En su célebre obra “El Fin de la Historia y el Último Hombre”, el autor norteamericano Francis Fukuyama afirmaba que, con la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, la democracia liberal se afianzaría como el único sistema político viable. En ningún momento argumentó que era una ideología libre de imperfecciones o contradicciones. Sin embargo, era su concepción que la democracia liberal era la forma de gobierno con la mayor superioridad moral que el ser humano había podido idear, dentro de sus limitaciones. Entendía que los ideales de la democracia y la libertad se habían homogeneizado en el mundo de una forma tal que los fantasmas del siglo XX, estos siendo el nacionalismo y el fascismo, no posarían una seria amenaza a la legitimidad de la democracia liberal en el siglo XXI.

Este libro fue publicado en el año 1992, un año después de la disolución de la Unión Soviética y tres años después de la caída del Muro de Berlín. Era una realidad que el escenario geopolítico pasó de ser multipolar a unipolar, y dejó a la izquierda tradicional sin ninguna plataforma ideológica con la cual esta podía promover su movimiento político. Hasta se llegó a decir que estábamos entrando a un mundo libre de ideologías o lo que muchos politólogos catalogaron de un mundo pos-ideológico. El reconocido autor y filósofo marxista Slavoj Žižek, pone el dedo en la llaga cuando afirma que durante esta época “Todos éramos Fukuyamaístas”.  Pero como a los amores hasta la muerte los separa, esta “pax ideológica” que existió durante más de dos décadas ha llegado a su fin.

Múltiples factores han llevado a los expertos a preocuparse de la actual situación internacional. Entre estos, se encuentra en primer lugar el resurgir de una Rusia Imperial y expansionista, con el Zar Vladimir Putin a la cabeza. La creación de una internacional nacionalista en Europa y Estados Unidos con la entrada en escena de Donald Trump (E.E.U.U), Marine Le Pen (Francia), Matteo Salvini (Italia) y Viktor Orban (Hungría). Y, por último, la consolidación del capitalismo autoritario en China como una posible alternativa al capitalismo que existe en las naciones occidentales, el cual opera dentro de un esquema democrático.

De estos tres factores, el más preocupante debe ser el último. Y es que, el afianzamiento de China en la esfera internacional pone en entredicho el argumento principal del libro de Fukuyama. Muchas personas que al parecer no leyeron el libro, descartan completamente la tesis del Dr. Fukuyama poniendo como ejemplo la llegada de Donald Trump al gobierno norteamericano o de algún otro movimiento autoritario en un país occidental. En definitiva, la llegada nuevamente del autoritarismo y el proto-fascismo a países con democracias maduras y estables pone en tela de juicio muchos de los argumentos del libro. Sin embargo, en el libro, el Dr. Fukuyama reiteradamente afirma que la historia no es lineal, y en ningún momento este dijo que no pudiera existir algún retroceso democrático. Pero el caso de China es distinto a los demás, ya que es la primera verdadera crisis existencial que tiene la democracia liberal desde el fin de la Guerra Fría.

Žižek muy bien señala que los administradores más eficientes del capitalismo son los supuestos comunistas chinos. Detrás de esta contradicción yace el peligro del capitalismo a la China, y es que esta versión del capitalismo se encuentra completamente divorciada de la democracia. No es un secreto que la democracia y los diferentes mecanismos que esta encarna son un lastre para los gobernantes. Se desperdician innumerables recursos en la busca de consensos y de legitimidad. Aunque la democracia pueda ser un sistema ineficaz, como bien dice Winston Churchill “la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás”.

Debemos permanecer alerta ante estos nuevos sucesos y sus posibles consecuencias. Pero no cabe duda de que el reloj de la historia ha vuelto a correr.