Ya todos sabemos que el gobierno por estas fechas inicia su reparto de canastas navideñas, como  heredada tradición ancestral de nuestros paleolíticos políticos, y que este año el presupuesto destinado a esos menesteres es de 1.500 millones de pesos, un buen pellizco del presupuesto monetario nacional en el que se incluyen los 100 milloncitos -porque solo cien ya no son millones, sino milloncitos-  regalados para el mismo fin a los Santa Claus que tenemos en el Congreso, quienes, como buenos señores feudales, las deberán repartir primero entre sus amigos y allegados, y las restantes entre la alborozada gleba de sus feudos .

Si calculamos el costo de 1.500 pesos cada unidad, ¿qué puede contener con los precios de los alimentos? veremos que ese presupuesto de 1.500 millones alcanza para un 1.000.000 de  ellas. Si estimamos que el 20% de la población del país es la más necesitada, o sea algo más de 2.000.000 de personas, las cantidades a distribuir solo alcanzan para solo el 50%, quedando el resto, un muy amplio 50% excluido del reparto. Demasiada gente quedando con el moño hecho y sin poder ir a la fiesta.

Es curioso que, en un país donde se proclama con bombos y platillos ser el de mayor crecimiento de América Latina, el espejo económico para mirarse las grandes ciudades de México, Buenos Aires, Sao Paulo, o Río de Janeiro, según se desprendía de unas alegres noticias de un diario local, se tenga que recurrir a este miserable tipo de paliativos navideños, cuando por la sobreabundancia de bienes producidos, año tras año, deberían repartirse carros o yipetas  Mercedes Benz, BMW y Audi para los más pobretones, mansiones con amplios jardines entre la clases medias, y lujosos yates  de muchos pies de eslora, y veloces aviones jet ejecutivos de última generación, para los senadores y diputados.

Pero vamos al título del escrito. A la gigantesca y prácticamente inútil campaña publicitaria a la que nos está sometiendo el gobierno sin piedad ni misericordia alguna, de ministerios, direcciones generales, dependencias y toda clase de organismos, incluidos los más ineficaces y  anodinos,  hasta la de un hospital por medio de su directora, hay que añadirle ahora  la de las benditas canastas, a las que se les suele dedicar durante días unos despliegues de comunicaciones en todos los medios, muy notables.

Cada una, cada caja, es un poderoso anuncio, medio solapado y medio al descubierto, de alto impacto y enorme  poder de recordación, pues deja una huella poco menos que imborrable en las  familias agraciadas con ese comestible regalo, y también, como efecto de las ondas expansivas propagandísticas entre amigos y vecinos quienes envidian, en el fondo o en la superficie, esa suerte de diminutos premios de la lotería oficial.

En cada una de ellas, se lee en su exterior y a buen tamaño  ¨Gobierno dominicano… ¨ cuando debería decir   ¨Los dominicanos, a quienes se les saca su dinero con los muchos impuestos de sus trabajos, te regalan esta canasta…¨ pues somos los que en realidad las pagamos, y en muchas ocasiones a sobreprecio y con ocultas comisiones intermediarias por debajo de la mesa. Hay que ser justos, pues de lo contrario tendríamos la sensación de estar haciendo como el chinero, pelando para que otros chupen, o también atajando para que otros e enlacen. Lo que en la realidad sucede.

Si a los casi cien millones, o más, de pesos mensuales que el Gobierno gasta -que no invierte- en

tratar de hacernos creer lo increíble con sus triunfalistas anuncios, le añadimos el costo de  los 1,500 de las canastas, más lo que su distribución a nivel nacional implica en personal, camiones, gasolina, viáticos y todos lo que esta operación de reparto precisa, dan una cifra muy considerable, y más necesaria para abastecer mejor a unos cuantos hospitales de quipos y medicinas, construir algunos planteles escolares, o asilos decentes para los ancianos, que tanto los necesitan.

¿Qué suena a demagogia? Es posible, pero mucho menos de la que hace el Gobierno dando la felicidad con la sardina de una canasta para un par de días, quedando los estómagos durante los 363 restantes del año a merced de dolorosos ayunos involuntarios

Por cierto ¿han visto  lo felices y buenas personas que se muestran los presidentes en las fotos de los diarios repartiendo ellos mismos y con inmenso cariño las canastas a sus amados y fieles devotos? Todo a cambio de votos fieles, claro está. No van a ser tan ingenuos de regalar algo por nada. ¡Por eso han llegado a ser Presidentes!