A propósito del  asalto a una aseguradora ubicada en uno de los sectores privilegiados del polígono central del Distrito Nacional, la semana pasada, y otros eventos delincuenciales en los que se han visto envueltos agentes del orden; surge un sinnúmero de interpretaciones, sobre el papel que debe jugar la institución que está llamada a formar hombres que brinden a la ciudadanía la protección y seguridad necesarias, que nos garanticen el libre tránsito sin miedos ni alarmas.

La Policía Nacional es  legal y constitucionalmente,  por el rol que juega dentro de la estructura de mando en las esferas del Estado,  el órgano que simboliza el respeto a las normas. Creada y dotada de poderes legales, totalmente suficientes para establecer mediante el uso de herramientas coercitivas y restrictivas, a los ciudadanos al cumplimiento de las leyes, o por el contrario, al sometimiento por medio de la fuerza, cuando estos, desobedeciendo las reglas, osen violentar la paz social.

Los policías son agentes que mediante la coacción y por su vinculación directa en la resolución de conflictos, derivados de las desavenencias de los ciudadanos  y o de las infracciones a las normas establecidas, se constituyen en auxiliares de la justicia. Hombres que por su formación e investidura están orientados al servicio social de mayor transcendencia en establecimiento de la paz y el orden dentro del esquema normativo del aparato del Estado.

Las  responsabilidades, tanto de la institución como también de los  agentes, derivadas de las distintas funciones estatuidas por ley, están dirigidas a brindar las garantías de convivencia en absoluta calma a las  personas, en estos momentos son objeto de cuestionamientos. Sin embargo, aun estamos a tiempo de provocar un cambio de rumbo, creando las condiciones para que los policías no se vean tentados por la delincuencia en aras de obtener mediante actividades ilícitas lo que no  logran por la ruta de la legalidad.

Los teóricos del marxismo histórico, plantean que a la hora de abordar un tema que afecte un ciudadano como objeto de estudio, debemos tener presente, sus condiciones materiales de existencia. A partir de entonces, se podrá hacer una reflexión adecuada sobre el particular. No sería justo por consiguiente, obviar las condiciones de miseria en la que  se desenvuelve el policía dominicano, percibiendo un salario de  hambre, además de ser víctima   de una  podredumbre que los obliga a él y a sus familias a vivir en condiciones de vidas  inhumanas.

Nuestros policías son padres y madres, de hijos en condiciones de salud y educación precarias, viven en hacinamiento,  igual que miles de aquellos que se dedican al delito como forma de vida, mártires de un sistema en descomposición que los hace aliados y dependientes de la infracción que juraron perseguir, la que utilizan como un incentivo a su mal pagado servicio. En su mayoría, carentes de los conocimientos básicos y adecuados para la interpretación del papel que les ha tocado jugar y colmados de ignorancia; reproducen en violencia y maltratos al ciudadano, la frustración de tener  un sistema que los hace policías y los convierte en delincuentes.

Existe una evidente debilidad estructural, dentro de la institución llamada a establecer el orden que se deriva esencialmente, de fallas  que al parecer no surten efectos en el ánimo de sus  altos mandos. La situación económica de los agentes es clave para el mejoramiento del papel del policía, la  formación y la educación, son la esencia  del éxito en la lucha contra la delincuencia. Los valores éticos y morales deben ser fortalecidos para crear además de agentes del orden, hombres dedicados por entero al bien y efectuar una profilaxis que excluya de las filas, los ya contaminados por el delito, así como también, establecer un salario base que motive a jóvenes honestos a servirle a dicha institución, con el ánimo de servir a la patria.

Jamás se puede pretender una policía pulcra, sin policías deshonestos, sean estos generales o conscriptos, apegados a un código de ética efectivo, que los encamine a cumplir el papel digno y loable que la nación  les ha encomendado. Estoy plenamente convencido, que con la mejoría real de la situación actual de los policías y sus familias, no solo se reduce el número de agentes transgresores de la ley, sino también, la alta ola delictiva que nos tiene a todos sumidos  en  un profundo estado de ansiedad. Esto traerá sin dudas, una solución real a la triste, pero cierta realidad en que vive el policía dominicano.