En una exposición ante la matrícula de ANJE, el entonces director de Impuestos Internos, Guarocuya Félix, planteó hace dos años  la pregunta clave del debate sobre el futuro: “¿A qué país queremos parecernos?”, valiéndose de una  referencia al libro de Lewis Carroll, “Alicia en el país de las maravillas”.

En la obra, cuando Alicia se encuentra con el Gato de Cheshire mantiene la siguiente conversación. “¿Me podéis  indicar hacia dónde debo ir?”, le pregunta al gato. “Depende de adonde quieras llegar”, le responde.” A mí no me importa demasiado”. “En ese caso”, le dice el gato, “da igual a donde vayas”. “Siempre que llegue a alguna parte”, le dice Alicia, a lo cual dice el gato: “¡Oh!, siempre llegarás a alguna parte si caminas lo bastante”.

Al final si no se sabe a dónde se va, poco importa el camino, trátese de un individuo, una empresa o una nación. El mensaje no pudo ser más claro para una audiencia integrada por profesionales que seguramente conocían la moraleja, pues estoy seguro, y obviamente lo estaba el señor Félix, que la mayoría de los asistentes leyeron en sus años de estudiante esa hermosa historia contenida en un clásico de la literatura universal. Nada más cierto, el país debe decidir hacia dónde quiere ir, a quién parecerse, si a nuestro entorno geográfico más cercano o los países más exitosos, aquellos que han alcanzado un nivel alto de desarrollo y prosperidad para sus pueblos.

No sólo se trata, dijo el charlista, de discutir uno que otro pacto, sea eléctrico o fiscal, sino tomar la decisión que enrumbe a la nación por el camino apropiado y hacerlo de forma conjunta, sector público y sector privado, tomando las decisiones a tiempo, evitando las desviaciones y las pérdidas de tiempo en discusiones que no llegan a nada y manchan de obstáculos el sendero. “El futuro no se prevé”, dijo, “el futuro se construye”. Una alerta juiciosa ante una encrucijada difícil.