La política es la herramienta de mayor relevancia social en un sistema democrático. Con ella se construyen y se preservan los espacios de poder, se ventilan las garantías de los ciudadanos y aporta a la configuración de los sistemas, las técnicas novedosas que permiten el establecimiento de herramientas normativas que preserven los derechos de mandatarios y mandantes con determinada armonía. Permitiendo así la ejecución de proyectos que definan la composición de la sociedad a mediano y largo plazo, basado en los intereses de las grandes mayorías y bajo el esquema de la participación efectiva y la manifestación de la voluntad popular.
En contraste con los procesos electorales, que poseen un carácter eminentemente efímero, la política como eje transversal a todos los fenómenos sociales y como ente vinculante a los ciudadanos y el medio, no perece bajo ninguna circunstancia, sino por el contrario, mantiene vivo su espíritu y se constituye el centro de toda acción adoptada por el individuo. De ahí la irrefutable importancia que mantiene una ciencia que su fin único, es aportar soluciones que fortalezcan el estado de bienestar, enfocado en el establecimiento del bien común.
Contrario a ello, el sistema de partidos políticos dominicanos ha sufrido en los últimos años, producto de la dinámica social no comprendida por sus principales actores, un estancamiento procesal y una desconexión ideológica que mantiene a todas las fuerzas partidarias, sin honrosas excepciones, divorciadas del interés colectivo y apartados de los principios básicos de la citada ciencia. Esta atrofia provocada en principio por grupos hegemónicos enquistados en los llamados partidos tradicionales, ha degenerado en la descontextualización de la política, como ente unificador entre los partidos, los políticos y los pueblos, permaneciendo muy ajena a ser la fuente esencial de la participación efectiva en los procesos democráticos.
Al compás de ello, se viene creando un vacío que solo perjudica a hombres y mujeres jóvenes que manifiestan de alguna manera su intención de servir al colectivo por medio de la única disciplina, cuya exigencia principal es la vocación de servicio. Es lógico entender la resistencia de algunos y que los espacios no pueden ni deben cederse con la excusa inaceptable del cúmulo de años, que en definitiva no es más que la suma de experiencia. Sin embargo, se deben crear en esas instituciones, los mecanismos pertinentes mediante los cuales exista el fomento de una nueva generación política que reúna las condiciones precisas para convertirse por medio de la meritocracia y la preparación, en el anhelado relevo partidario.
La imposibilidad que tiene la juventud de participar en política por la vía institucional, ha obligado a un grupo importante dentro de ese segmento poblacional, a ir en busca de esos espacios, en un movimiento social que si bien es cierto, posee un fin noble, en sí mismo no es la herramienta idónea de participación efectiva en la toma de decisiones. Aun así, permite a los jóvenes la utilización de los medios pertinentes para mostrar competencias y habilidades sociales que no se les permite desarrollar en nuestro sistema de partidos.
Mientras no se establezcan los parámetros por los cuales se les apruebe a los jóvenes el acceso a las estructuras de mando de dichos órganos, los partidos perderán la oportunidad de ajustarse a los nuevos tiempos y presentar al electorado, unas estructuras partidarias frescas, con la preparación adecuada y en cierta medida con el asesoramiento de aquellos miembros cuyos años de lucha y entrega, son un verdadero privilegio. Además de que el manejo político pasado y la militancia permanente en los procesos electorales, los ha marcado innegablemente como los guías de sus nuevos correligionarios.
Todas las circunstancias materiales y abstractas que se originan alrededor del sistema político, el cual debe estar motivado por un conjunto de acciones coordinadas en la que intervengan, la experiencia, la capacidad y el vigor revolucionario que caracteriza al joven, sin que exista la necesidad de una retranca por parte de aquellos que con sobrada razón mantienen un celo por la lealtad y el respeto a las instituciones que han forjado con liderazgo y esfuerzo, no deben prohijar otra cosa que no sea la integración de sangre nueva a los procesos políticos. Entendiendo que si persístela idea de no permitir a las nuevas generaciones activar por la vía institucional, siempre habrá fenómenos sociales en los que puedan montarse las ideas y apostar por la ruta que fuere, al desplazamiento del liderazgo político tradicional.