Cuando nos preguntamos sobre la degradación observable en amplias esferas y actividades de la vida nacional, terminamos simplificando el problema mirando solo hacia el gobierno. La verdad es que el tema no es tan sencillo. Un enfoque más realista y sin prejuicio nos llevaría rápidamente a conclusiones más cercanas a la realidad en que vivimos.
Pongamos, por ejemplo, lo que la generalidad considera como la primera de nuestras muchas prioridades: el sistema educativo. En esa área es notable el esfuerzo de la administración de Danilo Medina para mejorar la enseñanza pública y acercarla a la calidad que se le reconoce a la enseñanza privada, a pesar de que sabemos que no todos los colegios pasarían la prueba. Pero la educación es una tarea tan compleja y de tan largo alcance que reclama un compromiso colectivo, en el que el magisterio debe jugar un rol determinante. El gobierno podrá aportar cuantos recursos demande el mejoramiento del sistema, pero al final corresponde al maestro hacer que la inversión rinda sus frutos.
Muchos ciudadanos se espantan por la ocurrencia de actos de violencia y embarazos de adolescentes en las escuelas, sin poder desentrañar las causas. Pero no es tan difícil encontrar las respuestas, porque cada día se publican noticias de profesores que matan a sus cónyuges y un presidente de la filial del gremio, la ADP, en Barahona, llegó a ufanarse de amenazar públicamente de muerte al ministro por un enojo laboral. Lo que me hace preguntar ¿cómo pretender que la escuela llene su rol si los responsables de hacerla funcionar actúan con esa arrogancia e impunidad? ¿Qué hace ese individuo en un plantel escolar? ¿Qué enseñanza tendrán los desdichados que acudan a las aulas donde esta gente mande y oriente? Es ahí donde está el problema la falta de vocación magisterial. El activismo de la ADP ha hecho del maestro un gremialista y así se abandonó la escuela.