Escribo entrecomillado el término psicología para dejar establecido que científicamente los tributos o impuestos que mediante ley exigen los gobiernos y en función de los ingresos a sus gobernados como pago obligatorio para financiar sus gastos operacionales, no tienen vida anímica ni biológica y por tanto, técnicamente, no podemos decir que tengan una conducta, un sentimiento, una psicología.
Sin embargo, los impuestos aun sin poseer vida anímica ni biológica, por lo que deberían considerarse cosas inertes, tienen la capacidad de trastornar severamente los patrones de comportamiento de los ciudadanos de cada país particular porque a todos les parecen opuestos al pensamiento lógico. Es como si todo el mundo quisiera que los impuestos fueran solo objetos del pensamiento abstracto, esto es, que no rebasen la imaginación de los gobiernos, que se queden en el mismo ámbito que ocupa aquel lenguaje artísticamente creado por Andrew Marvell en el bello poema A su dama esquiva. Parece que nuestro sistema límbico, responsable de almacenar y dirigir nuestros hábitos, se desarrolló sin la capacidad de almacenar el hábito de pagar tributos al fisco. Nuestra corteza cerebral está convencida que pensar en pagar impuestos es demasiado doloroso como para desperdiciar energía en ello. Por eso se bloquea.
En la República Dominicana el solo hecho de escuchar que el Estado anda averiguando la posibilidad de lograr una mayor recaudación de dinero por medio de impuestos se constituye en un factor precipitante de angustia extrema y de recelo, sobre todo de los clasemedia, porque aquí entre nosotros el pago de impuestos es casi totalmente sesgado para estos ya que los ricos aprendieron cómo armonizar con los gobiernos a fin de que en lo relativo a ser sujetos de nueva presión tributaria ellos queden en la cola más pequeña de la campana de Gauss, y los pobres han aprendido de los más ricos a evadir impuestos mediante el truco de la simulación de “insolvencia” y ‘rebaja’ de los negocios, en tanto que los ricos evaden dicho pago a través de una artimaña casi irreconocible que consiste en multiplicar las sedes geográficas y la reducción del tamaño de sus negocios.
Por ejemplo, los almacenistas del Hospedaje Yaque ponen en la acera medio saco de arroz, medio saco de habichuelas, de maíz, de sal, canela, 20 tortas de cazabe, clavos de olor, de azúcar, de malagueta y de café descascarado y todos se exhiben “a boca abierta”. Parece un simple negocito para “ganarse la vida”. Sin embargo, el gran almacén de comestibles para suplir a cientos de colmados de campos y de barrios está discretamente disimulado atrás como un caserón que solo alberga ratones. De la misma manera proceden los vendedores de plátanos que en vez de dejarlos en sus grandes camiones, los exponen en camionetitas destartaladas donde los “probecitos” plataneros pagan a regañadientes apenas unos pesitos al ayuntamiento local como arbitrio.
Los grandes empresarios del comercio y la distribución de toda clase de mercancías idearon lo que ellos llaman el sistema de “muchos sancochos de una sola carne”. Consiste en que vez de tener un gran local comercial y grandes talleres a vista de todo el mundo con cientos o miles de artículos y maquinarias y herramientas metálicas, éste se fragmenta en decenas de pequeños negocios diseminados por distintos barrios pobres y pueblos del país. Así ningún cliente comprará con tarjeta de crédito, reciben energía eléctrica subsidiada como las viviendas pobres y la Dirección de Impuestos no los toma en cuenta porque piensa ¿y qué capacidad de pago tiene el dueño de ese “chinchorrito?”.
Un comportamiento parecido tienen los dueños de guaguas y camiones de transporte de mercancías y pasajeros desde los campos y pueblos pequeños. La Dirección de Impuestos cree que esa gente quebró, pero no, solo que ahora cambiaron a guaguas “voladoras” abolladas y sucias a conveniencia, y los grandes camiones fueron sustituidos por camioncitos y camionetitas medio destartalados. Lógicamente, ni un solo de esos individuos usa tarjeta de crédito y menos “verifon”.
Por eso es que cada vez que circula la información de que “por ahí viene una nueva reforma fiscal”, para los más ricos y para los más pobres solo significa que los primeros tendrán que “recomponer” costos y reportar los gastos de placer como gastos médicos, y los más pobres harán lo mismo de siempre: o simular insolvencia o hablar como chino, “mi son chino, mi no paga, mi son probe”. Pero a los clasemedia, oír hablar de reforma fiscal le desencadena más ansiedad que oír hablar de lo cerca que se haya la venida del Anticristo.
Empero, no todos los clasemedia se preocupan por las reformas fiscales ni por la subida de los impuestos. Un grupo de esos clasemedia, que con plumaje de tiernas palomas viven muy bien, frecuentemente en los medios de comunicación social se escucha su voz en contra de reformas fiscales y de nuevos impuestos. Sin duda aprendieron un mecanismo de defensa contra los impuestos que la psicología cognitiva llama fijación funcional. Este mecanismo se caracteriza porque el individuo se vuelve incapaz de darse cuenta que muchos instrumentos, cosas, problemas, obligaciones, deberes, disposiciones y herramientas aunque alguien pueda darles usos no apropiados, pero siempre una parte significativa de su utilidad va al destino para el cual fue diseñado y creado.
Todos saben que los impuestos serán cada vez más diseminados y elevados porque son como una eterna pandemia para la cual no hay vacuna eficaz, pero persisten en la fijación, para resistirse a su pago, de decir que todo el dinero que el Gobierno recuda por impuestos alguien se lo roba, a pesar de que tal vez solo una pequeña porción vaya a bolsillos equivocados pero al grueso de lo recaudado el Estado le da un uso legítimo.
Atacamos sin piedad las reformas fiscales porque no nos darnos cuenta que ellas son como la Viagra y el Cialis: son un poco caras, pero el fruto de sus bondades se ve en un par de horas.