“Otra guasa [burla] del virus es que nos obliga a confiar un poco en gobiernos en los que nunca confiamos.” Martín Caparrós en New York Time
Estamos todos y todas con algo de temor y sorprendidos con cosas tan inesperadas como la aparición del virus o que surjan personas u organizaciones que aunque no lo declaren explícitamente han asumido al virus como su aliado político.
Para efectos de esta nota digamos que la política tiene tres dimensiones: la lucha por el poder, la mantención de ese poder y la administración del poder. Hoy, por efecto de la pandemia importa la administración y las ejecuciones que ayuden a combatir este mal global cuyas dimensiones potenciales y sus consecuencias son todavía desconocidas. Lo acaba de confirmar el ex presidente Fernández cuando otorga a las elecciones una importancia secundaria en las actuales circunstancias.
Ojo que no estoy en absoluto promoviendo la desaparición temporal de la política. Sobre todo porque se ha hecho evidente que son las formas de la economía y de la política las que han modelado una sociedad individualista y un Estado cuyo carácter subsidiario ha permitido y facilitado que los derechos (la salud es uno de ellos) sean enfrentados como servicios lo que hace mucho más difícil la movilización de recursos públicos para enfrentar la emergencia sanitaria.
El caso de Chile resulta muy ilustrativo acerca de lo que decimos. El actual ministro de Salud -hasta hace un tiempo dueño de una Clínica privada- ha debido reconocer que Chile enfrenta la pandemia sobre hombros fuertes. Se refería al Servicio Nacional de Salud creado por ley por un médico de 31 años de Valparaíso llamado Salvador Allende luego de que asumiera como Ministro de Salud del gobierno del Frente Popular en 1939. Con esa decisión política Allende consiguió la unificación de las estructuras asistenciales diseminadas en patronatos, asociaciones de beneficencia, etc.
He querido recordar este hecho para poder dimensionar en toda su magnitud la noticia de que las insaciables instituciones de salud privada en Chile acaban de anunciar en plena crisis sanitaria el aumento de sus tarifas, cumpliendo en forma coherente con lo que son, con los principios que las rigen y con el significado del mercado cuando asigna recursos.
La humanidad no pudo estar peor organizada para enfrentar la emergencia global que se insiste en desafiar en forma local. Y la experiencia chilena también la recuerdo a propósito de la idea de que el sistema actual es imposible de cambiar. Puestos en los graves sucesos actuales el cambio sistémico es un imperativo de supervivencia humana y no se debe necesariamente confundir con el colapso del sistema capitalista. Sirva como ejemplo que cuando el Ministro de Salud Salvador Allende creó el Servicio Nacional de Salud, Chile era capitalista, pero no era neoliberal. Y ésa es una reflexión que no debe provocar pudor en el progresismo ni pánico en los conservadores. La destrucción de la salud pública no es obra del capitalismo, es el trabajo del neoliberalismo hegemónico actual.
Un neoliberalismo muy fácil de identificar cuando se escuchan las propuestas para resolver la crisis: usar el dinero del peaje sombra, no pagarle a Odebrecht, el barrilito, hacer una telemaratón, etc. El carácter estructural de las debilidades de nuestro sistema de salud tiene que ver mucho más con que se ha ido privatizando y con la cantidad de recursos públicos que se traspasan al sector privado afectando a la inversión pública en salud (La Plaza de la Salud y Homs están ahí para ejemplificar esa realidad). Iniciar una reflexión sobre estos temas será clave para nuestra vida post pandemia. Vamos a tener que aprender que hemos construido, -o mejor dicho que por la fuerza lo han impuesto y también porque no hemos podido evitarlo- un sistema que no nos asegura nuestra supervivencia al punto de que parece banal recurrir a esa reivindicación tan humana de querer ser felices.
