Cada vez es mayor el consumo de noticias y comentarios políticos a través de los medios digitales y, especialmente, de las redes sociales. Los medios considerados en este momento “tradicionales” han tenido que adaptarse a esta era donde la inmediatez aumenta, pero que con el tiempo dará lugar también a una mayor profesionalización de estos servicios y esperemos que también a mayores niveles de criticidad en los usuarios al momento de consumir y validar el contenido vertido en los mismos.

El pasado año la pieza documental de Jeff Oslowski El dilema de las redes sociales (NETFILX, 2020) expuso al mundo como estas aplicaciones y servicios ofrecidos digitalmente están diseñados para captar nuestro interés constante generando estímulos en el cerebro similares a los de las adicciones. Como efecto colateral, en el documental se relata como en muchas sociedades como la norteamericana se ha registrado una mayor radicalización en movimientos de corte social.

Hace 10 años la llamada primavera árabe centró la atención del mundo con relación al poder de movilización que concentran estas plataformas de comunicación de ideas y opiniones. Pero si bien constituyen un espacio para el debate responsable, no en todos los casos los llamados y convocatorias realizadas por las redes son emitidas con responsabilidad o sentido ético.

En comparación con el periodismo profesional que, a partir del estudio y la investigación, el profesional de la comunicación adquiere una consciencia sobre el impacto de su ejercicio profesional en la sociedad, en las redes sociales puede ser más evidente y libre de controles la tergiversación y la interpretación sectaria de las medidas y decisiones oficiales.

En República Dominicana muchas movilizaciones sociales han encontrado en las redes el caldo idóneo para cultivar una consciencia ciudadana con respecto de temas de trascendencia como lo fue el otorgar el 4% del PIB a la educación, exigir un alto y un castigo a la corrupción política a través de las marchas verdes, o la indignación por la suspensión de las elecciones de 2019 en la Plaza de la Bandera.

Sin embargo, la reciente convocatoria para el 15 de julio contra el toque de queda y el “déjennos trabajar”, aludiendo a la venta de alcohol libre es una posible muestra de lo que Oslowski evidenciaba en El dilema de las redes sociales. No hay duda de que la libertad es un derecho básico y fundamental en una sociedad democrática. Un pilar esencial para el Estado de Derecho. Pero, algo que no se nos puede olvidar es que no todas las limitaciones a la libertad son arbitrarias siempre que se encuentren objetiva y racionalmente fundamentadas como, por ejemplo, en la necesidad de garantizar la disponibilidad de camas y servicios de salud de la colectividad en medio de una pandemia que aun no termina, por mucho tiempo que haya pasado.

Protestar contra el toque de queda es protestar contra la vida y la salud colectiva. No admitir la vacunación o sumarse a estas campanas es una muestra de rebeldía irracional esta vez alimentada y masificada con ayuda de los medios no tradicionales, más potentes y con más posibilidades de transmitir un mensaje llano a un público muchas veces ávido de orientación objetiva y socialmente responsable. Es sin dudas una muestra de rebeldía ciudadana, con un marcado acento digital.