La convivencia es una empresa difícil, requiere de la especial condición de la tolerancia y el respeto.  Pero más difícil aún es la amistad, esa extraña manera de vínculo afectivo que, obviando las diferencias, cultivamos en el centro de las similitudes. Y llegamos a amar como familia verdadera a ese ser que el azar nos entregó. Es una tarea ardua, pues pone a prueba nuestra calidad humana.

En la selva que hemos ido con esmero construyendo crece la flor de la amistad a contracorriente de nuestro individualismo salvaje, del trepadurismo a ultranza, del odio que enmascara nuestra animal búsqueda de supervivencia por la vía de la selección natural convertida en divisa social. Pero aún decidimos aplastarla con el plomo de los intereses espurios.

Observar esta grotesca obra de teatro montada por “intelectuales”, esta ola repentina de descalificaciones e insultos, publicada en algunos medios,  no me ocuparía puesto que ya he escrito sobre la autofagia como práctica sembrada  en las mentes de los  que tendrían, si fuera de otro modo, el poder de influir con sus discursos en el debate nacional.

Lo que me saca de mis otras ocupaciones para emborronar estas notas, es que los vilipendiadores son (fueron) entre sí amigos por años. Escritores que se reconocieron recíprocamente.  Y ahora, por obra y gracia de una praxis política deleznable, se descubren pésimos prosistas, se sacan el sucio de sus almas y nos lo envían a los lectores en cartillas de baja estofa.

Incapaces de asumir el debate, puesto que no hay nada que debatir en lo que atañe a la evidente crisis moral de los partidos, a la mentira, a la violación de los propios principios, a la inconstitucionalidad, a la traición; pasan al insulto y la descalificación recíproca. 

¿Quién podrá lanzar el primer ladrillazo que no sea contra su propia cabeza? No hay ningún debate intelectual entre Pedro Vergés y Andrés L. Mateo. Uno actuó como político, el otro como miembro del oficialismo, donde por cierto recibe mucho más que lo “necesario para vivir”.

Soy testigo de palabras de elogio de Vergés para referirse en el pasado a Andrés L. Mateo.  No es cierto que Andrés sea un pésimo escritor. También soy testigo de los esfuerzos de Andrés por ensalzar la única obra de Vergés dada a la estampa. Sólo un afán de anulación inopinada y tendenciosa puede hacer cambios en opiniones ya rubricadas.

En justicia, los epítetos utilizados por Andrés, van dirigidos a Danilo Medina Sánchez, no aluden personalmente a Pedro Vergés.  Y, muy probablemente sean aplicables a Hipólito Mejía. Pero esto lo único que logra es descalificar a uno y a otro porfiador.

Preguntarse  “por qué tiene que ser bueno que él (Andrès) apoyara con todas sus fuerzas al presidente Hipólito Mejía y su proyecto (,) y malo que nosotros apoyemos a Danilo Medina” es relevar toda prueba: se ha agotado la posibilidad de debate alguno y queda solo intercambiar vigas de uno a otro ojo. Pregunta como esa se hace solo a la conciencia, en soledad.

Propongo a los intelectuales el debate político de, por ejemplo, cuánto tiempo le queda al sistema democrático representativo ante el descalabro de los partidos políticos, o discutir, si es que hay tiempo, por qué la oposición va dividida si los partidos emergentes podrían alcanzar por una alianza coyuntural algún poder legislativo para empezar a tener voz y construir un proyecto real.

Pero no. Queremos la diatriba. 

Nos flagela la conciencia ser testigo del agotamiento intelectual, la pérdida de perspectiva, la sustitución de un saber por las dentelladas brutas saliendo como palabras de unos “sabios” que aún no nos enseñan nada. El amor de la amistad y su contracara, la enemistad, suelen durar más de cuatro años.