En esta sociedad de “explotación del hombre por el hombre”, sus enemigos se valen de la prensa controlada por el dinero extraído del sudor de los trabajadores, para combatir el sistema y abogar por su destrucción. En el mundo de la sociedad sin clases, cuyos más patéticos ejemplos son Cuba y Corea del Norte, los abanderados del marxismo ahogan sus sueños de redención en diarios que los obligan a convivir en la más sofocante e indignante sumisión de las que están libres en la sociedad que tanto odian y combaten y en donde encuentran, además, espacios de confort y comodidad reservados en sus lugares de ensueños a los miembros de una selecta, anacrónica y sedentaria burocracia de monárquica vocación.
En la sociedad donde el fuerte se traga al pequeño, los ilusos soñadores de una redención basada en la abolición del lucro proveniente del trabajo y la lícita acumulación que de él resulta, publican artículos y libros que promueven su destrucción, encontrando en ellas editores y medios que los acogen, algo imposible en aquellas que promueven, donde los lineamientos y la directrices del partido, constriñen su inspiración y terminan sometiéndolos a una rigurosa y callada disciplina. En la repugnante sociedad de diferencias de clases, las oportunidades permiten que de los más bajos estratos sociales surjan muchas veces los líderes en la política, la cátedra y los negocios. En la igualitaria sociedad sin clases, los más vulnerables deben esperar seis décadas de revolución para tener el derecho a pequeñas propiedades que con ella una vez perdieron.
Bajo el “capitalismo salvaje”, sus enemigos y detractores forman partidos y sindicatos, se gradúan en las universidades, forman empresas, imparten clases y se mueven bajo la protección de leyes y constituciones. En la redentora sociedad sin clases, la cárcel y el exilio, no el aula ni el teatro, se abren al más mínimo suspiro o aliento de libertad.