Nuestra frontera es, primero,  una línea divisoria que separa dos Estados: Haiti y Dominicana  y que ha costado muchos sacrificios diseñarla metro por metro: conflictos,  batallas, muertes, Tratados y Acuerdos fueron el precio a pagar. Esa  línea no es fija,  cambio a lo largo de la Historia por violación a los Tratados o por convenciones binacionales. Es la que defiende los intereses de los dos Estados con la fuerza militar apostada en sus inmediaciones y de ambos lados. La defensa de la soberanía y de los diferentes intereses creados,  es, en todos los países,  un costo muy elevado que asumen las naciones: basta pensar en esas fortalezas construidas en la Era de Trujillo a lo largo de la línea  y en otros casos, a esos  muros, puestos de chequeos militares, aduanales, electrificación, miradores, alambres etc.  (EE.UU, Israel, Ceuta, Berlín en la guerra fría). La política de control por parte de los Estados se traga un presupuesto que no se invierte en incentivos al desarrollo social y económico.

Sin embargo, la frontera política, a pesar de la distancia a sus centros de decisión,  crea actividades de función urbana. Tres factores contribuyen al desarrollo de ciudades fronterizas: el control, la circulación y la instrumentalización de la frontera:

1er –  la protección del territorio y el control de los intercambios: en ese espacio tan particular, dos figuras son emblemáticas: la fortaleza militar y las Aduanas. Alrededor de esos dos hitos, se desarrollan otras actividades que el Estado controla pero que debe reforzar con otras funciones, en particular las administrativas (migración, registro civil, pasaportes) los impuestos (Rentas Internas, Aduanas) y algunas políticas sectoriales (fomento, zonas francas)  porque esas ciudades  tienen limitaciones, por su localización y su gestión municipal.

– 2do – la gestión de la discontinuidad territorial.  En una frontera, los pasos fronterizos presentan posibilidades de acumulación por retención. La discontinuidad, producto de la frontera, provoca una ruptura que crea nuevos oficios: el contrabando, los carboneros, los yoleros, los cargadores de mercancías, el transporte de carga, los almacenes, las habitaciones alquiladas – y en las ciudades un cierto desarrollo urbano, dependiendo mucho de la situación política (sin tensiones). 

– 3er punto: protección e instrumentalización: En el caso de los mercados internacionales, los Estados protegen esas actividades que dinamizan no solo la región transfronteriza, sino el país:  la región del Cibao y los barrios de  Santo Domingo (pepe, comestibles, zapatos) y del lado  haitiano, desde Juana Mendez (zona franca internacional con industrias dominicanas) a Cabo Haitiano  hasta  Gonaves. Es decir de su importancia vital para las dos naciones. Además en ciertos puntos de la línea fronteriza (Pedernales, Dajabon), poblaciones enteras de trabajadores,  de domésticas, de jornaleros  cruzan, diariamente –complementariedad-  lo que precisa de controles y chequeos no solo militares. 

Lo vemos, la frontera es más que control y represion, es vida y esta,  es compleja y dinámica, no conoce de línea divisoria. Muy generalmente, de ambos lados de esa línea militarizada, se establecen relaciones de todas índoles entre sus habitantes, se fundan ciudades, se colonizan tierras, cruzan trabajadores y se forma así, una zona que los geógrafos  llaman “región fronteriza” que no es homogénea, porque  se  conforma, con el tiempo,  -a lo largo de esa línea divisoria y  de ambos lados-, en un espacio disímil, formado por una multiplicidad de paisajes  producto de  relaciones muy complejas, transitorias o permanentes, cotidianas o no. En función de la frecuencia de esas actividades, de la distancia a la línea divisoria, de la intensidad de esos intercambios, de la cantidad de actores o de procesos que involucran esos intercambios, se estructura también otra entidad espacial, la región fronteriza se transformó en “transfronteriza” (ambos lados) en condiciones no obligatoriamente simétricas: es dramáticamente el caso nuestro.

Producto de ese espacio social, se crearon situaciones de dependencia, de complementariedad, de necesidades que reflejan las vicisitudes de la Historia social: por eso, las  ciudades y su entorno rural tienen una dinámica diferente y  por su extremo alejamiento de los centros de decisión política y administrativa, Puerto Príncipe y Santo Domingo, desarrollaron sus propias estrategias, su propio dinamismo, su propia identidad y sus problemas particulares.   

La violencia fronteriza amerita un tratamiento especial, no es diaria, es ocasional y se origina por dos factores específicos: por un lado, la inseguridad propia de las ciudades y por otra parte, los conflictos particulares de esas zonas fronterizas, vinculados por un lado a la atracción económica que generan y al aprovechamiento de las asimetrías,  por grupos difícilmente controlables. La doble composición territorial de esta violencia (ciudades/frontera) produce una serie de factores locales y binacionales que deben ser entendidos desde las dinámicas y flujos que genera. Es así que las ciudades fronterizas se convierten en los espacios propicios para grupos delictivos, donde los delitos que surgen no obedecen a atributos específicos, sino que su especialización está dada por la característica propia de las ciudades -en o cerca- de la  frontera, es decir por “la circulación (de todo) o el trafico (de todo)”. Y contrario, a lo que se pensaba, con la globalización, las fronteras no han desaparecido, solo han redefinido sus funciones y los Estados o grupos sociales se benefician  de esa nueva función de la frontera que delimita dos mercados laborales y salariales diferentes, tiende a formar un solo mercado de consumo  en dos comunidades dependientes y complementarias, la una de la otra.