“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas”. Así reza la famosa frase de Mario Benedetti tan propicia hoy para entender el escenario político nacional y global que emerge con la pandemia del coronavirus-19. Si la política es “la diferenciación entre el amigo y el enemigo” como afirma Carl Schmitt, es decir, la “continuación de la guerra por otros medios”, según la reformulación que hiciera Michel Foucault de la célebre máxima de Carl von Clausewitz, o, en el mejor de los casos, como propone el dúo Ernesto Laclau/Chantal Mouffe, es la democracia en donde el enemigo no es un ser que debe ser eliminado, sino un adversario, es decir, “un enemigo legítimo, un enemigo con quien tenemos en común una adhesión compartida con los principios ético-políticos de la democracia”, entonces es obvio que no puede haber política cuando se enfrenta a un virus que es enemigo de todos, de la especie humana, un enemigo absoluto, radical, total y existencial, más enemigo que un extraterrestre pues proviene del interior de la Tierra y “su lógica destructiva apunta a nuestra propia existencia como seres genéricos, habitantes de un mismo planeta” (Fernando Mires).

¿Y qué ocurre entonces con la política ordinaria, cotidiana y propia de nuestras democracias realmente existentes? ¿Debe desaparecer? La política queda limitada por las restricciones del estado de excepción constitucionalmente ordenado, pero no queda eliminada ni suspendida. Excepción constitucional, en este caso por emergencia sanitaria, no significa suspensión de la Constitución. Lógicamente, en un momento en que el país reclama la unidad de todas las fuerzas sociales y políticas para enfrentar el enemigo común del virus es obvio que una cierta y parcial tregua política se impone. Pero en nombre de la política antiviral no es válido, democrático ni conveniente “suprimir a la propia política como campo de debate” (Mires), como tampoco convertir a los adversarios políticos en enemigos virales, cuestionando la oposición todo lo que hace el gobierno y viendo el gobierno siempre en las propuestas de la oposición un coyuntural y mezquino interés político.

Pero… ¿qué hacer cuando, como en el caso dominicano, la política es inevitable porque estamos en medio de un calendario electoral constitucional y legalmente pautado que nos obliga a celebración de elecciones presidenciales y congresuales? Hace algunos días dije que celebrar elecciones en medio del enemigo viral y de una emergencia constitucional por razones sanitarias es tan difícil como reparar, sin dejar de navegar, un barco golpeado en su línea de flotación. Es decir, que no lo dude nadie, no dejaremos de navegar, se celebrarán elecciones, pero los partidos, el ejecutivo y las autoridades electorales podrán, si la situación de emergencia se prolonga, pactar los tiempos y las condiciones para que los dominicanos podamos de manera segura y efectiva ejercer nuestro irrenunciable derecho al voto y para que los candidatos, dentro de las limitaciones impuestas por la presencia del virus, puedan hacer campaña con equidad y libertad, y sin que se prolongue innecesariamente o se vuelva permanente el estado de excepción.

El electorado, sin embargo, no es el mismo de los tiempos anteriores a la llegada del coronavirus. En estos momentos, cuando nos vemos todos, pobres, ricos y clase media, entre la vida y la muerte, la ciudadanía reclama un liderazgo sereno, trabajador, ecuánime, firme, humilde, capaz de trabajar en equipo, consciente de los problemas nacionales, sensible a la realidad de una sociedad, como la dominicana, caracterizada por la permanencia de desigualdades y discriminaciones, y con la entereza suficiente para poder reencauzar la economía dominicana por el camino del crecimiento que ha caracterizado al país bajo la administración del presidente Danilo Medina. Vedadas caravanas y mítines por la situación sanitaria, cansado el ciudadano de la jerga electoral de siempre, el pueblo está ansioso de conocer y debatir por los medios de comunicación las propuestas de los candidatos para conservar lo adquirido, retomar el sendero del crecimiento y protegerse frente a la incertidumbre sanitaria y económica. Se valora hoy más que el pasado febrero el conocimiento experto y la adopción de políticas publicas validadas por las mejores prácticas internacionales, pero también adaptadas a nuestra realidad. No se quiere la partidarización del virus, pero sí se busca que se valoren las diferentes alternativas de políticas, para sacar así balance de cuanto ganaremos y perderemos en las apuestas por la recuperación de nuestra salud y la del cuerpo político. ¡La política será biopolítica democrática y la economía será economía política o no serán!