La sociedad dominicana no puede prescindir de la Policía. Pero la institución tiene que transformarse para hacerse del respeto de la sociedad a la que sirve. El presidente Luis Abinader ha abierto un proceso de reforma para rescatar la institución, pero en la composición del grupo que ha recibido tan noble e importante encargo, no hay miembros del cuerpo al que se pretende cambiar.
El resultado podría ser un órgano ajeno que la institución rechazaría. Una transfusión de sangre incompatible con la del paciente. La reforma tiene que venir de su interior. Hay allí gente con capacidad suficiente y entrega a la institución para contribuir a tan anhelada reforma. Nada o poco se lograría si se escogieran a los mejores científicos e ingenieros para transformar el sistema de salud o propiciar cambios en el aparato judicial.
Es la Policía la que mejor entiende la gravedad que padece y es poco probable que el conocimiento que de ella se tenga desde fuera sea capaz de entender la realidad e intente imponerle recetas para males distintos. No pretendo decir que la propuesta de reforma carezca de sentido o no sea una necesidad inaplazable. Pero imposiciones extrañas a su naturaleza, composición y cultura no florecerán, a menos que al esfuerzo no se añadan la inteligencia y experiencia acumuladas al interior de la institución por años de frustración y desencanto.
He conversado con oficiales y exoficiales con grandes expectativas sobre la iniciativa. Sin embargo, he podido captar en ese entusiasmo el temor de que no se llegue a ninguna parte. Y que el resultado aleje las posibilidades de una transformación real, a la que aspiran la sociedad y los miles de miembros de la institución, en todos los niveles de rango, que honran cada día su uniforme. La Policía no es un ente extraño en la sociedad. Es su viva imagen en toda dimensión y alcance. Sus pecados son propios de la realidad social que vivimos.