A mediados de la semana pasada se hizo viral un video en el que un joven del municipio de Bayaguana, arremete sin motivos aparentes, y frente de su maestra,  contra una menor de edad a la que le ocasiona una golpiza feroz, en un recinto escolar público. En dicho acto prevaleció la supremacía  del más fuerte contra el débil y una expresión clara de desacato a la autoridad del maestro como referencia hegemónica dentro del aula. Asimismo la evidente desventaja por la diferencia de edad y poca consideración al sexo femenino. Por consiguiente; la actitud violenta frente al  género opuesto, como respuesta a la descomposición gradual de la sociedad  y la no intervención adecuada por parte del Estado.

Los medios televisivos, inmediatamente hicieron acopio del evento, replicando sin contemplación las imágenes desagradables que muestran una conducta a todas luces descompuesta, olvidando que en frente de los televisores, existen otros niños y adolescentes sin la asesoría adecuada, que pudieran aceptarlo como válido y  reproducir el modelo en busca de una connotación pública que los eleve frente a otros compañeros de igual o menor edad. Agregado a esta situación, el descontrol  de  la transmisión de dichas  imágenes de la víctima indefensa frente al victimario, sin tomar en consideración la hora  en que se reproduce y los posibles expectantes.

Si la televisión dominicana persiste en la transmisión de hechos similares, en los que la violencia surte un efecto normal dentro del espectro social, nos estamos preparando para tener un futuro cargado de desgracias, visualizadas y aceptadas como estándares de conductas por nuestros niños y jóvenes. En ese sentido y partiendo de lo planteado por el psicólogo norteamericano Albert Bandura, en su teoría del “Aprendizaje social por observación” en la que plantea tres elementos indispensables, cuya conexidad existe para adquirir conocimientos mediante el acto de la imitación. Probablemente y sin la mínima intención de dañar; están validando la violencia como algo normal y aceptado por la mayoría.

Si como plantea el experto; aprendemos imitando comportamientos externos con los que se logra  el establecimiento de la conducta del niño en desarrollo, partiendo de tres fenómenos básicos: Atención,  Retención y  Reproducción. Entonces, la televisión dominicana sin dudas, al reeditarlos constantemente, está reforzando un patrón de conducta  inadecuado de comportamiento, sin que las regulaciones para tales fines, preserven la integridad de los más vulnerables e  intervengan de forma correcta.

El Estado Dominicano está facultado por mandato de la Constitución en su artículo 56, en combinación con la familia y  la sociedad, para hacer que prime el interés superior del niño, niña y adolescente, con la sagrada  obligación de asistirles y protegerles y así garantizar el ejercicio sus derechos fundamentales. En otro orden, el Principio VI de Prioridad Absoluta del Código del Menor ordena “El Estado y la sociedad deben asegurar, con prioridad absoluta, todos los derechos fundamentales de los niños, niñas y adolescentes”. Amparado y resguardado por su literal d) que consagra la “Prevalencia de sus derechos ante una situación de conflicto con otros derechos e intereses legítimamente protegidos”. Sin dudas, en este caso se violaron derechos fundamentales de la víctima, revictimizada por la televisión y otros medios digitales, amparados en la libre expresión y difusión del pensamiento.

Los medios sobrepasaron la frontera de la información, otorgando más importancia a la comercialización del evento, visto como producto de mercado; que al impacto negativo que este produce en la sociedad con la transmisión de esas imágenes y la flagrante transgresión de los derechos fundamentales de la niña. Y al no existir una autoridad que proteja dichos derechos, tampoco la mínima intención de una comisión, notablemente inoperante y obsoleta, de establecer sanciones ejemplarizantes frente a tal violación. ¿Quién rayos establece los criterios de publicación de eventos en los que la violencia es la protagonista? ¿Cómo es que para algunos hechos, en los que la clase social está por encima de la media, la discrecionalidad es regla y para otros no?

En 2013 un comunicador de clase alta, fue víctima de hechos violentos que trajeron como resultados una muerte atroz y no hubo un solo medio que se atreviera a publicar las imágenes desgarretes porque una clase poderosa se opuso y qué bueno. Sin embargo, cuando los hechos les suceden a personas socialmente vulnerables por la condición de desigualdad económica, el morbo se adueña de hecho y la facturación se convierte en la regla en los medios visuales donde al parecer, el fin único no es el bien común; sino la rentabilidad producto de la desgracia ajena. Dejando bien claro que no existe aplicación de reglas, sino condición social.

Los efectos colaterales de la reproducción abusiva y no supervisada adecuadamente de eventos de esa magnitud, producen estímulos para aquellos cuya única herramienta es la fuerza brusca, motivada por el desconocimiento de normas y la falta de unos valores que en vez aumentar, se mantienen en constante degradación. Con razón Sócrates se empeñaba tanto en aquello de que “El mayor mal no es sufrir la injusticia, sino hacerla”. Y la televisión acude a la creación de un mal que afecta en todo caso a los más débiles dentro de la escala social, reproduciendo indiscriminadamente, hechos que nada aportan a nuestros jóvenes, niños y adolescentes.