“Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo”. Albert Camus
La comunicación por sí misma, es muy amplia y subjetiva cuando trata sobre el abordaje puntual de temas sensibles y vinculantes al accionar político-social derivado de la ejecución pública de proyectos a largo o mediano plazo. Lo es, no porque no reúna sistemáticamente las herramientas para establecer por medio del mensaje, la decodificación oportuna de una estructura informacional diseñada para fomentar una relación armónica entre el Estado y el contribuyente, sino, más bien, por lo difuso que resulta la explicación sucinta de un hecho a partir de la multiplicidad de los canales existentes.
La prensa es la vía en cualquiera de sus manifestaciones; ello es posible al simplificar el desmonte gradual de los códigos encriptados en las informaciones emitidas por las autoridades empeñadas en demostrar las ejecutorias en favor de la gente, por los medios establecidos para la cuestión, sigue siendo sin dudas, aunque cada vez más cuestionada, desprestigiada y alejada de los preceptos éticos y morales que deben exhibir los profesionales y empresas destinados a ello.
En estos tiempos, donde la realidad se torna líquida y el hombre se sumerge en un idilio profundo con la virtualidad procesal que emplean las redes sociales, haciendo de éstas, fuentes primigenias por donde se generan datos no siempre organizados para transmitir una idea, urge, más que nunca, la necesidad de redirigir la estrategia oficial hacia un camino más llano, ligero y de fácil interpretación y que en efecto, demuestre que hoy día, todo lo oficial tiene el sello de las buenas prácticas y la transparencia administrativa que tanto se ha exigido.
Nuestra sociedad, lastimosamente, transita una degeneración conceptual e interpretativa de los sucesos sociales que, a la luz de cualquier otra, son de importancia capital para el desempeño natural de sus acciones. Y, se embarca en una travesía sin posible retorno, hacia el desprendimiento de la información con cierto carácter de veracidad y el rigor técnico para suministrárselas a las masas, sin cumplir con las regulaciones que para ello el hombre, pese a la exigencia de la libre expresión, ha elaborado con el propósito de brindar protección a terceros.
La capacidad de actuar razonablemente en función del bombardeo de unos pocos caracteres colgados en la multimedia, y, poner en ella una fe que sobrepasa la de Abrahán, es obviar que la generalidad, carente de ciertas comodidades que les permita tener a mano los aparatitos mimados de la tecnología, está sumida en afanes propios de los países en vías de desarrollo y que procura, pagar cuentas, costearse la comida, vivir y sobrevivir a esta pandemia, peor aún, que la mayoría, vive ausente del debate producto de la falta de interés.
Sin embargo, una parte significativa de la población, sigue apostando, no obstante, a los avances tecnológicos, al conocimiento de los eventos a través de los denominados medios convencionales. Hay mucha gente que cree en el periodismo, sin importar los medios utilizados para la divulgación de noticias más o menos veraces. Pues este medio juega un papel fundamental en la construcción de una conciencia social que crea las condiciones para generar ciudadanos con criterios de valoración a partir de la ejemplificación mostrada con hechos del ayer y del presente.
La prensa es y ha sido por largo tiempo el intermediario de los pueblos y las autoridades, vela porque el establecimiento de los regímenes imperantes sean democráticos y legítimos. Y defiende, a veces es neutral y en otras con intereses concretos, situaciones que ponen en riesgo la continuidad del sistema de protección del conjunto de derechos fundamentales de los ciudadanos comunes. Y garantiza, como diría Jean Jacques Rousseau: “El fundamento único de toda autoridad legítima, que son las convenciones”.