En la República Dominicana, a la hora de hablar de actividad política obligatoriamente hay que incluir: caravana, música, bebidas alcohólicas, comida, en fin: fiesta. Por eso vemos, como en reiteradas ocasiones la mayoría de los candidatos, sin importar la posición electiva a la que aspiran, en sus cierres de campañas realizan actividades festivas en donde se presentan orquestas, se contratan disc-jockeys, se regala ron, cerveza y pica pollo. Esta práctica sucede ya que, aparte de ser un pueblo alegre, somos un pueblo con muchas carencias, tanto económicas como educativas, y los políticos, inteligente o perversamente, se auxilian de estas precariedades para ganar votos entre sus electores.
A estas actividades festivas, también se le suma la estrategia de algunos candidatos de vender su vida social y personal adornada con fiestas, platos típicos y alcohol, para así entrar en una competencia en la opinión pública de cuál candidato tiene una personalidad más semejante a la del pueblo dominicano. De esta manera, se inicia una discusión sobre temas completamente banales y que poco tienen que ver con las aptitudes, la preparación y las propuestas del candidato o la candidata para ocupar la posición a la que aspira.
Con esto no quiero decir que sea incorrecto que un político lleve una vida normal, en la cual tenga momentos de ocio y de diversión y que también, en ocasiones, nos haga parte de esa faceta de su vida. Ahora bien, ¿a la hora de yo elegir un candidato o candidata estos son factores que debo tomar en cuenta?, ¿un candidato o candidata debe contar con mi voto favorable por brindarme momentos de fiesta y presentarse ante mí como una persona cercana a la gente a la que le gusta bailar, consumir alcohol, comer y fiestear? En mi opinión, a menos que el candidato o la candidata se estén postulando para la posición de “animador”, estos no son elementos que debo considerar.
Enfoquémonos en el caso de los candidatos a la Presidencia de la República. Recientemente circulaba por las redes sociales un video en donde se afirmaba que Luis Abinader era una persona aburrida, mientras que Gonzalo Castillo no lo era. En el video se colocaban distintas declaraciones de los candidatos, donde hablaban de las actividades que realizaban en sus tiempos libres. Cada uno presentaba gustos distintos, con lo cual el creador del video calificaba a uno de aburrido y al otro no. La realidad es que poco debe importarnos las preferencias personales tanto de Luis como de Gonzalo, siempre y cuando estas no transgredan las leyes. Poco importa si Luis es aburrido y Gonzalo no, o viceversa.
Lo grave de lo anterior, no es el hecho de que conozcamos la personalidad de Gonzalo y de Luis. El problema radica en que, muchas veces el resaltar estas cualidades, sirve como estrategia para ocultar los verdaderos elementos que deben ser evaluados a la hora de elegir a un Presidente. Desde el momento y hora que un candidato no cuenta con un proyecto político basado en propuestas para convencer a su electorado, recurre a la política de la chercha, la cual incluye el ron, el baile, el pica pollo, etc. Concentra todos sus esfuerzos en lograr una conexión personal con su electorado, vendiéndose como una persona cercana a la gente, en lugar de, una persona que sabe cómo solucionarle los problemas al pueblo.
Lamentablemente, en nuestro país, a lo largo de su historia, han sido más los políticos que han optado por venderse como hombres cercanos a la gente, que como hombres capaces de solucionarles los problemas al pueblo. Han sido más los políticos que han optado por elegir la política de la chercha, que la política basada en propuestas.
Lo anterior seguirá siendo la norma y no cambiará mientras nosotros como sociedad no le demos la importancia a las cosas que realmente la tienen. Mientras le prestemos más atención a la farándula alrededor del candidato o candidata que a los discursos con sus propuestas, los “influencers” con contenidos vacíos seguirán siendo tendencia en nuestras campañas electorales y nuestro pueblo seguirá siendo llevado como vacas al matadero.