No estoy seguro de que los “jóvenes” que se enlistan en “grupos populares” y hasta “caamañistas”, que increíblemente quemaron una bandera haitiana esta semana en Santiago, conozcan mínimamente el extraordinario vuelco histórico que enarboló ese gallardete a inicios del siglo XIX en la lucha contra el colonialismo y la esclavitud en América y el mundo.
Tienen que desconocer, por fuerza, el papel jugado por el Estado y el pueblo haitiano entre 1861 y 1863 para apoyar el verdadero patriotismo dominicano frente a la “Anexión a España” y contra el colonialismo español.
Peor aun, desconocen la participación militante de los patriotas haitianos en la guerra patria de 1965 contra la agresión de Estados Unidos a un pueblo que se levantó con bravura para reinstaurar la Constitución y el gobierno de Juan Bosch derrocado el segundo y anulada la primera con el golpe septembrino de 1963.
Si ignoran que los patriotas que terminaron con el vasallaje colonial español en 1865 partieron de Haití con armas y recursos aportados por esa nación, no tienen continuidad histórica para levantar banderas populares.
No hay “Restauración” de la Independencia en 1865 sin reconocer el apoyo y el aporte que dio Haití –pueblo y Estado- para iniciar y sostener la lucha contra el colonialismo español, cuando la Corona era el Imperio.
Enarbolar el anti-haitianismo como una consigna popular por parte de grupos que se consideran progresistas en República Dominicana, es un anacronismo, una supina equivocación.
Si quienes los echan a la “lucha” no les enseñan ni siquiera el ABC de la historia de la Isla de Santo Domingo, puedo comprender que derrochen sus energías en luchas tácticas que no tienen conexión mínima con una posible estrategia que sigue pendiente de desplegar.
Grandes naciones de Asia, África y América, todas sumidas bajo el yugo colonial, soportaban impávidas las vejaciones y la producción de plusvalía a las potencias europeas.
Fue el pueblo haitiano el que dio el clarín al mundo de que tanto el colonialismo como la esclavitud se podían vencer en una lucha popular de los pueblos oprimidos. Y derrotaron –nada más, pero nada menos- que al ejército francés enviado por Napoleón y comandado por su cuñado, Leclerc. Esa osadía tendría que ser imperdonable por los siglos de los siglos.
En una guerra digna de ser estudiada para reescribir la historia, los haitianos sepultaron simultáneamente el yugo colonial y la esclavitud en su territorio. Y hoy ustedes, jóvenes, movidos por un patrioterismo selectivo, queman la bandera que encarnó la más firme rebelión de los oprimidos en el corazón de América.
No seáis tontos. No unan jamás la vigorosidad de su etapa con la idea reaccionaria de culpar a los oprimidos por su desgracia. ¿Y los opresores?
La decisión de los haitianos de combatir el colonialismo los llevó a armar y aprovisionar a Simón Bolívar, quien tras implorar en vano a los países europeos por ayuda para la independencia de Suramérica, es acogido por Petión en 1816.
Petión le dio soldados haitianos, pertrechos y dinero. Solo hizo una petición: incluir a los esclavos negros de Suramérica entre los hombres que obtendrán su libertad, tal cual hicieron ellos en la primera década del siglo XIX.
Para mí quemar una bandera es un absurdo histórico porque todas –incluso las que hoy levantan imperios y gobiernos fascistas- se forjaron al calor de la lucha de los pueblos por la independencia, la soberanía y al influjo de la sangre de miles e incluso millones de patriotas. Quemar una bandera de una patria por la que no se ha luchado ni traicionado, es un acto irrespetuoso y una acción cobarde.
Un pueblo que gritó al unísono en el criollo haitiano: “Igi aya ya bongbé”, que se ha convenido que signifique “primero muerto que esclavo”, nadie debe intentar humillar salvo que tenga una vocación suicida.
Si los “jóvenes” de grupos “populares” ignoran esta parte de la historia y se dejan emborrachar por las cantaletas de gente que solo sabe rumiar en el poder, están condenados a vivir como vasallos en una sociedad excluyente, injusta y carcomida por la violencia, la droga y la ignorancia.