El fracaso de las elecciones del pasado 16 de febrero del 2020, cambió la historia política dominicana, es un antes y un después, y yo la he llamado la primavera dominicana. Los movimientos árabes, le llamarón así porque esas manifestaciones en distintos países árabes coincidieron con la estación primaveral en los años 2010-2012; tumbaron gobiernos, cambiaron el mapa político y social de algunos de estos países y modificaron los estilos de dirección en otras, producto de un hastío social, un agotamiento de un modelo autoritario de gobierno y estancado en el pasado.

Los pueblos tienden a contagiarse en procesos sociales internacionales que reflejan un malestar social generalizado u homologías sociales. Un análisis de estos movimientos indica que se producen en coyunturas muy especiales que afecta al modelo de gobierno social o estilos e ideas predominantes en el mundo en determinados momentos y al estallar en un lugar se irradian en diferentes momentos respondiendo a una agenda también internacional.

La primavera dominicana por llamarlo de esa manera, no es porque fuere en primavera su despertar, sino porque su accionar se esparció, como el contagio producido en el mundo árabe que se extendió por toda la región como pandemia y que logró recomponer el escenario político, de esa región, y en nuestro caso el contagio fue local, liderado por jóvenes y convocados por las redes sociales y con protagonismos no convencionales, y en eso sí coincidieron con la primavera árabe.

Los resultados de estas elecciones no se han hecho esperar y por las urnas habló el pueblo y se agradece mucho a estos movimientos el nivel de conciencia que lograron crear en la ciudadanía, a pesar de la abstención, entre otras cosas ligada al tema del coronavirus, se recompuso el mapa político dominicano

Este movimiento que llamaría de la Plaza de la Bandera tiene su propia personalidad, como el liderato juvenil, la confluencia de diferentes sectores sociales sobre todo, clase media en sus inicios, manifestación sin la violencia que caracterizó al mundo árabe, sin quemar goma, sin tirar piedra, sin insultar a nadie, sin agresiones físicas, el movimiento convocó por su lado y espontáneamente a través de los diferentes grupos de redes, a jóvenes a los que luego se sumaron otras partes de la población.

También las modalidades de luchas fueron innovadoras, creativas y personalizadas, denotando un hastío social. A las primeras formas de manifestaciones se sumaron otras como los cacerolazos, la diversidad de los espacios sumados a la lucha como las plazas comerciales, las universidades (no necesaria y únicamente la UASD, sino extrañamente y como expresión de la gran insatisfacción social generalizada, las universidades de clase media y alta), también esta forma de lucha se desplazó a los sectores sociales de clase media baja y clase alta.

La suma de artistas y personalidades, la apropiación de géneros musicales muy juveniles y llamados urbanos, que se identificaron militantemente con la causa, contagió a los más jóvenes que es su público de base. Este movimiento se proyectó internacionalmente en los distintos puntos clave de la inmigración dominicana que se hicieron eco de forma espontánea de este sentimiento de saturación y agotamiento que estalló en ellos, como emblema del hastío de toda una sociedad, y por si fuera poco, la prensa internacional le dio una cobertura nunca antes lograda por un movimiento social en el país que no fuera la marcha verde que se recreó este movimiento, hijo de lo anterior, creando los senderos de mover la conciencia ciudadana, ponerla en las calles y agitar los cambios  requeridos por la sociedad, teniendo a la impunidad y a la corrupción como ejes articuladores de esas convocatorias, que adicionó la frustradas elecciones del 16 de febrero a su último enfado.

Naturalmente la identidad de los jóvenes de la Plaza de la Bandera, era y es particular y respondió a otras exigencias sociales con otras consignas, pero no es más que el cúmulo de demandas e insatisfacciones sociales y sobre todo, la crisis institucional que hizo metástasis en la crisis electoral, y los jóvenes ante tanta desventura social, ante tanta intolerancia, ante tanta arrogancia y manipulación, entonces tomar las calles, las plazas, los centros sociales, los apartamentos y zonas residenciales, las urbanizaciones, los barrios y callejones e incluso estas manifestaciones comenzaron a darle sintonía política-partidaria al movimiento centrando al PLD como principal responsable de esa crisis electoral.

Este matiz cercano a las elecciones municipales reconvocadas para el 15 de marzo, teniendo como portaestandarte y vigilia las consecuencias traídas por la suspensión del pasado 16 de febrero y la vigilancia de la sociedad y sus diferentes movimientos que se mantienen en pie de lucha, pues han demostrado que esas elecciones per se, no resuelve los graves problemas institucionales y la necesidad de recomponer la estructura de poder, dominada por un solo partido. Los resultados obtenidos el 15 de marzo no hizo más que reafirmar la tendencia anunciada ya, en la primavera dominicana de febrero.

Los resultados de estas elecciones no se han hecho esperar y por las urnas habló el pueblo y se agradece mucho a estos movimientos el nivel de conciencia que lograron crear en la ciudadanía, a pesar de la abstención, entre otras cosas ligada al tema del coronavirus, se recompuso el mapa político dominicano.

Lo importante ahora es ver que estos movimientos no sean tan coyunturales, y que nos permitan acompañar los procesos en procura de una vía indisoluble que nos conduzca a grandes reformas institucionales y constitucionales que fortalezca la democracia, la institucionalidad y la independencia de poderes en procura de construir una sociedad más justa, democrática y equitativa en lo social, lo político y lo económico.