Cuando se confunde al adversario se inventan malas razones. “Se requiere una completa inversión de los valores con relación a lo público y lo privado, en que los intereses privados tengan el necesario límite a su propia ferocidad” dijo Olga Grau (filósofa y profesora de la Universidad de Chile). Si esto se olvida ven la luz lecturas que provocan espanto como la frase final de un manifiesto extemporáneo y odioso de los coludidos que sentenciaba que “El futuro es nuestro, derrotemos el Codiv19 y la plaga morada!!!!.” Espero que entre los firmantes de este desacierto no haya ningún médico. Ese documento también me recordó el comentario de la sicóloga chilena Ana María Arón a propósito de una portadora del Covid 19 que a pesar de estar en cuarentena se fue de compras a un supermercado: “Es el típico comportamiento egocéntrico. Para ser empático tienes que salir de tus necesidades. La empatía tiene que ver con la necesidad de hacerse cargo de otros, de cuidar a otros.”
Hay que ser muy neoliberal, como forma de inhumanidad, para proponer en medio de una pandemia que las políticas públicas destinadas a proteger la vida de la población se financien con un telemaratón. Eso solo es posible para alguien que sea parte de una boleta electoral que no encabeza un economista, sino un empresario y que la completa una empresaria con ideas siempre compartidas por sus colegas neoliberales, tan preocupados de la suerte de los negocios y sus dueños y no de quienes quedan en la más absoluta indefensión si se les niega o limita la asistencia estatal.
La ayuda que algunos próceres creen poder dar la disfrazan de Unidad Nacional. En este momento la unidad nacional no es esperar un ministerio, es saber que en la fortaleza sitiada toda disidencia es traición. Es decir, es hora de dejar de atemorizar a la población y de ayudar simplemente a que todos y todas cumplan lo que el gobierno está pidiendo que la población haga: no salir de casa en primer lugar, facilitar acuerdos con los empresarios hoteleros, por ejemplo, para disponer en el futuro de más camas disponibles si se fueran a necesitar y no oponerse a este uso de los hoteles con el argumento de que haría daño al turismo como lo ha denunciado la legisladora de Puerto Plata. Provocar alarmas por el endeudamiento o por la necesidad de liquidez en la economía es también propio de los economistas neoliberales, que tienen y tendrán en los próximos meses restricciones ideológicas para conducir los procesos post pandemia.
Es difícil saber todavía con absoluta certeza lo que hay que hacer y más todavía lo que se puede hacer, no solo por limitaciones de orden político o económico, sino por las necesidades de orden social y biológico. Sigue siendo un misterio cuánto beneficio acarrearía, por ejemplo, una cuarentena total sobre todo porque no sabemos en qué medida podría cumplirse. Los coreanos tuvieron cuarentena total pero para los pacientes que habían dado “positivos” en la prueba, pero aquí estamos lejos de tener ese diagnóstico. Es necesario anotar esto, porque quienes dicen saber lo que hay que hacer, en realidad están en un desespere atroz porque el candidato está teniendo demasiado tiempo para sus desatinos y el país, incluido Leonel Fernández, están marcando diferente.
Para continuar con las incomprensiones, no está demás recordar que más de treinta países han aplazado sus elecciones, muchas de ellas sin fecha. La estatura de los políticos de esos países es distinta de quienes creen lanzar un arsenal ético cuando dicen que los actuales representantes no estarán en sus cargos ni un día más allá de sus mandatos. Los que así actúan no se han dado cuenta de la situación mundial, del peligro sanitario, del riesgo para la humanidad. Sus miopías, su sectarismo, su soberbia nunca les permitirá ser conscientes de que en el mundo no existe ningún presidente, ni ministro de salud con la “expertise” como para actuar contra el Covid 19 y que sus propios acompañantes tampoco tienen como probar sus imaginarios aciertos.
Unidos según la RAE significa “Concordando, conformando voluntades, ánimos o pareceres”. Unidos a lo menos podrá aliviarse la emergencia. No es necesario experimentar consejos de candidatos, salvo que se quiera incorporar al repertorio de la política caribeña inventos más folklóricos que eficientes y eficaces.
Dios guarde a la República Dominicana.