A Ramón Estrella, fanático de los Cubs, en su 30 aniversario.
“Por empezar les tendría que decir que la culpa de todo la tiene el tiempo. Sí, como lo escuchan, el tiempo. El tiempo que se empeña en transcurrir, cuando a veces debería permanecer detenido. El tiempo que nos hace la guachada de romper los momentos perfectos, inmaculados, inolvidables, completos. Porque si el tiempo se quedase ahí, inmortalizando a los seres y a las cosas en su punto justo, nos libraría de los desencantos, de las corrupciones, de las infinitas traiciones tan propias de nosotros los mortales.” Eduardo Sacheri
Sacheri se refería en ese texto al futbolista Diego Armando Maradona, en cambio, yo hablaré aquí de Sammy Sosa. Y es que la próxima vez que oigan mentar a Sammy, quisiera que se sitúen en el año 1998 y que se queden allí un rato. Sammy en la cúspide del pequeño mundo que es el béisbol, y en lo grande que era para un niño dominicano de 11 años.
Ese año tuvo lugar la carrera por el record de 61 homeruns del béisbol profesional. Hacía casi 4 décadas, que en 1961 un buen jugador llamado Roger Maris tuvo la osadía, con el mismo uniforme Yankee, de romperle el record de 60 homeruns en una temporada a Babe Ruth, al bambino, al mito que podía señalar con el índice por donde iba a sacar la pelota y la sacaba. Un intrascendente como Maris cometió la afrenta de conectar 61 homeruns, sin haberse ganado el aprecio de Nueva York con los años ni de los tabloides con su personalidad, sin la mística de ser Joe Dimaggio o Lou Gerigh, y en un año en el que todos pujaban porque quien lo rompiera fuera Mickey Mantle, que sí reunía las condiciones y el carisma, pero que apenas llegaría a 54. La mezquindad llevaría a reconocerle el hecho a Maris solo después de muerto, porque él había jugado 8 juegos más que Ruth y pues no se entendía justo en ese tiempo. Nadie fuera de Maris o Ruth volvió a dar 60 homeruns hasta 1998.
Por eso, la próxima vez que vean a Sammy no piensen en los esteroides o corchos, que sí son una competencia injusta con la historia y con los propios compañeros de equipo, no hablen de eso porque los niños no hablábamos de eso, y menos los medios. McGwire y Sosa se animaban a ir por el récord y todos estábamos vitoreándoles porque llegaran, para entrar aunque sea de espectador a la historia.
Y en ese ínterin sucedieron episodios especiales, algunos de los cuales esta temporada ciclónica me hizo recordar, otros que invento. El que más me agrada imaginar que sucedió es uno de solidaridad mientras el Huracán Georges estaba en el país, sobre el cual no tengo evidencia alguna.
Para relatarlo tengo que iniciar el 23 de agosto de 1998. Mark McGwire aprovechaba ese día y se despega de Sammy con su homerun número 53. Sammy con 49 parecía perder terreno, como más atrás le había sucedido a Ken Griffey y a Mo Vaughn. Pero Sammy tenía una ventaja ese día, se enfrentaba a Houston y le tocaba pitchar al también dominicano José Lima. Houston lideraba la división, la mejor temporada de su historia. José tenía total control de ese juego, terminó tirando 8 innings y ganaron 11 a 3. De las tres carreras que permitió, dos de ellas fueron homeruns de Sammy Sosa que lo colocaban en 51.
Con 51 homeruns Sammy estaba de vuelta en la contienda. Por lo que me gusta pensar que Lima se la pitchó fácil, por empatía y solidaridad nacional. El juego no tenía ningún valor extra para Houston y ganarlo 11-3 daba igual que 11-1, en cambio sí lo tenía para Sammy y el país. Y Lima, quien era conocido por su sentido humano y apego a sus compatriotas, no creo hubiese dudado en apoyarle frente a las cámaras y a McGwire.
Luego el asunto fue cerrándose. McGwire llegaría primero a romper el record y se llevaba todos los laureles y galardones. A pesar de que la temporada seguía, Sammy parecía estar destinado a nunca pasarle a McGwire en homeruns ese año, a ser el segundo. Sin embargo, el 25 de septiembre de 1998, mientras el Huracán Georges azotaba Dominicana y la brisa ponía a silbar las ventanas de las casas más fuertes, Sammy – empate a 65 con McGwire – se enfrentaba a alguien conocido.
José Lima volvía al montículo en Houston a pitcharle a los Cubs. Y por un breve instante la única brisa que le dio alegría a los dominicanos ese día era la que llevaba el Homerun 66 fuera del Play. Sammy se iba adelante. ¡Por fin Sammy! ¡Nos fuimos alante!
¿Fueron intencionales las rectas que le tiró Lima en esos juegos? Ojalá lo hubiesen sido. Y aunque dudo que el país lo celebrara profusamente en medio de la tempestad, pues apenas había comunicación en esos momentos, los que lo vimos, lo vivimos. Y a pesar de que sólo 45 minutos después McGwire volvería a empatar a Sammy. Por un breve instante el béisbol nos dio un orgullo que para algunos no ha vuelto. Sammy terminaría en segundo lugar con 66 y McGwire con 70, habiendo dado uno de los mejores espectáculos que la pelota haya visto.
Hoy día, en Chicago ya no se admira a Sammy, siquiera lo invitan a sus eventos. Pocos parecen recordar su número 21 en el uniforme blanco de rayas azules que tanta alegría llevó, su brinquito después de conectar con el que saltábamos todos, su símbolo de paz que arrancaba en beso, continuaba en el corazón y terminaba a través de las cámaras en San Pedro. Nadie parece tenerle clemencia. Y se concentran en lo superficial, en su cara, en lo que se ha convertido.
Así que la próxima vez que vean a Sammy, les pido que piensen en 1998 más que en 2017 y le concedan un chance, que la culpa de todo la ha tenido el tiempo. Y si no pueden ignorarle su nueva aclarada y pálida cara, al menos piensen en las atinadas palabras del comediante Dave Chappelle, quien una vez refiriéndose a Michael Jackson dijo:
“Solo recuerden cuando vean esa cosa que él llama su cara, que él de alguna manera hizo eso por ustedes. De alguna forma él pensó, ‘quizás ayude, quizás yo le agrade más a la gente si me convierto en una blanca…. y macabra criatura’, porque no sé qué es, pero lo hizo por ustedes. Y aprecio el gesto Michael Jackson si estás viendo, y quiero que sepas que se jodan todos, Dave Chapelle te entiende”.