Escuché este miércoles al senador del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) por La Vega plantear la “necesidad” de modificar la Constitución de la República para permitir nuevamente la reelección presidencial porque a su juicio el presidente Danilo Medina necesita ocho años en el poder para completar su obra de gobierno.

Mi reacción inicial de sorpresa, hoy me resulta inexplicable sabiendo que los políticos que hace años se llamaban a sí mismos revolucionarios, luego progresistas y tras pasar por posiciones públicas llevados por el respaldo que le dio Joaquín Balaguer, han devenido en políticos “pragmáticos” capaces de atraer a los sectores más conservadores y “domesticar” a antiguos izquierdistas.

Naturalmente, todos los presupuestos éticos y programáticos inicialmente levantados por Juan Bosch se quedaron exactamente en los locales del PLD de los Comités Intermedios y los Municipales, aunque sus principales dirigentes acudieron raudos a ocupar posiciones públicas en los poderes Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y Municipal.

La reelección presidencial en cualquiera de sus modalidades es terriblemente nociva para la participación democrática en países como República Dominicana y una de las fuentes primarias del surgimiento, consolidación y aparente perpetuación del clientelismo, la corrupción y la ignorancia.

La locura que propició Hipólito Mejía y que lo llevó a modificar la Constitución en el año 2002 exactamente para habilitar su repostulación dos años más tarde, trajo como consecuencia inmediata la división del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y de ahí en adelante no solo perdió la Presidencia de la República, sino que siendo el partido más votado ha visto reducir sus legisladores en forma dramática al punto de que hoy no tiene ni un senador, sus diputados no logran detener nada y mucho menos aprobar nada porque son pocos y están divididos.

Otra consecuencia de ese zarpazo reeleccionista de Mejía fue que abrió las puertas a un “perredeísmo de nuevo cuño” liderado por Miguel Vargas Maldonado que relegó y aisló al liderazgo histórico del PRD y condujo a ese partido primero al entendimiento con el entonces presidente Leonel Fernández para prohibir la reelección consecutiva y luego a convertir a esa organización política en una especie de agencia empresarial que no hizo jamás oposición al gobierno del PLD ni acompañó a los sectores sociales en sus demandas reivindicativas.

Ahora tenemos un país al unísono en el orden institucional porque todos los estamentos de poder están copados por dirigentes y ex dirigentes del gobernante PLD, mientras el PRD que debió ser la oposición, ni quiere ni puede serla porque están sumidos en la más terrible y absurda división de los últimos veinte años.

Como a la mayoría de los dirigentes del PLD les ha ido tan bien en su paso por la política, no se sonrojan en tratar de hacer cada cuatro años cualquier modificación legislativa para perpetuar un poder aunque para eso tengan que aplastar a sus propios compañeros, dividir a sus opositores, cooptar reformistas a todos los niveles y seguir agenciándose el apoyo de lo más conservador de la sociedad y algunos “izquierdistas” que todo lo entienden para medrar bajo las faldas del poder.

Ojalá que el interés del senador de La Vega que propicia el reeleccionismo desde el gobierno no provoque consecuencias similares en el PLD y la sociedad que las que estimuló el desaguisado de Mejía en el año 2002, porque si lo provoca, el riesgo es que también el PLD se desgrane en la lucha grupal por el poder y el país quedaría ante el mundo como una democracia sin ciudadanos, sino clientes electorales, y sin partidos políticos democráticos, sino de grupos articulados por intereses económicos para administrar el erario.

De ahí a una crisis del sistema democrático solo faltaría un “loco” o un patriota verdadero, valiente, joven, inteligente, comprometido con su pueblo y dispuesto a cualquier sacrificio por devolver la decencia, el respeto y la justicia a todos los dominicanos.