La inmensa mayoría de las democracias occidentales, incluida la sacrosanta España tan cara a la cultura dominicana, ampara el matrimonio gay a nivel constitucional. Las leyes de República Dominicana no lo contemplan. En base a esto los fundamentalistas religiosos, incluida la Conferencia del Episcopado Dominicano, capitaneada por el cardenal López Rodríguez, se sienten como paladines de una gesta patriótica al pedir la cabeza del embajador estadounidense. ¿El "delito" del diplomático? Asistir a una actividad escolar acompañado de su legítimo esposo. En un país líder en la región en feminicidios, en donde los hombres no son "hombres hombres" si no tienen al menos una querida y donde el turismo sexual de todos los calibres mueve una economía multimillonaria, resulta poco menos que siniestra la queja de los purpurados.