En una conversación privada por las redes, una oficial de la Policía de alto rango me envió la siguiente reflexión: “¿Quiénes son, sociológicamente, nuestros policías patrulleros? ¿De dónde vienen y que llevan en sus mentes?” En las respuestas a estas inquietantes interrogantes pueden encontrarse salidas al problema irresuelto de una reforma integral de la institución por la que abogamos desde hace años dentro y fuera de esa institución, llamada a velar por la seguridad ciudadana.
Lo que la oficial trata de hacer ver, y no está equivocada, es que la Policía no es un cuerpo anómalo de la sociedad dominicana, si no tal vez, y la cito, “su producto más directo, la más representativa muestra y consecuencia del despojo histórico de democracia al barrio y a su juventud”.
En esa inobjetable interpretación del mal pudiera estar el quid a través del cual pudiéramos hallar el sendero más corto y efectivo hacia una verdadera y permanente reforma policial. Por eso, he insistido que la visión interior que tiene la Policía de sí misma no puede quedar marginada del esfuerzo para lograrla.
Sería injusto enjuiciar a la institución por el comportamiento deshonroso de algunos o muchos de sus miembros, por difícil que resulte no hacerlo. Pero la Policía debe exorcizarse, emprender, como le respondiera a la oficial, un proceso de oxigenación interior y promover como una faena diaria los valores en los que cree y se nutre. Por ejemplo, la muerte de la arquitecta Leslie Rosado por un agente en circunstancias muy lamentables e injustificadas y la versión inicial que se diera a los medios no es la clase de ejemplo que ayuda a mejorar la imagen de la institución.
Además, es obvio que la Policía paga el precio de haber vivido a espaldas de la sociedad de la que forma parte. Y como resalta la oficial, tanto como una reforma de “equipamiento y mejora salarial”, necesita “una reforma de pensamiento”.