Cualquier reportero de batalla, no uno de esos periodistas fanfarrones de escritorio o los enganchados a esta noble profesión, saben a lo que me referiré a continuación.

Soy autocrítico de la labor del reportero. Ya no se siente el ritmo y el sudor de los periodistas en cada crónica que hacemos.

Antes de  ver unos cuestionamientos de reporteros a las publicaciones de la prensa sobre la puesta en libertad de una reclusa, citaré el ejemplo de tres periodistas.

Ellos son el modelo de la desaparecida narrativa periodística con sentido humano, expresada en cada sonoro “teclaso” que daban los reporteros en las desaparecidas máquinas mecánicas de escribir.

El rítmico “ta”, “ta”, “ta” de las teclas de las máquinas hacía que las redacciones parecieran una sinfónica.  No habían llegado aún las computadoras.

Vianco Martínez lleva la prosa y el fuego dentro. De fino olfato para la investigación periodística, cuando se pone su viejo sombrero al estilo Indiana Jones (personaje del cine de aventura), se transforma. Es capaz de meterse por el ojo de una aguja en busca de una información.

El fallecido Leo reyes, periodista-escritor, era detallista en sus escritos: narraba desde el color de los zapatos hasta la picada de ojo de los protagonistas de sus historias.

El querido Arismendy Calderón. Ése si que es un diablo de periodista. El fotorreportero  Juan Almánzar me habló de una crónica que hizo Arismendy hace 27 años sobre el juicio por corrupción al fallecido presidente Salvador Jorge Blanco.

“Arismendy describe cada gesto de Jorge Blanco, cómo lo llevan al tribunal, hacia dónde mira, como saca el pañuelo… sus gestos cuando leen la sentencia”, rememoró Almánzar.

En cada historia de estos reporteros estaba el espíritu crítico. Ahora es diferente. Muchos redactores reprocharon en las redes sociales las crónicas que hicieron  los colegas en la puesta en libertad de Leavy Nin Batista, esposa del zar de las drogas, José David Figueroa Agosto.

“Las crónicas que vi en los periódicos de hoy temprano (jueves, OCTUBRE 17, 2013), sobre la libertad de Nin Batista, bien parece como si los periodistas estuvieran narrando el injusto apresamiento de una monja de las Hermanas Carmelitas”, dice el periodista Oscar Quezada.

Oscar sigue diciendo: “Se trata de una miembro prominente de una red de narcotraficantes que distribuyó drogas y dinero sucio por los cuatro costados de República Dominicana. Esta señora ha de sentirse hoy como una heroína, pues los periodistas que cubrieron su salida de la cárcel la trataron como una víctima, y no como una victimaria, que es lo que, después de todo, es Nin Batista”.

El periodista Federico Cabrera indica que al ver los escritos sobre Nin Batista pensó que era la santificada Madre Teresa de Calcuta y no la esposa de un peligroso narco.

Pedro Ángel Martínez señala que cuando vio “las deslumbrantes fotos de portadas y  las crónicas en los diarios sintió pena por el mal ejemplo que estamos llevando…”.

La periodista Greysis de la Cruz lamenta que la  “prensa llama señora a un cuero de narcos. ¡Qué ejemplo!  Mientras muchos se joden en las drogas con el dinero que ella gozó”.

El fotoperiodista Carlos Mejía recordó que “fue un lío de faldas”  entre Sobeida Feliz Morel con otra amante de Figueroa Agosto lo que provocó que se descubriera la poderosa red de narcotráfico.

Es una desvergüenza  de la Procuraduría, cuando el mundo vio los privilegios de una opulenta reina que tenía en la cárcel Nin Batista.

El  mensaje es simple: Podemos traficar con drogas,  pues los jefes de las redes mafiosas nos garantizan una estadía en la cárcel idéntica a un lujoso hotel cinco estrellas.

Y por la fortuna acumulada en el negocio sucio, la prensa nos llamará “señor” o “señora”.