Es menester puntualizar que el autor de estas líneas no se identifica necesariamente con los criterios esgrimidos a continuación, sino que desarrolla con la mayor diafanidad posible lo que a su juicio representan los cinco mandamientos básicos que le sirven de sustento al político exitoso, y que se han establecido, inconsciente o conscientemente, como los principios cardinales del ejercicio cotidiano de las Ciencias Políticas. Por otro lado, el título de este artículo no pretende referir la obra del jesuita y escritor español Baltasar Gracián, mucho menos reproducir el importante criterio que conserva “El Arte de la Prudencia” del precitado autor, sino más bien hacer gala de una figurada referencia a la estela legada por el que se considera en nuestros días uno de los ensayistas más conspicuos del llamado Siglo de Oro.

En franca interpretación de algunos textos políticos, definimos a continuación los Cinco Mandamientos del político exitoso:

  1. La política no pretende el servicio, sino el poder:

Todo hombre de inspiración terrenal actúa motivado por tres objetivos íntimamente relacionados: La fama, el dinero, y el poder. La conquista del poder será siempre la motivación de aquellos que se dedican a la política argumentando deseos de cambio, pero aun sean legítimas aquellas pretensiones, éstos saben que sin el poder no podrán materializar sus propósitos. El poder será siempre el premio deseado por aquellos que se esmeran en la política, por lo que la misma constituye la plataforma donde se escenifican todo tipo de competencias por alcanzar una cuota, aunque sea mínima, de influencia en las instituciones o en los demás.

  1. No existen amigos ni enemigos, solo actores circunstanciales:

El buen político sabe que no tiene amigos, pero tampoco enemigos. El peor de los adversarios puede ser, circunstancialmente, el mejor de los aliados en algún momento. Las críticas de los detractores, así como las adulaciones de los admiradores, serán siempre el resultado de las circunstancias más singulares.

  1. La amabilidad y la cortesía no es educación, sino estrategia:

En la vida común la cortesía y la amabilidad son valores que adornan a una persona de buenas costumbres, constituyéndose en detalles de buen gusto a la merced de todos. Sin embargo, en el campo político la amabilidad es un arma poderosa. Ser amable o cortés no cuesta nada, pero vale mucho, y puede servir de argucia seductora para granjearse el favor de aquellos que están dispuestos a darlo a alguien que demuestre su aspecto más empático.

  1. El favor popular no es racional, sino emocional:

John Maxwell, autor de importantes ensayos sobre liderazgo social y político, afirma en uno de sus libros que las personas se identifican primero con el hombre, luego con las ideas. Apelar a la razón para conquistar el favor de las masas es una acción inútil, y por demás infructífera. Las personas actúan emocionalmente, basadas en presupuestos de carácter sentimental antes que racional, por lo que un abrazo vale más que un discurso y una palabra afectiva más que una explicación técnica. Sin embargo, no deben abandonarse jamás las ideas y los principios que fundamentan la razón del accionar político, pues lo emocional resulta efectivo a corto plazo, pero a largo plazo prevalecerá la razón y el buen tino.

  1. Ausentarse a tiempo:

La mejor manera de estar presente es ausentándose en el momento indicado. Como afirma Robert Greene en su 48 Leyes del Poder: “Mucha presencia de un producto en el mercado disminuye los precios”. El buen político sabe que debe administrar su presencia, utilizando la ausencia como arma para acrecentar el respecto y el misterio en torno a su figura. La mejor manera de llamar la atención es ausentarse del ojo público en el momento preciso y cuando se tiene una posición de relevancia.

“La prueba suprema de virtud consiste en poseer un poder ilimitado sin abusar de él.”

Thomas Macaulay