El son es un complejo sociocultural compuesto por un ritmo musical, una danza, un conjunto organológico, un canto propio, una manera de vestir y un estilo de vida que convierte al sonero en una sociedad de amigos o como suelo decir, en una cofradía social, relacionados e interesados, que además pertenece a una geografía social y cultural marcada por sectores populares, asentamientos afroamericanos y de condición social precaria de muchos de sus miembros.

Por mucho tiempo y desde sus inicios, el son estuvo relacionado a las ciudades costeras y sus puertos. Parece ser que el son luego de originarse en las ciudades porteñas del Caribe, especialmente en la Habana, Cuba en los años de 1930 y hasta poco antes de esa fecha, pero desde esa ciudad costera, circuló hacia otros puntos de estas islas, Puerto Rico y República Dominicana, para extenderse luego a otros confines del continente americano.

En el caso dominicano se registra su entrada por el Puerto de Santo Domingo y Puerto Plata, uno en el sur y el otro en el norte y la misma Cuba se interiorizó hacia la isla y crea el son montuno en Santiago de Cuba, originando modalidades rítmicas interesantes.

Con el tiempo el son se fue imponiendo en los núcleos urbanos marginados y populosos, cercano a poblaciones afroamericanas y de grupos urbanos populares, tanto en Cuba como en Santo Domingo. Igualmente, el son se hizo masivo como ritmo de divertimento porque se hizo contagiosa por la gracia de su baile y el estilo del baile, como lo pegajoso de su rítmica y lo jocoso de su lírica que reflejaba la vida cotidiana de sus intérpretes y de la población que le hacía eco.

El son es parte de la rítmica afroamericana, que da sazón, sabor y movimiento a nuestros pueblos.

En esa geografía del son en Cuba y nuestro país, dos zonas contrapuestas se desarrollaron: La Habana y el son montuno oriental de Cuba y la zona porteña de Villa Francisca y el barrio de Borojol, próximo al Puerto de Santo Domingo en la ciudad capital dominicana, como también Puerto Plata, Santiago, la Vega y barrios del cinturón capitaleño de la capital dominicana como Haina, el Kilómetro 12 de la Carretera Sánchez en su momento, Villa Mella, Guaricano, los Alcarrizos, y otros puntos de la capital dominicana, sin omitir en ningún momento corrientes de simpatías hacia el son en diferentes pueblos del país ,casi siempre representada por un grupo de gente que se agrupa como sociedad o cofradía para seguirlo, reunirse para escucharlo y bailarlo y oírlo en los programas de son que existen en diferentes ciudades del país, como Mao, Valverde.

La vieja discusión de si el son es de origen cubano o dominicano pierde sentido, pues lo antológico no tiene razón de ser para explicar la funcionalidad y las adhesiones a los hechos culturales, que son tan importantes como el origen de una tradición y su divulgación, que sin dudas en el caso del son, es cubano.

En el caso del son y su propagación, la radiofonía, de moda en la tercera década del siglo XX, fue un factor determinante de internacionalización del son. La vellonera, el tocadiscos, la industria disquera y los programas de radio hicieron que el son circulara entre países y personas, recibiéndose primeramente en los espacios de diversión popular como el cabarés, bares y sitios de bailes populares, para luego extenderse hacia las fiestas caseras y lugares más formales de bailes, como salones de clubes y discotecas, llegando a ocupar nombradía en sitios que lo hicieron famosos como el Palacio del Son en Villa Mella, días específicos de son en discotecas famosas y sitios de bailes como 360 en la capital también y en Santiago distintos lugares hicieron nido del son, igualmente sucedió en otras ciudades del país que, enumerarlos aquí me extiende el escrito, aunque son igualmente importantes en esta radiografía del son dominicano, pero más de lo que podamos imaginar.

El son está presente como resultado de esa difusión, en Puerto Rico, México, y otros lugares de la región y Latinoamérica. Esta presencia se hizo acompañar de otros rítmicos que también dominaban el gusto popular e igualmente divulgados por la radio y eran de procedencia cubana como el cha-cha-chá, el danzón, el guaguancó y el mambo, entre otras formas musicales y danzarías, en momento en que los ritmos de otros lugares caribeños, apenas se conocían aunque fueran populares en sus países como el merengue dominicano, el canto jíbaro puertorriqueño y la propia ranchera mexicana, o la cumbia colombiana y el tango argentino, este último sí compitió en difusión y público con el son a través de la radio, la televisión y el cine, como la propia ranchera que sí tenía también difusión a través de la radio y el cine mexicano que había penetrado mucho en la región de habla hispana del continente americano.

Con el tiempo el son se acomodó en nuestro país, y entre los sectores populares, junto al merengue, la bachata, las rancheras mexicanas, el bolero y el danzón que rápidamente pierde protagonismo entre los grupos populares. La geografía social y física de estos ritmos eran los barrios populares de la capital dominicana y otras importantes zonas urbanas del país y las zonas marginales o barrios marginales de estas ciudades donde se hizo dominante la bachata y  ciertos campos o zonas rurales; mientras que el merengue era de los barrios urbanos tradicionales y clase media, el merengue ganaba su  espacio en estos sitios o sectores sociales, luego de la segunda mitad del siglo XX; de su lado, el perico ripiao era para los grupos rurales del Cibao central, y dominante en Santiago y zonas aledañas, rural y urbana. De su lado, las festividades ejecutadas con los atabales o palos, sobre todo en la dimensión sagrada de la cultura popular dominicana.

Hoy, sin embargo, que el merengue es declarado Lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad como lo ha sido la bachata, el son no ha perdido popularidad, contagio y fuerza orgánica entre sus adeptos. Revisando la programación nacional radial, el merengue y la bachata dominan la mayoría de las programaciones radiales especializadas en determinados ritmos, y le sigue casi 90 años después, el son.

Naturalmente, hay una generación joven que prefiere otros ritmos más modernos como el dembow, el merengue de calle y los llamados ritmos urbanos, reduciéndose estos géneros del pasado como el son, a ciertas poblaciones con una edad mediana pues sigue siendo pegajoso como ritmo y baile, y se hace acompañar de una cultura del recuerdo y vivencias, que no solo agrupa a sus simpatizantes, sino que les hace ser parte de una memoria musical aún vigente y con una presencia nacional, pues los grupos y programas radiales de son se hacen muy vivos entre seguidores, bailadores y sitios de bailes vigentes hoy entre nuestros pobladores, y difundido el ritmo en todo el territorio nacional.

Los programas de son escuchados por gente de varias generaciones, acompañados de una conciencia de pertenencia de grupo, con redes de contacto y fieles a su programación y la música, es parte de una identidad que se conserva. Extrañamente existen, tantos años después, programas radiales de son en muchos pueblos del Cibao, la capital, el este, la línea fronteriza y menos en el sur, resistiéndose al olvido, a la desmemoria del ritmo e integrado como parte de su vida, conservado en su memoria social y representativo de sus identidades que se niega a desaparecer.

Sigue actualmente el son teniendo el contagio musical, danzario y rítmico de antaño lo cual explica por qué en tantos años transcurridos, el son sigue en el gusto y pasión de la gente y no necesariamente de edad avanzada, pues influye en toda la nueva musicalidad de los ritmos actuales, porque el son es parte de la rítmica afroamericana, que da sazón, sabor y movimiento a nuestros pueblos.