia religión para así poder dar razón de sus creencias; entonces se le obnubila el pensamiento, se pierde en la caverna y su religión lo único que hace es agravar más ese estado de oscurantismo.
Proyectan en Dios su homofobia, su intolerancia, su racismo, su pobreza de espíritu, su misoginia, sus frustraciones y mediocridades
Por eso la religión puede hacer mucho daño y se presta para manipular fácilmente a los adeptos que no cuestionan nada porque carecen de algo elemental, de lo único que nos distingue, según dicen, del resto de los animales. Me refiero a la inteligencia, la razón, el discernimiento, la libertad.
La incultura y la ignorancia le han permitido a la religión relegar a la mujer poniéndola en la cocina, hacer que los gais se avergüencen de su identidad, hacer de la pobreza un mérito y una virtud santa; y hacer del placer y de la alegría, pecados capitales.
Por eso también hacer una lectura superficial, fundamentalista, fragmentaria o exclusivamente histórica de la Biblia, puede hacer mucho daño a los descerebrados, a quienes afirman sin más que es “palabra de Dios” y la acogen con toda ligereza y simplicidad. Muchos líderes religiosos la utilizan para adoctrinar y justificar estafas como el diezmo. Por supuesto que en este caso hay que reconocer que los pastores evangélicos son más inteligentes que sus ovejitas, pues utilizan la Biblia para enriquecerse. Le lavan el cerebro a la feligresía con el cuento de que Dios les va a bendecir si dan una buena ofrenda para el pastor compararse un buen carro o vivir mejor con su mujer y sus hijos. Yo los he visto con el mayor de los descaro justificando tal estafa.
La religión en una sociedad ignorante puede ser utilizada para oponerse a las libertades humanas, para manipular conciencias y para justificar gobiernos corruptos. Y a los que no nos dejamos manipular, a los que aspiramos a un poquito más de profundidad, los que aspiramos a una fe adulta, nos tildan de subversivos y herejes…la misma religión que estableció la inquisición y quemó en las hogueras muchos libros de sabiduría ancestral y persiguió y condenó a científicos.
No me opongo a la religión, sino a la ignorancia, no me opongo a una fe adulta, sino a esa que se recibe infantilmente y que enajena al ser humano.
No hay que dejar el cerebro en la puerta cuando entramos a las iglesias.