I
A mi hermano Jorge Luis Paulino,
a quien le duelen los dolores de nuestro país.
Siempre fui ingenuo en materia política, tanto que cuando Danilo Medina empezó su mandato creí sinceramente que él era distinto al que dijo que era un hombre de palabra (que no cumplió) y al del otro de su partido que le vendió el alma al diablo a cambio de impulsar su espurio proyecto político en franca negación de los dignos ideales de su maestro Juan Bosch. Fui tan cándido que llegué a creer que ciertas diferencias positivas de Medina en relación con su antecesor respondían a un sincero sentimiento de buena voluntad. Pero todo su accionar no era más que pose, simple demagogia para diferenciarse de alguien que había perdido totalmente la perspectiva de sus deberes como primer ejecutivo de la nación. Cuando Danilo Medina Sánchez llevaba alrededor de cinco meses al frente del gobierno, un “amigo” en el poder me interrogó acerca de qué me parecían las ejecutorias del presidente. Le contesté con toda sinceridad (ingenuidad) que entendía el mandatario estaba realizando una buena gestión, pero que aún no daba señales de querer enfrentar temas tan lacerantes para la salud de la república como la corrupción, la impunidad, el asistencialismo envilecedor, etc.
El amigo me dijo que eso estaba entre los planes del gobierno, pero que para ello había que realizar un trabajo muy sutil, para evitar conflictos con sectores muy influyentes dentro del propio partido de de gobierno. Todos sabemos que se refería al sector de Leonel Fernández.
Recuerdo que lo último que le dije a mi interpelador fue que para mí uno de los deberes fundamentales del presidente Medina era evitar que Leonel Fernández volviera a dirigir los destinos de la nación, y que como la constitución le prohibía al actual mandatario repostularse para un nuevo período inmediato, era conveniente que desde ya fuese preparando a uno de sus seguidores para un proyecto presidencial.
Por la manera como sucedieron los hechos desde ese tiempo a esta parte, no cabe dudas de que el actual presidente desde que fue investido siempre estuvo en aprestos reeleccionistas. Otro más que mintió y escupió sobre nuestra fragilidad institucional.
II
Pedro Suárez me era un rebelde a tiempo completo. Recuerdo nuestros candentes diálogos de finales de los ochenta. Fumaba mucho, tomaba bastante alcohol (sobre todo ginebra) y constantemente echaba pestes sobre la realidad nacional. Profesaba ideas de izquierda, pero, a diferencia de muchos de sus compañeros de causa, en sus lecturas apuntaba mucho más allá de los consabidos manuales doctrinarios que exaltaban el dogma de la utopía marxista. Recuerdo que para ese tiempo él era devoto de Herman Hesse, Henry Miller, Albert Camus, Frank Kafka, y un largo etc.
Como sabemos, para ese tiempo el PLD no había llegado al poder. Y muchos entendían que si ese partido tomaba las riendas del gobierno el país se enrumbaría por una trayectoria muy distinta a la que llevaba bajo la dirección del Dr. Joaquín Balaguer y su Partido Reformista. Casi todos los que sostenían aquella tesis peregrina se amparaban en los argumentos de que un Estado dirigido por aquellos jóvenes que se habían formado bajo el apostolado de Juan Bosch, no podrían defraudar la nación.
Yo era uno de los que se inscribía en esa línea de pensamiento. Por ello me disgustó la manera en como Pedro intentó echar por tierra lo que él denominó “nuestro ingenuo optimismo”. Sus palabras fueron más o menos estas: “esos muchachos del PLD, si es que logran alcanzar el poder, salen peores que Balaguer. Todo el que tiene aunque sea un mínimo de dignidad sabe que Balaguer es un canalla, pero tiene clase. Esta gente del PLD solo tiene hambre y sed de poder, de dinero y de renombre social, y se ampara en una supuesta visión de progresista.”
III
No sé qué pensarán mis lectores, pero yo creo que el tiempo le dio la razón a mi amigo: estamos gobernados por una mafia con una visión mercurial de la política, en donde los principios, la palabra empeñada, el respeto a las instituciones y a la dignidad de las personas es lo que menos cuenta.
Aunque con frecuencia se dice que hemos perdido nuestra capacidad de asombro, me atrevo a profetizar que nos llevaremos grandes sorpresas, que solo hemos visto una pequeña muestra de hasta dónde esta gente es capaz de llegar en su empeño por garantizar su domino absoluto sobre la vida política nacional; veremos que serán capaces de comprar hasta al diablo y sus legiones con tal de mantener sus obscenos privilegios.