Ganar unas elecciones no es solo disponer de miles de millones de pesos del Estado para utilizarlos con ese propósito.
Apoderarse de unas elecciones tampoco es contar con la venia de la Junta Central Electoral (JCE) mayoritaria del partido y sus aliados y, naturalmente, con el Tribunal Superior Electoral.
Esos dos supra-poderes están experimentados, el primero en entregar conteos en el que el partido más votado no consigue un senador y el segundo en negar la democracia en un partido donde la mayoría no quiere al “líder” pero todos los fallos lo favorecen sin importar el derecho, la ley y la justicia. No obstante, su capacidad de maniobras tiene un límite si el pueblo es capaz de movilizarse por el derecho a unas elecciones sin trampas.
Como en 1978 cuando Balaguer lanzó las tropas a la calle con los fusiles exhibiendo pañoletas emblemáticas del partido de gobierno, comoquiera tuvo que entregar el poder después de que la mayoría del electorado –claramente- lo rechazó para su tercera reelección.
La reelección tiene muchos factores materiales a favor. La oposición cuenta con muchos elementos favorables para derrotarla.
Falta saber si hay un, una, unos o unas estrategas capaces de combatir lo mucho con lo poco para variar la simpatía popular y además anular las trampas.
De que la reelección se puede derrotar, yo no tengo dudas. Solo hay que recordar que un puñado de patriotas lucharon con honor frente a una agresión militar de Estados Unidos (el Imperio del siglo) que superó los 42,000 soldados. Hay fibras, sí las hay.
El problema es otro: ¿quién puede derrotarlo? ¿Con cuáles aliados? ¿Qué ofrece (Programa) y a qué está dispuesto en ese empeño?
Las dudas no son de la situación objetiva: son de la condición subjetiva.
Derrotar la reelección fuera posible si hubiese un verdadero desafío opositor capaz de cohesionar el anhelo de acabar la corrupción y sobre todo de enjuiciarla, si el futuro fuera un ejercicio transparente en al administración pública.
Ese tipo de compromiso no está claro.
Falta saber, además, si por primera vez aquí se puede hacer una fila donde los más grandes dirigentes se pelean por ser los últimos, no los primeros como siempre ha sido para frustración de las grandes mayorías.
Es un reto del tamaño del país. Vamos a ver si como dice el pueblo “si falta chofer sobra guagua”.