Las acciones, no importan cuales,  tienen la capacidad de producir cambios, por lo que es imposible para sus autores predecir el alcance y consecuencias de éstos. En ese sentido la política es fundamentalmente acción, por lo que los cálculos que se producen en este territorio tienen un importante límite.

Es así que los instrumentos que se utilizan para gobernar expiran, superados por los movimientos generados por su propio uso. Por tanto, la compra de voluntades como recurso, para obtener  poder político y mantenerlo también se agota.

Durante los últimos torneos electorales, la sociedad dominicana observó, como la utilización de los recursos, sobre todo públicos, han tenido un importante peso en la voluntad de los electores. Pero también, durante los últimos gobiernos, los recursos han servido para neutralizar sectores, obtener aliados o simplemente intimidar.

No obstante, llega el momento en que los recursos, dejan de ser útiles y más bien, su portador se convierte objeto del enojo  y la indignación de la sociedad. Y no es un tema de que no exista el monto suficiente para comprar a todos, sino que la acción de comprar voluntades comienza a ser vinculada con los males que agobian a la ciudadanía en su cotidianidad.

Entonces, los corruptos dejan de ser vistos por la sociedad con admiración, para pasar a ser vistos con desprecio. Empiezan a recibir desplantes; sus ofrecimientos comienzan a caer en el vacío y sus antiguos comensales se retiran de su mesa.

Pero difícilmente, los corruptos asocien los desplantes de que son objeto a sus propias acciones hasta que el temor y la inseguridad les envuelven. Es en ese momento cuando comienzan a percibir a todos los que están fuera de su camarilla como enemigos y enemigas, entonces la política les sorprende.