Mientras Hamas y otros grupos islamistas radicales insistan en su objetivo de destruir a Israel y negarles a los judíos el derecho a poseer estado propio y vivir dentro de fronteras seguras y estables, no habrá paz en el Oriente Medio. Ese y no otro es el problema fundamental del conflicto en esa región.
Cuando cansados de la corrupción de sus líderes, los palestinos votaron por Hamas y Al Fatah perdió el control del gobierno en Gaza, los líderes de la Autoridad Nacional Palestina, herederos de Yasser Arafat, se dieron cuenta de las dificultades que confrontaría el proceso de paz. Hamas, dijeron entonces, se encuentra donde “estábamos nosotros hace 35 años”. La apreciación reflejaba una verdad incuestionable. Los israelitas no se oponen a la formación de un estado palestino mientras éste reconozca el suyo. De hecho, las negociaciones impulsadas desde la conferencia de Oslo, implica un reconocimiento de ese derecho. Las reuniones posteriores bajo el patrocinio de Estados Unidos, Rusia, Naciones Unidas y la Unión Europea, conocidas como la Hoja de Ruta, andaban en esa dirección.
Cuando los judíos formaron su estado en mayo de 1948, acogiéndose a una resolución de Naciones Unidas que aprobaba la partición de Palestina, tras el abandono del territorio por el poder imperial inglés, no ofrecieron resistencia a que los palestinos integraran el suyo. Fue la oposición árabe y no la voluntad judía la que impidió entonces que el mandato del organismo mundial se cumpliera en lo que a los palestinos se refería. Si los ejércitos de Egipto, Siria, Jordania, Líbano y la Liga Árabe, comandada esta última por un general inglés, no hubieran intentado abortar el estado hebreo, palestinos y judíos estarían hoy en paz, unos del lado de otros.
Lo ocurrido después es el fruto de la irracionalidad y la falta de visión futura del radicalismo musulmán.