En el contexto del pensamiento crítico, tanto la exposición de ideas como su refutación constituyen una lucha permanente. Las ideas no se pueden matar, aunque a sus autores, sí.  En la historia de la humanidad, ha habido diversas reacciones al pensamiento de un escritor. En muchos casos, la respuesta ha sido la indiferencia, la amenaza, la quema de libros, la prisión y hasta la condena a muerte: tal es el caso del fraile dominico Giordano Bruno, condenado a la hoguera.

En la República Dominicana, como no existe una tradición de debate de ideas, cuando se publica un ensayo o un libro de crítica opuesto al “pensamiento único”, es decir, a los valores políticos y/o estéticos de un grupo, las reacciones son generalmente el silencio, la indiferencia o el insulto ad hominem. Además, habría que incluir el retiro de la palabra y el saludo al autor y la publicación de un artículo periodístico sin mencionar el nombre del autor en cuestión, pero con referencias suficientes como para identificarlo, lo que ordinariamente se conoce como “tirar puyas”.

El silencio como respuesta a un libro puede significar varias cosas: el libro verdaderamente no vale la pena, no es interesante, hay una incapacidad intelectual para responder o se “condena” porque contradice el “pensamiento único” del Estado cultural, cuya función consiste, a través de sus aparatos ideológicos, en silenciar todo discurso que amenace los mitos que ha creado su hampa cultural. Y esto así, porque los intelectuales en el poder ven amenazados sus privilegios y, porque, además, las ideas de un libro podrían poner en evidencia la mediocridad de muchos intelectuales. El Estado cultural se convierte en el “guardián” del silencio.  En tal sentido, Pierre Macherey dice que “Lo que hay de esencial en toda palabra es su silencio: lo que ella llega a callar. El silencio da su forma a lo visible”. Sobre las otras dos categorías diré poco, pero es importante mencionarlas, para poder reflexionar acerca de ellas: retirarle la palabra y el saludo a un escritor porque no comulgas con sus ideas es, si se quiere, infantil y poco profesional. Por otra parte, lo que en dominicano conocemos como “tirar puyas” constituye, además de una incapacidad argumentativa, una falta de integridad intelectual.

En su ensayo “Cómo discrepar”, el científico norteamericano Paul Graham propone una pirámide jerárquica compuesta de siete tipos de respuestas usadas para la discrepancia de ideas: 1. El insulto, 2. Ad hominem, 3. Respuesta al tono, 4. Contradicción, 5. Contraargumento, 6. Refutación y 7. Refutación del punto central. No comentaré todas las categorías de la pirámide de Graham en el orden en que aparecen, pero me referiré a dos de las más importantes; de la base a la cúspide de la pirámide, de la más común a la más difícil, es decir, el insulto y la refutación de la tesis. El insulto (“Fulana es un cuero” o “Fulano es un maricón”) trata de borrar con una sola palabra, proferida ad hominem, la importancia de las ideas contenidas en un libro; es una “palabra-mana”, cuya sola mención arrastra una serie de nociones, que desautoriza la obra en cuestión. La condena moral invalida la obra.

La refutación de la tesis central de un libro, por el contrario, implica no sólo la comprensión, sino también la capacidad intelectual para demostrar el punto de vista contrario. Pero, como explica el mismo Graham, ya el hecho de aceptar discutir las ideas implica el “reconocimiento” del autor, y para muchos intelectuales, es precisamente lo que no quieren hacer, porque están siendo vigilados por el Guardián del Silencio. Graham también observa la paradoja de que mientras más fuerte es el argumento para refutar una tesis (cúspide), menos ofensivo es (base). Obviamente, la refutación de la tesis central de un discurso requiere encontrar uno o varios errores en la argumentación, citar dichos errores y responder con evidencias textuales, dentro de un marco teórico específico, que demuestren la falsedad de las ideas del autor en cuestión. Ésta, por supuesto, es la más ardua de las tareas y requiere muchas horas de estudio y preparación.

Algunas de las categorías de discrepancia tienen que ver con ciertos problemas de la lógica de la argumentación y de prejuicios cognoscitivos. Los primeros consisten en fallas en cuanto al razonamiento, tales como, generalizaciones radicales, conclusiones apresuradas con apoyo inadecuado, Non sequitur, falacia causal, ataque ad hominem, razonamiento circular y falsa dicotomía o falso dilema. Los segundos constituyen problemas de juicios debidos a ideas preconcebidas o basadas en el “sentido común”, como el efecto de ambigüedad, el anclaje o focalización, el pensamiento antropocéntrico y prejuicios en las creencias, para sólo mencionar algunos de ellas.

Debido a las limitaciones de espacio, y de manera muy esquemática, sólo he podido comentar dos de las categorías de Graham y citar algunas de las fallas lógicas más frecuentes en el proceso de la argumentación. La refutación de las ideas con las cuales se discrepa de un autor conlleva un arduo ejercicio de estudio y preparación, para lograr así una argumentación efectiva y profesional en el ejercicio de la crítica.