Hace apenas unos pocos años -estoy seguro que al igual que muchos de ustedes- descubrí un nuevo término que se viene usando se reiteradamente en el lenguaje filosófico, tecnológico y geopolítico: la post-verdad, pos-verdad o posverdad.

Esta palabra ha tomado por asalto la trinchera del discurso y los espacios de las redes. Precisamente, en el espacio operativo de las redes sociales cruzan billones de mensajes e imágenes en una carrera cibernética infinita, y constituye la vía expedita y privilegiada para que se cristalice la llamada pos-verdad. Un prefijo y un sustantivo que conforman esa nueva terminología acoplada para designar una emergente modalidad de credibilidad de la certeza.

La gente "vive" en este mundo virtual y de pertenencia tecnológica, que nos acompaña en todo momento,  y que nos separa de los tratamientos físicos con nuestros contertulios, ensimismándonos de manera radical del entorno natural y social; vale decir, de los "hechos  reales", conformándonos con encerrarnos en la virtualidad y disfrutar sus encantos visuales con tanta asiduidad y presteza, que en ocasiones no podemos entablar conversaciones con los semejantes que nos quedan al lado.

Preferimos platicar con personas y espacios alejados de nuestro ambiente familiar y distante geográficamente de nuestra presencia real; creemos y afincamos como ciertos los mensajes que suelen repetirse en las redes, pasados a la línea de contactos que diseñamos,: Facebook, web, email, WhatsApp y otros.

Un experto ha dicho que el 30 por ciento, quizás más, de lo que se transmite por las redes sociales es falso, aunque lo damos por cierto.

Las bocinas se agolpan para salvar el desprestigio del gobierno dominicano en el espacio de pos-verdad, así como los funcionarios de su gabinete; los demás, nos situamos en una especie de anti- pos-verdad

En la lógica de nuestra mente, vapuleada por una cultura que se torna global, existencia de una cadena infinita de informaciones, produce necesariamente un impacto distorsionado que nos atormenta. Así, perplejos de incertidumbre se nos presenta discriminar entre el hecho virtual y el hecho real; es un verdadero problema heurístico que vive la nueva generación y hasta los muy adultos: "todo es, según el cristal con que mire" , ya no sabemos cuál es el mensaje original y descarnado de mentiras.

Damos como auténtico, lógico y verídico aquellos mensajes que nos abruman por la fuerza incontenible que nos envían de todos los rincones virtuales en la misma dirección del objeto en referencia apodíctica.

Visto de esa manera, se construye una visión y perspectiva del contenido del mensaje y sus imágenes, sobrecogedora, que está con su  carga de mentiras, cambiando la forma de ver el mundo, a la persona, la política, la geopolítica y la propia familia; quien no se pose en las redes e intervenga en ellas con sus pláticas virtuales queda ipso facto marginado y desconocido  por los usuarios, que preguntan por ti al encontrarte en cualquier lugar por no saber de tu presencia( inquieren la presencia virtual). De lo contrario se han dado situaciones de rumores de muerte, enfermedades, accidentes  o residencias en el extranjero de relacionados, cuando  en realidad el infeliz pernocta en su dulce hogar o  participa de una vida más discreta. El rumor viaje tan rápido  y se apodera de la atracción de tantos cibernautas que transfiguramos los hechos reales y emerge con su vitalidad la pos-verdad.

El término y el tratamiento del discurso narrativo ha sufrido una virtual metamorfosis en la era de la globalización,  ya que  verdad y mentira en el lenguaje del sujeto  no escapan a su dramática existencia, porque la palabra es consubstancial a su naturaleza humana y social, ora en los pueblos antiguos ,ora en los modernos y presentes.  Lo que ha cambiado es el medio tecnológico, el encuentro con lo pos-moderno, la aceleración rapidísima que permite el acceso de esos canales cibernéticos de la fuente a los destinatarios.

Por esa circunstancia, se asienta la pos-verdad  en  grupos humanos e instituciones con fines políticos o de negocios engañando o manipulando a los receptores o usuarios, que incautos continúan reenviando los mensajes mentirosos o sin evidencias de pruebas, como hemos visto y escuchado en los discursos de Donald Trump, en el silencio de Danilo Medina frente a los escándalos de corrupción y otras tantas lindezas.

Las bocinas se agolpan para salvar el desprestigio del gobierno dominicano en el espacio de pos-verdad, así como los funcionarios de su gabinete; los demás, nos situamos en una especie de anti- pos-verdad, con la crítica y el rechazo  de esa macabra narrativa , exigiendo investigación y pruebas de los hechos como tales en búsqueda de consecuencias penales, que ofrezcan un rostro distinto de la justicia y la vida nacional.

La pos-verdad es un engaño impuesto  para tergiversar  a fuerza de una tecnología que nos atrapa. En el momento la sociedad dominicana, pasa indiscutiblemente por  la controversia de imponer la pos-verdad, mientras el otro espacio brega por hacer valer los criterios apodícticos de las manos de la sociedad civil y la oposición.