La Policía: hijo de pai, nieto de abuela, nacen los hijos con la misma espuela…

El tema de la policía parece un viacrucis  de nunca acabar. Tanto en febrero como en agosto se desatan las furias del demonio en este “cuerpo armado”, todo el que está en la fila de espera haciendo vela para ver si le toca la oportunidad de ser su jefe, hace lo necesario y a veces  lo impropio  para que así sea.

En su afán, los jefes y los posibles relevos, por mostrar eficiencia y legitimidad para tomar la batuta exhiben  una vocación  y una pasión muy bien definida por los intercambios disparos que deja chiquita la era del viejo oeste americano; pero, esta cultura no siempre se hace presente.

Cuando el  ex teniente Charlie Muñoz asesinó de 10 disparos  al fiscal Omar Álvarez en presencia de los policías que acompañaban al fiscal para protegerlo, dicho comportamiento fue   calificado por la jefatura como simple negligencia, en el caso de   Omar, se trancaron los gatillos y no hubo intercambio.

La ausencia de este método con el que se justifica el asesinato de muchos ciudadanos, sobre todo jóvenes, tampoco se hace presente cuando los jefes de las bandas de delincuentes  son generales, coroneles,  mayores  y capitanes, y mucho menos si son hijos de destacados legisladores,  sobre todo,  aquellos nacidos en el linaje y la cuna de papi y mami;  pero, si son rateritos de los Gandules, 27 de febrero, Camboya, la Toronja, Herrera,  Sabana larga, las petacas de Neiva  y otros barrios cuya miseria es lo más próximo al infierno, están marcados por el destino  a ser dados  para abajo o  a apretarle la tuerca con un santificado intercambio de disparo.

Cada jefe policial llega a la dirección de esa institución con un programa de inversión y modernización llamado reforma policial. El Estado tiene que plantearse una transformación generativa, y desde el Estado, con políticas de Estado  que garanticen un verdadero estado de derecho en el orden de la seguridad ciudadana, propiciar  cambios en la mentalidad y  forma de pensar de esa institución.

Esta transformación generativa debe tener como punto de partida una rectificación constitucional del artículo 255 de la Constitución dominicana en la que prevalezca el principio de jerarquía de autoridad del Ministerio de Interior, frente a su dependencia directa la policía, cuya acción fundamental debe implicar excluir el cuerpo del orden del texto constitucional.

La policía padece un mal de origen, que debe ser cambiado  de forma radical, y un mal que  está en su naturaleza trujillista cuya razón de ser fue reprimir, matar  y aterrorizar a los ciudadanos con todo tipo de violaciones a las más elementales normas de derecho. Por más que algunos quieran justificar y otros defender, son cosas inaceptable en cualquier sociedad civilizada, el irrespeto a la vida y  el desconocimiento a la paz con una cultura violenta y modo de ser  impropio de una institución llamada a resguardar el orden  y la seguridad ciudadana.

Creo que la reforma, y más que reforma, su transformación, no se puede originar en su propio seno, porque como dice el evangelio: “Lucas 5:36 Les dijo también una parábola: Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan. Y ninguno que beba del añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: El añejo es mejor.”

La sabiduría  popular dominicana  predice de otra manera este cuadro policial: -hijo de pai, nieto de abuela, nacen los hijos con la misma espuela-.