Cuando miramos los descubrimientos científicos más relevantes del pasado año, nos damos cuenta de que los mismos no tienen una utilidad práctica inmediata.
Muchos lectores pueden preguntarse sobre la importancia que tienen investigaciones sin efectos inmediatos en la sociedad.
La persona que se hace este cuestionamiento se posiciona en un paradigma que tiene como criterio de valoración la utilidad inmediata de las actividades humanas. Este paradigma se ha ido generalizando gracias a la globalización de un modelo económico que se nutre de la aplicación del conocimiento científico-tecnológico para incrementar la riqueza de los grandes consorcios del capital.
Se trata de un paradigma empobrecedor, porque al valorar el saber en función de la mera utilidad económica se marginan las experiencias enriquecedoras que nos distinguen como seres humanos.
Como muy bien señala el científico y filósofo español Víctor Gómez Pin en su artículo titulado “Inútil como Garcilazo o Einstein”, el conocimiento constituye “ la expresión misma de que el hombre lleva a la práctica las potencialidades de su condición de ser de razón”.
Desde la lógica de Aristóteles hasta la física newtoniana, desde la mecánica galileana hasta la biología darwiniana, el móvil fundamental de la aventura del conocimiento humano ha sido comprender nuestro entorno, ampliar nuestros horizontes de interpretación y dotar de sentido al mundo.
Sin ese espíritu, muchas de los grandes logros de la ciencia, la filosofía y el arte jamás se habrían realizado. Sin estos logros, la historia de nuestra desmitologización del mundo jamás se habría concretizado. Y de no haberla realizado, muchas creencias, supersticiones e ideologías todavía estarían instauradas en nuestras estructuras de pensamiento, impidiéndonos vivir en sociedades más racionales, igualitarias y libres.